La cordillera serpentea en el horizonte con sus distintos tonos de verde que se funden con los azules del cielo. Acariciar con la mirada esa sucesión de montañas, ver cada mañana la forma en que se desperezan y se sacuden las blancas nebulosidades como el lomo de un caballo es un espectáculo para los sentidos.
Fue en noviembre de 2022 cuando vine por primera vez a esta tierra de pájaros contentos y árboles frondosos. Ese día sentí el poderoso llamado de la montaña. Ya había visitado años atrás el Parque del Café, pero no me había detenido a contemplar con cuidado y atención este concierto de guaduas, guayacanes, algarrobos y palmas, ni a escuchar el sonido de azulejos, reinitas de corona dorada, jilgueros y canarios.

Atraídas por la promesa de descanso y desconexión, nos hospedamos con mi hermana en una habitación tipo aviario, incrustada en un bosque de niebla en el que la lluvia nos acompañó toda la noche. Al amanecer, posado en una de las sillas del balcón, estaba un pájaro de color azul rey que se quedó un rato a mi lado y luego partió. Tanto verde me deslumbró. “¿Y si así fuera amanecer siempre?”, me pregunté. Fue en ese instante cuando supimos que esa tierra sería nuestra nueva casa.
Año y medio más tarde, luego de la muerte intempestiva de nuestro padre, entendimos que era momento de partir, agobiadas además por una ciudad que amábamos pero que nos estaba devorando. Un miércoles de mayo salimos mi hermana, las dos gatas y yo a iniciar una nueva vida. Tres meses más tarde, ya cuando estuvimos instaladas, llegaría nuestra madre a hacernos compañía.
Bosque espeso y deshabitado
La ciudad de Armenia se extiende bajo las vertientes más altas de la cordillera Central. Su suelo se nutre por flujos de lodos volcánicos que acarrean las aguas del río Quindío, cuyo nombre proviene de la llamada montaña del Quindiu, que fue un obstáculo para la colonización de esta región tan llena de riscos y barrancos, ubicada al occidente del ramal central de la cordillera de los Andes.
En sus apuntes, el explorador y científico Alexander von Humboldt describió así algunos detalles geográficos de la zona: “Considérase la montaña de Quindiu como el más penoso paso de la cordillera de los Andes; porque es bosque espeso, completamente deshabitado, que en la mejor estación cuesta diez o doce días de travesía”.
Para el siglo XVIII, estos territorios estaban adscritos a la provincia de Popayán, luego al departamento del Cauca, y en el siglo XIX la colonización antioqueña llegó al llamado Antiguo Caldas, donde estableció varios caseríos que se fueron convirtiendo en ciudades. Armenia se fundó el 14 de octubre de 1889, pero solo 77 años después se estableció como la capital del departamento del Quindío.

Era poco lo que sabía de esta ciudad antes de llegar a vivir acá. Además de ser noticia por el terremoto que la azotó en 1999, conocía su riqueza precolombina, evidenciada en el trabajo del oro y la cerámica gracias a la destreza de los quimbayas.
Admiraba la técnica de la fundición a la cera perdida, con la que se elaboraban poporos, alfileres, cascos, conos, narigueras y orejeras que hoy se despliegan orgullosamente en el Museo del Oro Quimbaya, obra del arquitecto Rogelio Salmona restaurada hace poco, y uno de los lugares más hermosos para un visitante que quiera adentrarse en los tesoros de esta cultura precolombina y en la historia de la región. Este fue uno de los primeros sitios que visité luego de instalarme al norte de la ciudad, en la vía que conduce a Pereira y Manizales.

