Úrsula
Foto: Victoria Holguín
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Úrsula Nicholls, la antropóloga que se dedica a la química cosmética

Úrsula Nicholls decidió montar su propio laboratorio para elaborar cremas faciales con ingredientes naturales y comprometidas con el medioambiente. Diners conversó con ella.
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agosto 28, 2020
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En la pared que se encuentra justo detrás de Úrsula Nicholls cuelgan tres series de fotografías de orquídeas. Las tomó su abuelo, pues a pesar de que había estudiado Ingeniería de Minas, era un botánico, apasionado por estas plantas y por eso construyó un invernadero.

También por eso, para los 15 años de Úrsula le regaló un video en el que él y su madre hablan sobre la importancia de la huerta campesina. De la mano de su abuelo adquirió lo que hoy llama “ojo científico”, porque en todos los lugares de Colombia que recorrieron juntos, tenían que hacer una parada en medio de una carretera para tomarles fotos a las orquídeas que él observara en el camino.

Ahí se encuentran los orígenes de Éccora, un laboratorio certificado de cosmética colombiana, fundado por ella y cuya marca busca generar conciencia en el consumidor sobre la necesidad de conocer los ingredientes de todo lo que se aplica en el cuerpo, principalmente en la cara.

Úrsula habló con Diners sobre las motivaciones de su empresa y las luchas que ha dado para construirla.

¿Cómo una antropóloga crea un laboratorio de cosmética?

Mi primera carrera fue Antropología, en la Universidad de los Andes, y cuando estaba en el último año hice una práctica en el Chocó con comunidades afrocolombianas que vivían cerca al parque Utría, para hacer recuperación de conocimiento botánico. Allí me contaban cómo utilizaban las plantas y yo lo plasmaba por escrito; nunca para publicar sino para dárselo a ellos y que, a largo plazo, pudieran tener acceso a esos conocimientos.

Mientras estaba allá quedé embarazada y cuando nació mi hija, le dio una reacción alérgica a un producto hipoalergénico. Eso me generó mucha curiosidad, porque uno no es muy consciente de lo que usa. Entonces mi hermana me regaló Green Beauty, un libro en el que la autora contaba que se había dedicado a hacer productos naturales caseros. Me animé y empecé a hacer champú en la casa y, curiosamente, la gente me preguntaba qué usaba en mi pelo; yo contaba que hacía un champú y me empezaron a pedir que se lo vendiera.

¿Cómo era ese champú?

Chistosísimo –dice entre risas–, lo hacía en mi cocina. Limpiaba, pero creo que tenía un montón de fallas y lo vendía en botellas plásticas de agua. Por esa época me gradué de la universidad y mis papás dijeron que me iban a hacer un almuerzo para celebrar el grado. Les pedí que me dieran esa plata, que no era más que lo de un almuerzo, y que con eso compraría materia prima y envases para empezar una empresa. Y así fue. Hacía cosas muy artesanales, pero a medida que avanzaba me daba cuenta de la complejidad. Entonces empecé a tomar cursos de química cosmética online. Fui a ferias a vender y a informarme, y también me di cuenta de que en Colombia no había casi nada sobre cosmética natural, así que decidí hacer una maestría en Química Cosmética.

Úrsula sueña con llegar a barrios marginados para crear laboratorios apadrinados por su marca y educar de esta manera a la comunidad.


Y siendo antropóloga ¿logró que la recibieran?

¡Claro que no! Les escribí a los profesores contándoles que era antropóloga y todos me respondían que no podía hacer una maestría si no tenía bases de ciencia. Hasta que un profesor de Estados Unidos me dijo que me recomendaba tomar una lista de materias y que cuando las hubiera aprobado, volviera a escribirle para aplicar al programa. En Colombia, ninguna universidad ofrecía esos cursos de manera libre, sino que tenía que entrar al pregrado; entonces apliqué a la Universidad Nacional a Química Farmacéutica y pasé. Simultáneamente, seguía con la marca.

