Pero, aparte del vehículo y la propulsión, es preciso considerar los problemas de navegación, telemetría y comunicación de semejante viaje. Incluso si se trata del sistema más cercano, los retos son fantásticos. Las señales de radio se atenúan con la distancia y la alineación entre la estación recibidora y la nave se convierte en algo crucial. Por ello, un viaje de estas dimensiones requeriría, además, desplegar antenas repetidoras en el espacio, que aumenten la señal entre la nave y la Tierra.
Ícaro podría estar tripulada solo por robots, que cuidarían de la gran diversidad de organismos terrestres –plantas y animales– viajando congelados en cigotos, para ser reconstituidos y usados en estudios comparativos de cómo se desarrollan formas de vida viables en ambientes extraterrestres.
Oala nave podría llevar también seres humanos, que viajarían en animación suspendida y cuyos signos vitales serán vigilados por robots, como sucede en regiones como Asia donde ya hay robots humanoides encargados de cuidar ancianos y monitorear pacientes en los hospitales.
En este caso las implicaciones crecerían sustancialmente: tendríamos que recurrir a la ingeniería genética porque la evolución natural no llegará a tiempo para equiparnos con las características indispensables en nuestro destino cuando necesitemos transformar un planeta desolado en uno habitable. Esto implicaría realizar -mejoras- biológicas en nuestro cuerpo, alterándolo a nivel del ADN para adaptarnos a nuevos ambientes. Eventualmente terminaríamos creando híbridos intraespecies, los que nos llevarán a ámbitos inexplorados que modificarían los parámetros de lo que significa ser humano.
El éxito como colonizadores intergalácticos lo alcanzaremos entonces pagando el precio de modificar nuestra humanidad misma. Comenzaríamos el viaje multicentenario como Homo sapiens. Llevaríamos embriones congelados en nitrógeno líquido para sostener las primeras generaciones, pero luego tendríamos que modificar nuestros cromosomas para generar adaptaciones a los distintos niveles de gravedad, oxígeno, cambios de temperatura, diferencias de presión, humedad y radiación, y a un ambiente de metano o azufre, que se prevé es el que enfrentaremos tanto en el medio interestelar como en la superficie de las distintas lunas y planetas que iremos visitando.
Al principio serían terapias genéticas en el cuerpo de una persona individual. Pero luego pasaríamos a realizar modificaciones en la esperma y los óvulos para integrarlas a los genomas de las próximas generaciones e implantaríamos los cigotos dentro de un útero externo, una «génesis exo-hystera». No es descabellado: los trasplantes de útero con óvulos fertilizados ya se han hecho en ratones. Una vez tengamos la tecnología para mantener a un útero fuera de un organismo, el embarazo normal resultaría innecesario, y la etapa siguiente sería un útero totalmente artificial.
Más adelante aprenderemos a fabricar cromosomas a partir de elementos químicos básicos. De hecho, la farmacéutica canadiense Chromos Molecular Systems ya está cultivando cromosomas a partir de centrómeros (la parte que une las dos fibras del cromosoma). En otras palabras, estaríamos fabricando nuestro propio ADN, con las características que le queramos dar.
Otra avenida que se comienza a explorar es la inserción de aminoácidos no naturales dentro de un organismo, lo cual permitiría realizar cambios químicos y estructurales en él. Eso daría paso a alteraciones masivas que podrían hacer de nuestro cuerpo un sistema más eficiente, por ejemplo desarrollando un corazón doble para tener más resistencia física; o la separación de los sistemas respiratorio y alimenticio en el área de la garganta, que en el actual Homo sapiens están mal diseñados porque es fácil ahogarse con los alimentos cuando estos se nos van “por mal camino”.
La estructura biológica del cuerpo estará dirigida a optimizar su adaptación a una variedad de ambientes, y no es claro si retendría la forma actual. Si va a vivir dentro de un mar de metano líquido, como por ejemplo en Titán, una de las lunas de Saturno, cuyo polo norte parece estar bañado por un lago de ese compuesto–, convendría tal vez que tuviese forma de pez para explorarlo.
Cuando estas tecnologías sean posibles, los miembros de la colonia de la nave interestelar se habrán transformado en una nueva especie. Un Homo cosmos. Incluso, si no se someten a cambios intencionales en su ADN, el solo viaje será suficiente para diferenciarlos de aquella población que quedó en la Tierra.
Pero en la visión de los futuristas este no será el fin de la evolución del Homo. La gente pasará de ser genéticamente alterada, a ser personas humanas cuyo cerebro biológico original es implantado dentro de un cuerpo completamente fabricado de cero, con partes biológicas y/o mecánicas: el Homo roboticus.
Con todo ese mar de posibilidades, que lejos de ser ciencia ficción se cocinan ya en laboratorios en varias partes del mundo, la incógnita que deben resolver quienes desarrollen el Homo roboticus es qué define la humanidad del Homo sapiens y qué de ello debe transmitirse al nuevo Homo. Y en cuanto a nosotros, dadas las consecuencias que tendría para la especie humana continuar la exploración de las estrellas, el gran interrogante es sin duda: ¿Estamos dispuestos a correr ese riesgo con tal de conquistar el universo? El objeto construido por humanos más lejano de la Tierra, Voyager 1, apenas si ha logrado sacar la nariz fuera del sistema solar en 36 años de viaje. Una nueva nave demoraría 74.000 años en llegar a Alfa Centauri, el sistema más cercano al Sol.
Los robots humanoides
El ingeniero mecánico Dennis Hong, director del Laboratorio de Robótica y Mecánica, RoMeLa, de la Universidad Virginia Tech, apodado el Leonardo da Vinci de la robótica, está logrando crear robots con apariencia humana. Su robot THOR ha sido uno de los cinco aceptados en la codiciada competencia DARPA Robotics Challenge, de la Agencia de Investigaciones en Proyectos Avanzados del Departamento de Defensa estadounidense, que se realizará en diciembre de 2013.
El reto consistirá en ejecutar una serie de tareas en una zona de desastre especialmente creada para el concurso. Las máquinas humanoides tendrán que realizar actividades como conducir un vehículo hasta la zona de desastre, quitar los desperdicios frente a una puerta, entrar, subir por una escalera y romper una pared usando un gran martillo y reparar una fuga de gas.
Para lograrlo, el robot cuenta con una autonomía mecánica que permite que reaccione a su medio ambiente. “Para ello es imprescindible conocer la biología humana perfectamente y entender qué tipos de sensores son necesarios”, explica Hong. Tienen cámaras para la visión, sensores del equilibrio y para indicar la presión en cada paso. Lo complicado es el software que los soporta. “El robot necesita procesar lo que perciben los sensores y para ello, todos deben actuar en concierto”.
* Ángela Posada-Swafford: Fue becaria del MIT en el programa de Periodismo Científico y escribe sobre ciencia y medicina desde Miami Beach.