La muerte de Joselito es solo un símbolo. Ni él ni el Carnaval se van y bien hacen los que dicen que Barranquilla vive de fiesta todo el año. Solo en un lugar en el que los niños de 3 años mueven las caderas con esa cadencia incontrolable, salen vestidos a las calles vestidos de cumbiamberos o se pintan el cuerpo entero de negro para hacer gestos cuando una cámara quiere inmortalizarlos, se entiende que una fiesta de cuatro días sea un estilo de vida.
Llegar a Barranquilla en días de Carnaval significa encontrar carros llenos de harina o cargados de colores con marimondas de papel contac pegadas en los vidrios, orejas de espuma, sombreros hechos con retazos de coloridos plásticos o narices con vida propia. Estar de Carnaval es no asombrarse porque en la calle van como hechas en cadena mujeres con pelucas de crespos negros y un moño rojo de pepas blancas imitando a la Negrita Puloy, la imagen de una conocida marca de detergentes.
Pero si es cuestión de asombro, en los primeros lugares están los niños y adolescentes que se meten en mullidos trajes afelpados con figuras de orangutanes, osos o tigres bajo el sol de las dos de la tarde y sobre el cemento que parece evaporarse.
Es hora del desfile
Comienza la Gran Parada, el evento de domingo posterior a la Batalla de las Flores, que dará cuenta del trabajo de todo un año de las más de 350 comparsas que desfilaran durante más de tres horas por la Vía 40, aunque realmente son más de 600 grupos inscritos en la Fundación del Carnaval.
Si vamos sumando recursos al asombro, sobre todo de los que jamás han asistido antes a la fiesta y están acostumbrados al frío y la parquedad, agreguemos que no solo los niños que estrenan sus pasos se le miden a disfrazarse de garabatos, sino a sus hermanos mayores, sus tíos, sus papás y sus abuelos. No es difícil que un hombre de 80 años vestido de Rey Momo o una mujer de 90 con el traje de Garabato se detengan para conversar con el público y contarles que llevan más de 60 años bailando en la Gran Parada. Ese es uno los secretos de la perpetuación de la parranda: transmitirlo de padres a hijos, para que la sangre acabe convertida en guacherna.
Empieza el desfile y los bailarines no se detienen un solo instante como si el agotamiento no estuviera entre sus planes. Los bailarines de mapalé parecen desarmarse ante el aplauso asombrado del público. Abren las comparsas más jóvenes, con esos niños de apenas 2 o 3 años que bailan y posan con naturalidad ante las cámaras.
Vienen hombres con cabezas gigantes y otros que parecen habérselas cortado y las cargan en la mano, hombres vestido de mujeres espantosas que cargan un bebé amenazando a los desprevenidos para que respondan por su hijo y cuando este les dice que no, le muestran un pene gigante hecho en tela que tienen bajo sus faldas y oculto bajo el vestido de los muñecos.
Luego de unas horas, las comparsas empiezan a repetirse y ahí está la clave de los ganadores: ser las más originales en medio de la repetición. Algunas de las danzas más comunes son:
El congo: es una danza africana de guerrero. Se presenta con fauna y músicos que ejecutan el tambor y la guacharaca para acompañar la voz de sus cantantes. Sus vestidos tienen gran coloridos y se destacan turbantes y la penca, con una gola y pechera. Sus atuendos también están inspirados en la fauna africana, por eso los acompañan personajes disfrazados con pieles y máscaras representativas de animales como los tigres.
El garabato: es una danza española en la que se caricaturiza el enfrentamiento entre la vida y la muerte. Es garabato se le llama a una rama de madera terminada en gancho, que el campesino costeño usa como herramienta de trabajo. En su vestimenta son protagonistas los colores de la bandera de Barranquilla: rojo, amarillo y verde. La danza es una marcha de figuras lineales, caracoles y túneles.
El mapalé: con raíces africanas esta fue una danza de trabajo ejecutada en las noches y amenizada con toques de tambores, palmas y cantos. Más adelante se le dio un carácter sexual.
Son de negro: proveniente de los esclavos traídos a América. Es una burla hacia los amos en la época de la esclavitud. Los hombres van con el torso descubierto y el rostro con pintura negra, la boca y la lengua tienen colorante rojo y hacen muecas y mofas exageradas. Sus movimientos parecen convulsiones, mientras las mujeres son coquetas.
Desde los palcos
Amor al arte. Tal cual podría definirse la pasión de cada uno de los integrantes de las comparsas y desfiles, pues el presupuesto que la Fundación le da a cada grupo apenas puede llegar al 10 por ciento de los gastos. Los vestidos, accesorios, peinados van por cuenta de cada uno de los participantes.
Aunque varios de los principales eventos del Carnaval son gratuitos, a otros debe pagarse la entrada, como por ejemplo, el acceso a palcos en la Gran Parada. Este evento que fue gratuito ha ido cerrándose poco a poco, por la necesidad de encontrar recursos para mantener viva la fiesta.
La Vía 40 está ocupada por palcos cuyo cupo puede estar desde 400 mil pesos por persona, a 130 mil para el ingreso a tres desfiles durante los días de fiesta. Los que pueden verlo gratuitamente deben tomar sus sillas y acomodarse al final de los desfiles desde muy temprano para encontrar un buen lugar y esperar hasta el final del día cuando las comparsas llevan más de tres horas bailando por la vía y ellos casi 9 o 10 horas bajo el sol. Tener el dinero garantiza una buena acomodación para un desfile que ha pasado a ser prácticamente privado.
Es el precio de la fiesta. Esa que se mantiene gracias a la herencia, al gusto, a la pasión, pero también a los milagros, como que un bailarín de pocos recursos los encuentre para usar el mejor vestido y desfilar cada año junto a las señoras más acomodadas de Barranquilla, porque así como asombra la diversidad de edad, también maravillan la mezcla de razas y clases sociales bajo un mismo interés: vivir la guacherna.