¿En qué iba la marca?

Por esa misma época me di cuenta también de que la marca no podía ser artesanal, porque en Colombia es ilegal hacer cosmética así, se necesita un laboratorio certificado o maquilar y yo opté por hacer mi propio laboratorio. Me asesoré para la parte legal con Rolando Álvarez, químico farmacéutico, con quien hoy sigo trabajando, pero que en ese momento hacía asesoría de medicamentos. Él me explicó todo y fue clave porque el laboratorio quedó construido de manera tan rigurosa, gracias a que él venía de los medicamentos. Y cuando se lo presentamos al Invima, lo aprobó desde el primer día.

¿Cómo se financia la creación de un laboratorio?

Busqué tres socias: mi hermana, mi prima y mi mamá. En 2016 les presenté un proyecto de lo que ya existía: el nombre, la marca, que en este momento ya tenía algo de reconocimiento como una marca natural, porque había arrancado en 2011, y la garantía de que yo me iba a educar en el tema. Les dije: la empresa vale tanto, y si ustedes quieren, pueden comprar un porcentaje. Ese porcentaje fue el capital con el que arrancamos, suficiente para adecuar el laboratorio y un local de venta, comprar la materia prima del primer mes, hacer las etiquetas y pagar a los que trabajaban conmigo: el químico farmacéutico, la persona de ventas y un asistente. Yo no me pagué salario durante dos años.

Lo que entraba, volvía a salir. Incluso, en algunos momentos hemos tenido que hacer pruebas clínicas muy costosas y yo he dado mi salario para poder seguir. Por fortuna, las socias son muy tranquilas, porque desde el comienzo les advertí que, mínimo, cinco años después habría rentabilidad o retorno del dinero.

Es decir, ¿todo esto sucedió mientras Úrsula estudiaba química?

Sí, estaba en primer semestre, adaptándome, aprendiendo y tratando de no perder todas las materias. Para mí era un conocimiento totalmente nuevo y, de manera simultánea, me estaban haciendo auditoría del Invima, y además, estaba perfeccionando las fórmulas que tenía, con Rolando y con una doctora en bioquímica, que también era profesora de la universidad y que me adoptó, porque le encantaba mi idea y se ofreció a ayudarme. Ahora solo me faltan dos semestres para graduarme.

¿En qué momento empezó a vender?

En cuanto acabamos las fórmulas, produjimos y armamos el local con el espíritu de una botica. Cuando empezamos a vender tuvimos muy buena acogida, porque nadie hacía algo parecido. En todo caso, era un choque, la gente me decía: “Esta crema huele a mata” y yo me reía porque sí, en efecto, estaba llena de matas. Además, nuestros productos tienen vida útil, se vencen si no se usan en seis o en nueve meses. Eso ha sido un reto, porque aquí la gente no estaba acostumbrada y hemos tenido que educar a nuestros clientes.

¿Cuántos productos tiene ahora?

En este momento tenemos unos 25 productos repartidos en cinco líneas, principalmente para el rostro: tónicos, sueros, exfoliantes, mascarillas, bloqueadores, cremas corporales, ceras de labios y un champú, que no es nuestro fuerte, pero como fue el producto con que inicié todo, ahí está. El año pasado lanzamos una línea de botánica colombiana que nos ha impulsado muchísimo, con ingredientes abundantes en Colombia: uchuva, guayaba, extracto de orquídea y de una planta que se llama gnaphalium, que crece en zonas altas y potrerizadas, por lo que está expuesta a rayos ultravioleta y genera metabolitos secundarios que protegen a la planta de esos daños; entonces, su extracto produce esa misma protección en la piel.

 

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¿Hay algún producto del que se sienta particularmente orgullosa?

