Toronto es la más cosmopolita y vibrante de las ciudades de Canadá, y una de las metrópolis más importantes de Norteamérica. Ottawa, la capital, es la apacible sede del Gobierno central, enclavada entre el pasado y el presente. Quebec es un viaje por la historia del país, foco de las disputas entre británicos y franceses, estadounidenses y canadienses, autóctonos y colonizadores. Montreal encierra la historia, la modernidad, la tranquilidad y el multiculturalismo de todas las demás.
Toronto, la gran metrópoli
¿Francés o inglés? En teoría, Canadá es un país bilingüe, donde se habla perfectamente inglés y francés. En la práctica, allí se hablan, literalmente, todas las lenguas e idiomas del mundo, pues gracias a sus políticas de puertas abiertas recibe inmigrantes de los cuatro rincones del planeta. Las últimas estadísticas del Gobierno canadiense afirman que solo en Toronto hay habitantes de 200 etnias diferentes, que hablan unas 150 lenguas. Ahora, si en el día Toronto se viste de negocios y comercio, en la noche se convierte en escenario de una vibrante vida nocturna que gira alrededor de teatros al estilo Broadway, así como de bares y restaurantes de renombre donde es muy fácil degustar los platos típicos de cualquier lugar del mundo.
Para comenzar el recorrido, la primera estación es el centro de Toronto, marcado por cuatro grandes avenidas: Queen Street, que lo atraviesa de oriente a occidente y en cuya parte oriental se concentran importantes boutiques y exclusivos restaurantes y bares. Completan el cuadrado Bloor Street, St. Lawrence Street y Yonge Street.
Esta última, Yonge Street, es una larga calle que durante mucho tiempo apareció en los libros de récords como la ruta más larga del mundo. Sus 1.896 kilómetros van desde la orilla del lago Ontario hasta la ciudad de Rainy River, en el noroeste de la provincia. Sobre esta misma calle está el Toronto Eaton Center, un centro comercial enorme cuya fachada de vidrio alberga unos 250 establecimientos conectados a la ciudad subterránea y a dos estaciones de la línea del metro.
Caminando por Queen Street, hacia el occidente, se puede encontrar la Alcaldía, o edificio del Parlamento, que se reconoce por sus dos torres enfrentadas que forman un semicírculo. Abajo, la Plaza Nathan Phillips es el punto de encuentro de los amantes del invierno para patinar sobre el hielo y disfrutar de la vista que ofrecen los tres arcos que la bordean, conocidos precisamente como los Arcos de la Libertad.
En el centro de negocios y espectáculos, donde se concentra la mayoría de los rascacielos de Toronto, aparece la majestuosa torre CN, una estilizada “aguja” de 553 metros de altura que delinea la panorámica de la ciudad. Tiene tres miradores, dos restaurantes y una plataforma de observación cuyo piso de vidrio ofrece la sensación de caminar en el aire.
Regresando a la emblemática Yonge Street, se llega a la Universidad de Toronto, un campus de 40 pabellones de estilo británico, entre los que se destacan la librería Hart House, de estilo gótico; el Knox College, donde se han filmado varias películas, y el University College, la construcción más antigua del campus, que data de 1859.
Hacia el norte, se encuentra el barrio bohemio Yorkville. Durante muchos años fue el centro de la cultura hippie de la ciudad. Luego se “aburguesó” y se convirtió en el punto de encuentro de bohemios, académicos y representantes del mundo cultural. Hoy es uno de los sectores más exclusivos y costosos de la ciudad.
Bajo la cortina de agua
Las cataratas del Niágara marcan el límite entre Estados Unidos y Canadá, y se pueden apreciar en los dos lados de la frontera. No son muy altas (64 metros de un lado y 54 del otro), pero sí muy anchas (980 metros) y caudalosas, y el ruido ensordecedor comprueba por qué los indígenas iroqueses las bautizaron así, pues Niágara quiere decir trueno de agua.
Este grupo de tres cascadas que forma el río Niágara puede observarse desde arriba, o descender y tomar uno de los tradicionales barcos Maid of the Mist, que desde 1846 lleva a los visitantes hasta el pie de las cataratas.
Ottawa, una ciudad por descubrir
Desde 1867, Ottawa ha sido la capital del país y su atractivo se concentra en el centro, al pie de la colina del Parlamento, donde está la sede de Gobierno, las instituciones financieras, las embajadas y representaciones diplomáticas. En primavera hay que hacer un recorrido por los jardines del Parlamento, para deleitarse con cientos de tulipanes de todos los colores que florecen cada año como recuerdo del regalo ofrecido a los canadienses por el gobierno holandés. En invierno, el plan es patinar sobre el hielo del canal Rideau, congelado, en una ruta de 8 kilómetros de largo. En verano, este mismo canal, con su sistema de esclusas, se convierte en un atractivo para ver pasar los yates y barcos de recreo que navegan entre las ciudades de Ottawa y Kingston, o incluso que llegan más allá, hasta Mil Islas, un archipiélago de 1.865 islotes que se pueden apreciar mejor desde un crucero que zarpa de las pintorescas y apacibles ciudades de Kingston y Ottawa.
Al otro lado del río Ottawa se encuentra la ciudad de Gatineau, la puerta de entrada a la provincia de Quebec. Allí hay que visitar el Museo Canadiense de la Historia, un moderno conjunto de salas de exhibición que recopila las diferentes épocas de la historia del país y de sus gentes, tal vez por eso, hasta hace unos meses se llamaba Museo de la Civilización.
