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“La montaña es la maestra más grande que he tenido” Margarita Moreno, la primera colombiana en completar las siete cumbres

Diners conversó con Margarita Moreno, la primera colombiana en escalar las montañas más altas del mundo en el reto de las siete cumbres. Aquí le contamos su historia.
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junio 18, 2025
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El montañismo, para algunos, es una hazaña. Para otros, una proeza atlética. Pero para Margarita Moreno -diseñadora industrial, bogotana, y la primera colombiana en completar el reto de las siete cumbres- es, antes que cualquier otra cosa, una pasión, una forma de habitar el mundo. 

A sus 39 años, Margarita culminó el 24 de mayo de este año un proyecto que le tomó cerca de una década. Durante ocho años dedicó su cuerpo y su mente a escalar las montañas más altas de cada continente. No por competir, ni por marcar un récord, sino por el simple y poderoso deseo de llegar más alto, de aprender a respirar distinto, y finalmente de transformarse.

Una relación temprana con la altura

“Para mí es delicioso irme a subir montañas, yo lo disfruto mucho”, cuenta, mientras rememora cómo le tomó el gusto a escalar desde un inicio. “Cuando uno hace las cosas con pasión y perseverancia, no se siente como algo duro. Es un gusto. Siempre quedan las ganas de volver”. Y es que esa relación con la altura no es reciente. Creció en Bogotá rodeada de las montañas verdes de la cordillera, lagos y caminos en el campo que recorría por mera diversión con su papá. “No era senderismo ni montañismo, era simplemente ir al monte, ir al río. Cosas normales, pero siempre con esa idea de estar activo y hacer algo diferente”, recuerda.

Fue entonces en un viaje al Himalaya cuando vio por primera vez el Everest. Tenía enfrente algo más que una montaña, posiblemente una alternativa. “Me enamoré. Es imponente, hermosa. Y pensé: algún día quiero llegar allá arriba”. Desde entonces, empezó a prepararse, paso a paso, primero de forma intuitiva y luego con una disciplina rigurosa que transformó por completo su forma de vivir. “Quería ver si mi cuerpo funcionaba a esa altura. Si no me enfermaba. Si me sentía bien. Empecé por el Kilimanjaro, con mi papá, que siempre ha sido mi compañero de aventuras y quien me enseñó a escalar. Y poco a poco, sin darme cuenta, ya estaba metida de lleno en el proyecto”.

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Foto cortesía Margarita Moreno.

A diferencia de otros montañistas, Margarita no contó con patrocinios ni apoyos externos. Financia sus expediciones por su cuenta, al ritmo que su vida y su trabajo le permiten, sin presiones ajenas ni calendarios impuestos. Esa autonomía, lejos de ser una limitación, se convirtió en una fortaleza: le dio libertad para decidir, para prepararse a fondo y para hacer cada ascenso por convicción propia.

El cuerpo que sube, la mete que cambia

Ese primer ascenso fue al Kilimanjaro, en Tanzania, con sus 5.895 metros sobre el nivel del mar. Luego vendría el Aconcagua, en Argentina (6.960 m), donde enfrentó por primera vez la dificultad real de respirar a casi 7.000 metros. Más tarde, el frío extremo del Denali, en Alaska (6.194 m), la montaña más fría del planeta; el Elbrus, en Rusia (5.642 m), cubierto de hielo; la remota y ventosa Pirámide de Carstensz (o Puncak Jaya), en Indonesia (4.884 m); el imponente Monte Vinson, en la Antártida (4.892 m); y por último, el techo del mundo: el Everest, entre Nepal y China, con sus 8.848 m.

Con cada cumbre, su entrenamiento se volvió más intenso “Empecé a entrenar en serio. Correr, nadar, bicicleta, subir escaleras con peso. Entrenamientos en arena, resistencia, fuerza. Y también subidas técnicas, más frías, más largas. Cada montaña me iba preparando para la siguiente.”

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Foto cortesía Margarita Moreno.

Pero claro, no fue solo el cuerpo el que se modificó. Lo cierto es que la generalidad de su vida giró hacia un nuevo orden. “Yo cambié casi el 100% de mi vida. Cambié mi alimentación, lo que consumo visualmente, incluso con quién me rodeo. Ya no veo películas que no me aporten nada. Ahora escucho podcasts, veo documentales, todo lo que me nutra. La montaña me enseñó a ser más consciente”. La palabra que repite, sin saberlo, es transformación. Porque eso fue lo que realmente ocurrió, una forma nueva de estar en el mundo. “La montaña es la maestra más grande que he tenido. Uno sube siendo una persona y baja siendo otra”.

Y aunque esos cambios afectaron muchas áreas de su vida, desde lo profesional hasta lo afectivo, no los describe como renuncias, sino como movimientos naturales. “Ha sido un proceso gradual. Poco a poco fui organizando cosas, cambiando otras que no me funcionaban. Ahora llevo una vida más enfocada, más estructurada. Y me funciona.”

La cima no basta: el viaje continúa

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Foto cortesía Margarita Moreno.

Cuando finalmente completó las siete cumbres, ese mapa simbólico que une las montañas más altas del mundo, no sintió el impulso de anunciarlo con fuegos artificiales. En realidad, hubo una sensación de cumplimiento. “Para mí, lo más importante no fue ser la primera, sino haberlo logrado. El compromiso siempre fue conmigo. Fue una promesa que me hice. Y haberla cumplido me llena de alegría, de orgullo, de agradecimiento. Me confirma que querer es poder. Que soñar se vale. Que los únicos límites reales están en la mente”.

La primera persona en lograr este reto fue el canadiense Patrick Morrow, en 1986. Sin embargo, la primera mujer fue Junko Tabei, en 1992, una japonesa que también fue la primera mujer en subir el Everest. Tabei fue una activista de la montaña: promovía el montañismo femenino en Japón y organizaba expediciones. Fue alguien que también subía para entender mejor la vida abajo. Y hoy, 33 años después, Margarita comparte ese legado.

Después del Everest, cuando muchos descansan, Margarita eligió seguir. Bajó al campamento cuatro, esperó que sus compañeros durmieran y se preparó para un segundo ascenso: Lhotse, la cuarta montaña más alta del mundo. Una decisión que exige no solo fuerza física, sino claridad mental. “Estaba muy cansada, pero me gusta darme ese empujón extra, ver hasta dónde puedo llegar. Siempre con responsabilidad, sabiendo que hay que tener energía para bajar. Pero nunca pensé que no iba a poder”.

Hoy, Margarita continúa con su proyecto Vertex, que va mucho más allá de las siete cumbres. Está escalando los volcanes más altos de cada continente —ya lleva cinco—, corriendo las Major Marathons, participando en superhalfs en Europa. También planea incursiones polares y nuevos ascensos. Todo forma parte de una estructura de vida que se sigue nutriendo del esfuerzo, y, por supuesto, del deseo de superarse.

“Cada elemento complementa al otro”, dice. “Todo lo que hago me ayuda a crecer para lo que viene. Es un camino largo, pero me hace más fuerte: mental, emocional, física y espiritualmente. Es un proyecto de vida que no para”.

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