Lo más lindo de vivir acá —además de las reservas de bosque nativo que se encuentran a cada paso y de los gorjeos perennes de los pájaros— es esa franca amabilidad de la gente, sobre todo en las veredas cercanas, que invita a confiar, tomar una pausa y saborear el momento.
Incluso sin salir del casco urbano puede uno toparse con una reserva biodiversa como el Parque de la Vida, un paraíso lleno de senderos adoquinados, puentes de guadua, lago, cascadas y una quebrada natural poblada por peces, patos y gansos.
Otra opción es apuntarse a una caminata “conversada”, un recorrido urbano desde una visión ambiental e histórica de la ciudad, en el que es posible conocer la fauna y la flora de parques como El Bosque y Valencia, caminar por la quebrada Armenia y la calle del Chispero —antigua plaza de mercado—, ver los monumentos de la Plaza de Bolívar y culminar con la siembra de árboles en el Parque Uribe.
Aves y Soledad
El botánico estadounidense Isaac F. Holton describió en sus memorias La Nueva Granada, veinte meses en los Andes, su paso por las montañas del Quindío: “Nunca, en un camino transitado, había visto tal soledad, si es que puede hablarse de soledad cuando se escucha el canto de las aves, entre otras de pavos y de un bello tucán verde brillante. El canto de una de las especies de este pájaro parece decir ‘Dios te ve’”.
Resulta paradójico que en este departamento, que no alcanza el 1 % del territorio continental, se concentre la tercera parte de la biodiversidad de aves de Colombia, con casi 600 especies identificadas. Quetzales, tucanes, colibríes, tangaras, pavas y cotingas son algunas de las más reconocidas que surcan estos cielos andinos. Y uno de los sitios más bellos para contemplarlas es el Jardín Botánico del Quindío, que se encuentra en Calarcá. Este jardín lo fundó hace 45 años el ambientalista Alberto Gómez Mejía como un centro de investigación y conservación ecológica, y los diseños estructurales de las construcciones principales los donó el arquitecto Simón Vélez.
Es un placer internarse por los senderos de este bosque subandino, colmado de palmas nativas, guayacanes, orquídeas y laberintos. Los primeros sábados de cada mes puede uno aventurarse en una pajareada y descubrir muchas de las 200 especies de aves registradas en su territorio, como la tangara rastrojera, el dacnis o mielero turquesa, el carpinterito punteado o una de las tres especies de colibríes.

Otro espectáculo es el mariposario, que alberga el 1 % de las mariposas diurnas del planeta y cuya estructura se puede apreciar desde un mirador de siete pisos. Aquí están muy orgullosos de que Calarcá ostente el título de capital mundial de estos insectos de vuelo vacilante.
A casi media hora del jardín botánico está Salento, el municipio más antiguo del Quindío, famoso por ser la cuna de la palma de cera (Ceroxylon quindiuense, el árbol insignia nacional), las casas de bahareque, los criaderos de trucha arcoíris y las artesanías de la calle Real, hechas con granos de café, guadua y árbol de totumo. Y desde Salento se llega a un lugar indescriptible: el valle del Cocora.
¿Cómo no hablar de este lugar que es magia e inspiración, en el que el mundo desaparece y solo se respira palma alta y bosque espeso? “Co co ra, co co ra”, dicen que es el sonido de un ave que avizoraban los indígenas entre palmas de cera. También cuentan que así se llamaba la hija de un cacique o la mismísima palma de cera, tan contundente en su altura y majestuosidad.
Para llegar hasta allá es recomendable encaramarse en uno de los viejos Willys que se estacionan en el parque central de Salento y disfrutar del camino que conduce a esta reserva natural, la cual se encuentra en los límites del Parque Nacional Natural Los Nevados, donde nacen los ríos que nutren la vida en esta parte de la región Andina.
Por los caminos del café
Al municipio de Génova, ubicado en el extremo sur del Quindío, se llega después de recorrer casi una hora y media en carro en la ruta que va de Armenia a Barcelona y de allí a Caicedonia, desviando antes hacia el oriente. Infinitas curvas y precipicios conducen a esta población que conecta al Eje Cafetero con el Valle del Cauca y Tolima y es reconocida por sus cafés especiales de alta calidad, comercializados por grandes cadenas internacionales —como Starbucks— o locales —como Azahar y Café Quindío—. En algunas de las fincas todavía se cultiva café en sombrío, como hace un siglo, sin exponer las plantas a la luz del sol, lo cual produce una bebida suave, con aromas cítricos y acanelados.
En pleno parque principal, al frente de la iglesia de San José y de la sede de la Alcaldía, y al lado de un robusto guayacán en pleno florecer, se encuentra la tienda Aroma de Campo, administrada por la Asociación de Mujeres Cafeteras de Génova. La tienda —frecuentada por locales y turistas de paso que llegan a probar las notas a naranja, vainilla y canela del café que producen las fincas de estas mujeres— es un punto de encuentro para todos en el municipio, atravesado por el río Lejos y la quebrada La Maizena.