Quebec, la civilización francesa en América
La ciudad de Quebec, la capital de la provincia del mismo nombre, es considerada la “cuna de la civilización francesa en América”. Fue capital durante los regímenes francés, británico y canadiense y, por su ubicación estratégica, punto neurálgico de defensa. Eso explica sus murallas y las imponentes fortificaciones que sobreviven aún como testimonio histórico. En lo alto de la colina están todos los edificios administrativos y varios sitios de interés turístico cuyas construcciones se remontan al siglo XVII y guardan con orgullo varios capítulos de la historia de Canadá.
Para llegar, se toma la Grande Allée, que desde aquella época era el camino real que unía la ciudad de Quebec con Montreal. Hoy es una transitada avenida que conecta los diferentes ministerios y las oficinas gubernamentales –zona conocida como la Colina del Parlamento–.
En una de sus orillas se extiende la Planicie de Abraham, el campo de la batalla más importante entre franceses y británicos por el control de los territorios. En la actualidad es un inmenso paseo verde, con jardines, como el de Juana de Arco, áreas de descanso, ciclorrutas, senderos para caminar o trotar…
Allí, bordeando el río, el sendero se convierte en el paseo de los Gobernadores, una tranquila vía peatonal que luego se transforma en un malecón de madera, la terraza Dufferin, cuya decoración recuerda las épocas de Napoleón III en París.
Esta terraza termina a la orilla del cabo Diamante, donde sobresale una antigua construcción que evoca las grandes fortalezas del siglo XVII en Europa. Es el castillo Frontenac.
Esta es la parte más antigua de la ciudad, rodeada por los vestigios de las murallas y por el complejo de fortificaciones que protegieron a sus habitantes de invasiones y gracias a las cuales, hoy sus herederos se enorgullecen de haber podido preservar no solo el idioma francés, sino muchas de las tradiciones que los catalogan como exponentes de una identidad cultural única en Norteamérica.
Montreal, multicultural y moderna
Es la ciudad ideal para cerrar el circuito por el centro de Canadá, pues concentra las cualidades de los demás destinos, sin dejar de perder su aire europeo. Reconocida como la capital cultural de este país, alberga importantes museos de artes e historia; es escenario de prestigiosos festivales internacionales de música, de humor, de circo, y constituye un envidiable semillero de conocimiento gracias a sus exigentes universidades y centros de investigación.
Rodeada por el río San Lorenzo, la isla de Montreal es una ciudad con cuatro caras, que cambian con la época del año. En verano, por cuenta de su música y de los emocionantes encuentros deportivos, como el Festival de Jazz y el premio de automovilismo de la Fórmula Uno; en invierno, por sus vibrantes actividades como la Noche Blanca; en otoño y en primavera, por cuenta de los paisajes que se aprecian al ciento por ciento en los innumerables parques y reservas, comenzando por el Jardín Botánico y sus alrededores.
En el viejo Montreal, a orillas del río San Lorenzo se escribe la historia con estrechas calles adoquinadas y casonas que reviven el pasado de esta gran urbe.
La primera cita puede ser entonces en el edificio de la Alcaldía Mayor, de clásico estilo francés. Al frente, atravesando la histórica calle Notre Dame, está la Plaza Jacques Cartier, un paseo peatonal que desciende la colina hasta la orilla del río y el puerto, donde bien vale la pena caminar por sus senderos peatonales y, en invierno, patinar sobre el hielo.
En el camino se encontrará con la calle Saint Paul, una callejuela larga, adoquinada, que en verano es peatonal. Se considera la más antigua de Montreal y uno de los símbolos del centro histórico, muy visitada por la arquitectura de las casonas que la bordean, ahora llenas de galerías, exclusivas tiendas, restaurantes y cafés.
Hacia el occidente, por la calle Notre Dame, se llega a la Plaza de Armas, el antiguo corazón de la ciudad. Al frente, la basílica de Notre Dame, una joya de la arquitectura neogótica, decorada al mejor estilo de la época.
Muy cerca de allí comienza el centro financiero e internacional de Montreal. Ideal para ir de compras, la extensa calle Sainte Catherine es un buen punto de partida. Esta lo llevará a la Plaza de los Espectáculos, todo un conjunto de construcciones concebidas para festivales que se desarrollan durante todo el año. Desde la misma Sainte Catherine, se puede sumergir al mundo comercial de la ciudad subterránea.
En este punto, estamos en las faldas del monte Real (Mont Royal), el emblema natural de la ciudad. Más que una montaña, es un parque central, que en su parte más alta ofrece una vista espectacular.
En un extremo del parque, también en lo alto de una de las colinas, una imponente basílica domina la vista de todo el norte de Montreal. Es el Oratorio de San José, uno de los principales lugares de peregrinación católica en Norteamérica.
Al otro lado de la montaña, ya abajo nuevamente, se encuentra el tradicional barrio francés del Plateau Mont Royal, con sus famosos balcones y sus pintorescas construcciones.
Descendiendo algunos kilómetros por la avenida principal, llegaremos al Jardín Botánico y, al frente, al complejo olímpico, construido para los Juegos de 1976.
En la noche, un muy buen plan consiste en visitar cualquiera de los exclusivos restaurantes de cocina internacional que reflejan el multiculturalismo de la ciudad. Hay especialidades de cada rincón del planeta.