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¿Será el mundial de Messi?

Nadie da un peso por él ahora mismo. Pero acaba de firmar otro contrato millonario…, las contradicciones de un jugador que todos quisieron que tocara el cielo. Y quizá lo haga…
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junio 15, 2014
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Es un hecho: Leo Messi creció. Sin necesidad de más hormonas. Sin necesidad de aspavientos. Discretamente. No nos dimos cuenta cuándo sucedió, pero Messi ya no es más ese niño que lloraba cuando pierde un partido. Ahora es un adulto que justifica las derrotas. Ya no puede dormir más esas siestas de tres horas que vencían a su aburrimiento. Ahora los horarios del sueño los marca su hijo. Ya no se trata de aquel chiquillo que jugaba en el Camp Nou con las mismas ganas que en el patio de su casa en Rosario. Ahora es un futbolista adulto, consciente de su rol en el campo. Messi creció.

Les confieso algo. Yo también lloraba de pequeño con las derrotas de mi Barça. Me encerraba en mi cuarto descorazonado y escuchaba a mi madre gritar que dejara la tontería y fuera a cenar. Mi padre, mientras tanto, silencioso, en el sofá, parecía entender mis padecimientos infantiles. El fútbol siempre fue, también, un puente de comunicación entre padres e hijos.

Messi fue padre el año pasado. En la misma época, empezó a quedarse huérfano de varios padres que lo habían cuidado como si fuera su verdadero hijo. Su director técnico, Pep Guardiola, con quien ganó todo lo posible y superó todos los récords, lo dejó huérfano para irse a probar suerte a Alemania. Su ayudante y posterior técnico, Tito Vilanova, lo dejó huérfano al no poder derrotar al cáncer. Su fisioterapeuta, Juanjo Brau, lo dejó huérfano de compañía en los viajes transoceánicos a donde solía seguirlo a sol y sombra. Finalmente, su padre, que ejerce también de mánager y relaciones públicas, fue investigado por un fraude millonario a la Hacienda pública española y ambos tuvieron que ir al juzgado a declarar. Nada menos infantil que un juzgado.

Ningún aficionado al fútbol puede negar que Leo Messi lleva cinco, seis o siete años seguidos demostrando que es el mejor del mundo. El mejor de ahora y probablemente de todos los tiempos. Algunos intentan discutir su reinado mencionando al musculoso Cristiano Ronaldo, su impetuoso rival y perseguidor. No hay caso. Como ha dejado dicho Jorge Valdano, el número 1 es Messi y el número 2 es Messi lesionado, el primer genio futbolístico del siglo XXI. Messi ha ganado todo lo que podía ganar, ha superado todos los récords individuales, ha alcanzado todo lo que un futbolista puede lograr, todo, menos el mundial.

De los cuatro mejores jugadores de todos los tiempos, dos no ganaron nunca un mundial. Di Stéfano ni siquiera pudo jugar un solo juego. Cuando iba con Argentina, su selección renunció a participar en las ediciones del 50 y 54. Cuando se nacionalizó español, su selección no se clasificó para la edición del 58 y llegó lesionado a la del 62. Cruyff lideró a Holanda hasta la final del 74, pero perdió con los alemanes. La naranja mecánica repitió final en el 78, pero el profeta del gol había renunciado unos meses antes, en protesta por la dictadura militar en Argentina, sede de la copa de ese año. Pelé sí ganó tres, 58-62-70, aunque en uno de ellos su participación fue mínima, por una lesión ¿Y Maradona? Maradona ganó uno, pero ¡cómo lo ganó! Sus dos goles contra Inglaterra, uno de ellos ayudado por “la mano de Dios”, quedaron grabados en nuestras retinas para siempre.

Maradona, se sabe, es argentino. Maradona es, además, la alargada sombra que impide ver el sol a los fanáticos. A Messi se le exige ganar el mundial para colocarlo en el mismo panteón que el pibe de oro. Pero no se puede juzgar a Messi comparándolo con Maradona. El de Villa Fiorito es un tipo de líder distinto, de los que se cargan el equipo a la espalda y lo arrastran a la victoria a base de genialidades. Messi, en cambio, es un líder silencioso. Necesita que el grupo, el bloque, ande bien, para luego él ser decisivo. Es la diferencia entre crecer en las calles toscas de una villa, o en los salones de la aséptica Barcelona. Es fruto de la educación de la Masía, esa escuela de formación de futbolistas que logró lo que nunca ninguna escuela futbolística había logrado antes: colocar a tres alumnos, Messi-Xavi-Iniesta, en los tres lugares del podio del Balón de Oro, los Óscar del fútbol.