La líder de Aroma de Campo —que también es el nombre de la marca que comercializan— es Margarita Vásquez, una mujer nacida en Mesopotamia (Antioquia), que llegó hace más de cuatro décadas, se enamoró de Génova, conoció a su esposo y decidió quedarse. “Yo conozco todo el proceso del café —dice mientras toma un descanso del ajetreo de la tienda—; se lo preparo desde el lote hasta la taza”. Antes de que crearan su propia marca, las emprendedoras vendían su café a la cooperativa del municipio, pero ahora, como han crecido y ya siembran un café especial, lo venden en su tienda en forma de capuchino, americano, latte, granizado y tortas, así como molido, por pedido.
Aroma de Campo abrió sus puertas hace cinco años, como una iniciativa de la Gobernación del Quindío para dotar con establecimientos de café a todos los municipios del departamento. La única condición era que las tiendas se entregarían solo a mujeres dedicadas a la caficultura. “La Gobernación construyó la tienda y nos entregó en comodato la dotación: mesas, sillas y máquinas. Y la Alcaldía nos dio el lugar”, dice Vásquez.
Ahora, ella y sus socias se turnan cada mañana para atender a los clientes que llegan a desayunar, atraídos por ese aroma especial del café molido y de las almojábanas y las empanadas de cambray recién horneadas.
A una cuadra del cielo
Esta fue la frase que acuñó el poeta quindiano Mariano Salazar Giraldo para describir a Buenavista, municipio que hace honor a su nombre con calles y miradores estratégicos para deleitarse con ese vasto horizonte que se extiende sobre los valles del río Quindío y la planicie de Maravélez. Ver los distintos tonos rosa y naranja del atardecer y el sol ocultarse entre las montañas es todo un ritual, al igual que saborear desde la terraza del café San Alberto las notas dulces y la acidez frutal de este grano que se produce en la finca del mismo nombre, situada a unos cuantos metros de la plaza principal del municipio.
Este templo del café, como lo bautizaron los dueños de la marca, abrió sus puertas en 2009 y hace honor a la milenaria bebida con un proceso llamado “quíntuple selección”, que garantiza la recolección de frutos en su punto óptimo, la elección manual del pergamino, la escogencia en la trilla de las almendras según su peso, color y tamaño, y la cata mediante prueba de taza.

Entre las experiencias que se pueden tener en la finca se destacan un tour por los cultivos y un “bautizo cafetero”, en el que el visitante aprende a reconocer atributos como aroma, acidez, cuerpo y balance, al igual que los métodos de preparación —con cafetera italiana o prensa francesa, filtrado, en jarra, cono de goteo, sifón u olleta—. Un deleite para los sentidos.
(15 días para visitar 50 restaurantes en Quindío, Risaralda y Caldas)
Sin afán
Una casa rosada de una sola planta y tejas de barro sobresale en la esquina del Parque Laureles, en el barrio del mismo nombre en Armenia. Es el punto de encuentro de emprendedores, artistas y todos los que tienen en común el deseo de tomar un buen café o un cacao orgánico sin afán. “Creamos un negocio que refleja nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y nuestra montaña”, dice Daniel Toro López, quien al lado de su pareja, Paola Valencia, son el alma y palpitar de Del Toro, un slow café en el que las prisas se despiden a la entrada.
Toro cuenta que el negocio —que comenzó justo antes de pandemia— iba a ser un café y centro cultural. “El día en que abriría sus puertas empezó la pandemia; todo se cerró, nos quebramos y solo nos quedó el café”. Este publicista y artista gráfico, que también dibuja con café, no se dio por vencido y comenzó a hacer domicilios del grano en bicicleta y a venderlo por toda la ciudad.