Los bloqueadores han sido un reto muy grande. De hecho, fue el primer producto que empecé a desarrollar. El último que logré estabilizar y el más costoso, pues nuestros bloqueadores no intoxican el sistema endocrino y no contaminan; es decir, si vas al mar, no dañan la vida acuática, eso se conoce como Coral Reef-Safe. Además, soy vegetariana y nunca pensamos hacer pruebas en animales, sino pruebas clínicas con voluntarios en un laboratorio canadiense y con piel sintética, mucho más cara, pero que permite ver qué tan seguros y efectivos son nuestros productos.

¿Cuál ha sido la dificultad más grande?

Ha sido un reto combinar el estudio, ser mamá, ser esposa, ocuparse de la casa y tener la empresa. Por ejemplo, ahora en la pandemia, recuerdo un día en el que en una de las clases virtuales de la universidad, el profesor explicaba una cosa complicadísima, y mientras tanto yo estaba lavando el baño. Más bien me reía y pensaba: “Ay, si alguien viera mi realidad no glamorosa”. También fue difícil montar el laboratorio. Inicié la idea en 2011 y el laboratorio en 2016, periodo en el que todo el mundo me decía que era dificilísimo montar un laboratorio, que debía maquilar, que no iba a crecer, pero yo necesitaba estar segura de que, efectivamente, dentro de los productos que vendía estaban los ingredientes que mencionaba, y me demoré pero monté el laboratorio.

En ese sentido, también ha sido muy arduo introducir a los clientes al mundo científico, teniendo en cuenta que no hacemos publicidad. En este momento preferimos invertir en pruebas clínicas que salir en una propaganda, y eso tiene como consecuencia que al principio nadie lo toma a uno en serio. Es muy complejo que la gente deje de usar la crema que ha usado siempre, por utilizar la crema de la hija de una amiga, pero luego de mostrar quiénes somos, nos han llegado clientes con mayor conciencia de la necesidad de evitar productos tóxicos.

¿A qué se refiere con introducir al mundo científico a los clientes?

Hacer notar que la diferencia de nuestros productos frente a cualquier otro del mercado es su base científica. Que la gente entienda que son hechos a mano, con un verdadero trasfondo científico. Hemos tratado de ser muy científicos en las explicaciones. A pesar de que muchas veces la gente me dice que deje de poner eso de que tiene “flavonoides” o de los efectos en la “epidermis”. Y yo siempre he insistido en que eso sí tiene que estar, para pasarle nuestro conocimiento al consumidor y que se vuelva un vocabulario común y una exigencia.

Ahora que la marca está consolidada, ¿cuál es el sueño de Úrsula?

En barrios donde hay mayor marginalidad, crear laboratorios apadrinados por Éccora para que sean de la comunidad. Tomar una población joven que se quiera educar, introducirla al mundo de la química y demostrarle que puede hacer ciencia desarrollando productos de la canasta familiar para la gente del barrio, que estén certificados, que sean ecológicos, que no hagan daño, que generen un vínculo de creación y que puedan venderse a precios asequibles, porque muchas veces, la opción más barata es la más tóxica, lo cual es otra forma de marginar a las personas.

Úrsula

Úrsula Nicholls lanzó una línea cosmética en 2019 con ingredientes como guayaba y uchuva.


Ahí está la antropóloga…

¡Claro! Me angustiaba mucho abandonar la antropología cuando quedé embarazada de Cora, mi hija, porque hacer trabajo de campo con una bebé recién nacida era imposible, pero uno va encontrando sus caminos.

Es decir, la marca lleva el nombre de su hija…

Sí. Cora significa hija del vientre o hija del corazón. Es un nombre griego, que escogió el papá, y Eco es el prefijo para tierra. Entonces, es un juego de palabras en el que está la hija del vientre de la tierra, precisamente el eslogan de la marca. Ahora, Cora me ayuda con los olores. Le pregunto cómo le parecen algunos y me dice: “Huele horrible”, pero he aprendido que lo que a ella le huele feo, es porque huele muy fuerte y eso me ayuda mucho. Y el próximo año la invité a que desarrollemos juntas una línea para adolescentes, pero eso es una sorpresa.

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