El aficionado al fútbol no atiende a razonamientos complicados. Hasta que Messi no gane un mundial, no lo consideraremos el mejor, razona el hincha. Fin de la discusión. El problema, como bien ha escrito Martín Caparrós, es que “Messi, en Brasil, no juega contra siete equipos; juega contra la historia, por la historia. Y la historia es un rival muy complicado”. La historia, a veces, ofrece curiosos paralelismos. La historia nos dice que Maradona debutó con Argentina en 1977, en un juego contra Hungría. Nueve años después, en 1986, ganaba el mundial en México. La historia cuenta que Messi debutó con la albiceleste en 2005, también contra Hungría. Nueve años después, en 2014, ¿ganará el mundial en Brasil?

Sobre Maradona, el iconoclasta Emir Kusturica filmó un documental que es sobre todo una batalla de egos entre los dos para mostrar quién la tiene más grande. Sobre Messi, el cineasta vasco Álex de la Iglesia filmó un documental hace unos meses para saber más de Messi, para conocerlo. La película se estructura alrededor de una cena que comparten todos los que fueron decisivos en su carrera. Es un híbrido entre documental y ficción. Los productores, catalanes y argentinos, intentaron hasta última hora conseguir que Messi apareciera en él, aparentemente sin éxito. Leo leyó el guion, escrito por Jorge Valdano, madridista aunque rosarino y admirador del 10, y le pareció que estaba bien, pero declinó participar. Está previsto que se estrene justo antes de que comience a rodar el balón en Brasil.

Aunque si uno quiere saber cómo es Messi realmente, resulta imperativo leer el libro de Leonardo Faccio Messi, el chico que siempre llegaba tarde (y ahora es el primero) quees, además de un impecable perfil periodístico, un extraordinario libro sobre fútbol, justamente porque habla poco de lo que sucede en la cancha y mucho de eso que tan bien definió Johan Cruyff: el entorno. A partir de una conversación de quince minutos en la ciudad deportiva del Barça, Faccio inicia una investigación detectivesca, que lo lleva a Zúrich, Rosario, pasando por Sudáfrica, y retornando de nuevo a Barcelona, en la que saca a luz rasgos de la personalidad del mejor futbolista del planeta. Traducido a catorce idiomas, entre ellos el coreano, japonés o turco, el libro de Faccio regresa a la mesa de novedades con una versión ampliada y actualizada.

A Messi se le ha acusado durante esta temporada de estar reservándose para el mundial. Para el escritor culé Enrique Vila-Matas esta teoría no se sostiene: “Es como si yo me pongo a escribir en cámara lenta pensando que el próximo mes tendré una idea buenísima para una novela”. Vila-Matas cree que lo que sucede es que Messi está en baja forma física o quizás tiene miedo de lesionarse a pocas semanas del inicio del único torneo importante de clubes o selecciones que no ganó. Lo cierto es que en el partido decisivo por la liga española Messi volvió a no ser decisivo y, por primera vez, escuchó pitos de los malhumorados socios barcelonistas, que no entienden qué pasa por la cabeza de su ídolo.

Messi nos malacostumbró. Ahora pensamos que si no dribla a cuatro defensores y la mete por la escuadra es por pereza y no por la intrínseca dificultad de la misión. Messi siempre hizo posible lo que para el resto era quimérico. Nos hizo creer que lo lograba sin sudar la camiseta. En pocos días se enfrentará a un reto mayúsculo: ganar un mundial. ¿Será el de Brasil su mundial? Arriesgando un pronóstico, afirmo que sí, que el de Brasil será el mundial de Messi. Del lado de las razones objetivas diré que tanto el grupo inicial –Bosnia, Irán y Nigeria– como los posibles cruces de octavos y cuartos benefician a Argentina, que fácilmente podría llegar a semifinales sin jugar con ninguno de los otros favoritos –Alemania, Brasil o España–. Del lado de lo subjetivo diré que, si como escribió Caparrós “la mayoría de los argentinos universales (Evita, el Che, Gardel) tuvieron que dejar de ser argentinos para serlo”, Messi se volvió un poco catalán, para ser más argentino. Como cuenta Faccio en su libro, fue José Pékerman el que avisó a la Federación Argentina que un adolescente Leo estaba a punto de ser llamado para jugar con la selección de España. Era tan desconocido en Buenos Aires en el 2005 que en la carta en que pedían su incorporación se referían a él como Leonel Mecci. Con este gesto, Pékerman hizo feliz a Leo, que nunca se planteó jugar con ninguna otra selección que no fuera la de Argentina, aunque luego la embarrara dejándolo en el banquillo en aquel fatídico partido contra Alemania del Mundial de 2006. Ocho años después, ambos tienen el mismo sueño: ganar el mundial.

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