Comercializa la variedad tradicional Castillo, que incorpora el cuidado y esmero en el secado de una finca con 120 años de tradición caficultora, localizada en el municipio de Quimbaya. Se trata de un ecosistema conservado de bosque, cuya materia vegetal no se remueve sino que se deja descomponer. “La tierra de la finca está llena de nutrientes sanos y el uso de químicos es muy reducido para el control de plagas. Todo el café es recolectado a mano; es un café de origen, un café de especialidad cultivado en el Quindío”, dice orgulloso Toro.
Recuerda que, por fortuna, las ventas de café a domicilio comenzaron a prosperar, y para junio de 2021 había visto muchos lugares, entre ellos la casa de un solo piso y tejas de barro, y tras esperar seis meses a que los dueños le dieran luz verde, comenzó a diseñar el espacio con un amigo arquitecto. En ese momento conoció a su socia, Paola Valencia, quien maneja la parte contable. “Hemos amado cada paso del proceso, que ha sido desde cero”, dice ella entusiasmada. “Nuestra invitación es a que, cuando la gente se tome un café, lo haga como un momento muy personal e íntimo. Acá no usamos máquina de expreso, sino método de filtrado”, agrega.
Desde el comienzo, esta pareja tuvo muy claro cuál era su identidad. “No queremos ser una cadena impersonal de café, sino que nuestros espacios sean abiertos y refuercen nuestra identidad desde lo sensorial y lo vegetal; desde el arte y el bienestar”, enfatizan.
De aviarios y chocolate
Para tener una experiencia inmersiva en un bosque de niebla y sentirle el pulso a la montaña se encuentra Biohábitat, iniciativa que surge del sueño de dos amigos de toda la vida: el ingeniero civil Jorge Andrés González y el arquitecto Julián Escobar, con amplia trayectoria en la industria de la construcción. Ellos crearon hace doce años Bioconstructora, empresa especializada en viviendas campestres que se cimentan desde una mirada sostenible y procesos regenerativos. En uno de los terrenos de la hacienda Horizontes, en Circasia, decidieron incursionar en el tema de la hospitalidad.

Esa fue la génesis de Biohábitat —proyecto de grado de González, cuya visión es rescatar y regenerar el entorno en un espacio de bosque nativo en esta parte de la cordillera—, hotel que celebró seis años de operaciones en noviembre pasado y cuya filosofía descansa en una serie de pilares que destacan el amor por la naturaleza, la arquitectura, el diseño y la búsqueda de bienestar. Cuenta con ocho tipos de hábitats, entre master suits, cabañas, aviarios y nidos, que ofrecen experiencias distintas al visitante pero confluyen en el amor por el entorno, la paz y la reconexión.
La experiencia incluye una comida consciente, que se puede encontrar en el restobar Basto, que trabaja el concepto de slow food. “Todo lo preparamos en la cocina desde cero, con ingredientes naturales autóctonos. Tenemos una huerta que nos abastece de verduras y frutas, productos frescos y aliados locales, cuyos procesos son limpios y conscientes”, dice el gerente general, Juan David Jaramillo. Además, durante su estadía el visitante puede hacer expediciones por la región y salidas de alta montaña para caminar por el páramo y respirar bosque.
Cinco sentidos en un fruto
En la hacienda El Vergel, a unos pasos de Barcelona (Quindío), donde hace medio siglo se sembraban café y plátano, Diego Álvarez decidió salirse de la tradición familiar e incursionar en la siembra de cacao, ante los vaivenes del precio del grano y la erosión del suelo.
Este quindiano, tecnólogo en agricultura y quien trabajó durante 30 años en la Federación Nacional de Cafeteros, se puso a estudiar a fondo todo el tema del fruto y encontró que la genética del cacao corría por las venas de su tierra, por lo que comenzó a desarrollar su propia cacaocultura. Fue así como hace nueve años empezó a producir cacao en su plantación, donde lo cultiva en forma orgánica mediante prácticas de agricultura regenerativa; sin embargo, cuando iba a registrar su marca, encontró que existía una con características similares y entonces decidió llamarla Amargura.

