Usme, Granja Tibares
Foto: Camilo Medina Noy
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Granja Tibares: cosechando paz en la localidad de Usme

Este proyecto agroecológico, ubicado en la localidad de Usme y creado por firmantes del acuerdo de paz, se ha convertido en un campo fértil para el restablecimiento del tejido social.
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enero 3, 2024
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Por detrás de la ciudad, las localidades de Ciudad Bolívar y Usme se juntan en las faldas de sus montañas, teniendo como frontera natural el nacimiento del río Tunjuelito. Por su belleza, el paisaje montañoso compuesto de parches en diferentes tonalidades de verde bien podría pasar como una imagen de Boyacá, pero no es así: es la Bogotá rural que pocos conocen.

En la base de esta unión, a cinco minutos en carro desde el centro del pueblo de Usme, se encuentra un proyecto piloto de paz: la Granja Tibares. En este espacio agroecológico se reúnen periódicamente excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), víctimas y miembros de las comunidades aledañas. Su objetivo: plantar las semillas de un nuevo tejido social desde la ruralidad.

Así es la Granja Tibares en Usme

Usme, Granja Tibares
Angélica María Ballén, representante de la Mesa Local de Víctimas de Usme, y Rolando Acevedo, cofundador de Asocunt.

La idea de la granja nació justo antes de la pandemia, cuando firmantes del acuerdo de paz que se estaban separando del proyecto político de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) —posteriormente, Partido Comunes— crearon la Asociación de Construcción Colectiva, Unidad y Transformación (Asocunt) y buscaron tener un terreno para desarrollar trabajos en agricultura orgánica y saberes ancestrales.

“Presentamos un proyecto al Programa Mundial de Alimentos y les pareció muy interesante. Nos dijeron ‘¡Listo! Nosotros no les podemos dar tierra, pero les podemos ayudar con las herramientas y los insumos iniciales”, recuerda José Zamora Pérez, uno de los fundadores de Asocunt; Zamora perteneció a las FARC durante más de 25 años, estuvo en la cárcel y es firmante del acuerdo de paz.

Poco a poco, los miembros de esta asociación han recuperado el suelo y ya siembran lechuga, kale, plantas aromáticas, quinua, col y cebollines. Todo es orgánico, ya que producen su propio abono con desechos biodegradables y combaten las plagas con ajo y ají.

“Creemos que es necesario restaurar el tejido social entre los combatientes, las víctimas y las comunidades, un tema del que siempre hablamos; la reincorporación debería ser comunitaria, algo que hasta el momento no se había dado”, señala Zamora.

¿Cómo funciona la Granja Tibares?

Vladimir Bernal, politólogo, ingeniero agroecológico y administrador de la granja, explica los dos ejes principales de trabajo: “El primero, que se refiere a la agroecología, engloba la producción de alimentos orgánicos —en los que se rescatan formas ancestrales de siembra, de arado y de cosecha— y la cría de animales como las ‘gallinas felices’ —de libre pastoreo—, cabras, conejos y pollos de engorde”.

El segundo componente gira en torno a la cultura. “En la granja hay uno de los pocos teatros rurales que existen en el país, donde se desarrollan actividades como obras de teatro, danza y música, en torno a la recuperación de la memoria por medio de la cultura”, agrega.

En Tibares también le apuntan al turismo ecológico. De hecho, acaban de inaugurar una zona de camping, donde la gente puede ir, quedarse y disfrutar la comida preparada con los productos de la granja. Además, niños de las escuelas cercanas visitan la granja para aprender más sobre el campo.

La siembra: La ruta TOAR

Usme, Granja Tibares
Pronto estará disponible la opción de adquirir una membresía y recibir mercados cada 15 o 30 días.

Varias organizaciones han acompañado este proyecto: el gobierno de Noruega, Forum Civ, la Secretaría Distrital de Salud, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y, por supuesto, la Alta Consejería de Paz de Bogotá, que coordina las famosas rutas TOAR y escogió a la granja como el escenario para hacer su proyecto piloto desde noviembre de 2021.

“Los trabajos, obras y actividades con contenido restaurador-reparador (TOAR) son estrategias que se han desarrollado para que los firmantes cumplan sus penas de tipo restaurativo”, aclara Bernal. “Trabajando de manera conjunta con la mesa local de víctimas de Usme, estos TOAR se articulan a los dos ejes centrales de la granja: en agroecología, donde los firmantes reciben capacitación de ingenieros forestales de la Universidad Distrital en temas de recuperación de suelos, controladores biológicos, manejo de plagas, entre otros, y en la generación de un escenario de reconciliación entre ellos, mediante la replicación de esta información como profesores con las víctimas. Lo mismo ocurre en el eje de la cultura”, explica Bernal.  

“Víctimas y comparecientes se han sorprendido de las cosas en común que, sin saberlo, compartían. Cada práctica, tanto de teatro como de agroecología, ha permitido que de a poco se vaya restaurando el tema de la confianza. Había unas relaciones muy deterioradas por la falta de confianza en los procesos, en los actores e incluso en la misma institucionalidad. Esto ha sido una prueba tangible de que todos podemos aportar desde nuestros lugares con respeto, tolerancia y diálogo”, señala Laura Sofía Gutiérrez, quien dirige el componente de agroecología de la ruta junto con el profesor Max Alejandro Triana.

El abono: El restablecimiento de la confianza

Como representante de la Mesa Local de Víctimas de Usme, Angélica María Ballén ha podido estar en el proyecto del TOAR de la Granja Tibares desde sus inicios, hace dos años.

Esta mujer, de origen wayú, ha vivido en los departamentos del Cesar, Tolima, Vichada y Casanare. No por elección, sino porque el accionar de los paramilitares, las FARC y hasta los gota a gota la han sometido al desplazamiento forzado varias veces. 

“Al principio fue muy duro, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que lo que quieren es ayudar a la comunidad con su espacio, con su granja; gracias a esto, ahora son un ejemplo para nosotros como víctimas, porque a pesar de que algunos somos organizados, otros ni siquiera saben a dónde van”, señala.

“Nosotros ya perdonamos, pero no vamos a olvidar nunca, es algo que nos marcó. A unos nos dejaron heridas físicas, a otros nos dejaron heridas en el corazón y en el alma”, reflexiona Ballén. “El perdón está; yo sé que hay muchas mujeres que se han abrazado con el propio victimario. Yo sé que mi victimario puede estar muerto y nunca lo voy a ver. Por eso tenemos que pensar y sentir que este odio no se lo puedo sembrar ni a mi hija de 26 años, ni a mis nietos, que es la generación que viene a dar vida a esta nueva Colombia”, concluye.

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