“Hace dos años empecé con el tour. Me pareció que hacer una experiencia de cacao nos diferenciaba, y además la gente que nos visitaba quería conocer más el cultivo, la plantación, en fin, todo el proceso. Al mismo tiempo, mi hijo también comenzó a ir a ferias y a mover nuestro producto”, dice Álvarez.
En el tour, que dura cerca de dos horas, se emprende de su mano un viaje por este fruto sagrado. Él, con paciencia y destreza, muestra las bayas que penden del árbol, las cuales, una vez maduras, se recolectan en forma manual. Luego vienen la extracción de la semilla con cuchillo, el deleite al saborear el mucílago, la fermentación y el secado, la limpieza, el descascarillado del grano, el tostado y la molienda. Todo este camino conduce a la cuidadosa elaboración de nibs de cacao y barras de chocolate.
Los tours comenzaron a ser promocionados por los turistas europeos que visitaban la finca y recomendaban la experiencia.
“Esperamos que con este esfuerzo la gente sea consciente de que hay que darles valor agregado a nuestros productos”, argumenta Álvarez, esperanzado en que los paladares se conmuevan con un cacao de origen noble.
Nacimientos de agua, guadua y sabores autóctonos en mitad del Quindío
Y para sellar este viaje por el Quindío, una tierra que no deja de sorprender en cada uno de sus doce municipios, nada mejor que conectarse con el poder del agua, las aves y todo lo que eufemísticamente llamamos naturaleza. El lugar: MuchoSur Quimbaya Natural Lodge, una finca tradicional de doce hectáreas que opera bajo la filosofía conscious travel de la cadena hotelera MuchoSur, y se encuentra escondida en la vereda El Laurel, a diez minutos del municipio de Quimbaya.
Por un sendero de bosque de guadua se llega a una cascada luminosa de 36 metros, un nacimiento de agua en el que se disuelven la ansiedad y la desazón de la vida cotidiana. Entre las experiencias que ofrecen al visitante, además de la gastronomía local, se encuentran masajes como bambuterapia, que se dan con la caña de este árbol, y chocoterapia, con el fruto del cacao. Su filosofía es reivindicar la vida de campo del Paisaje Cultural Cafetero.
Otra recomendación es degustar una verdadera cocina de autor como la que prepara Diana Cerón en el restaurante que lleva su apellido, situado en el norte de Armenia y en Maji by Cerón, en Salento.
Este restaurante se reconoce como un modelo de aprendizaje, en el que se reta a diario a un equipo consolidado con más de siete años de experiencia. “Creo que esto hace a las personas más valiosas y determinadas a la hora de explorar los ingredientes y conocer su origen, y es allí donde entendemos lo que cuesta llegar a un plato. Honramos al agricultor y su extenuante trabajo”, dice Cerón, graduada como tecnóloga en gastronomía del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), quien lleva en la sangre la pasión desbordada de su familia por cocinar. “Y eso solo tengo que traducirlo en la necesidad de hacerlo realidad en un producto final: nuestro menú”.
En honor de su padre, el menú de Cerón enaltece la porcicultura con platos como Baozi, una entrada de bolitas de plátano maduro rellenas de solomillo de cerdo, y como fuertes están la panza en coco, costillas de familia, risotto al pastor y el ramen Macao de cerdo. O el tiradito Cerón, que incluye tres tipos de pescado.

Otra forma de aprovechar estas montañas es contemplar el atardecer desde la terraza que da a un bosque de guadua en La Cabra Loca, un café restaurante donde confluyen los talentos de una familia dedicada al café y la hospitalidad, que comercializa granos de diferentes orígenes —incluida la finca familiar— fabricados sin aditivos ni químicos, con variedades como bourbon rosado, castillo honey y caturra amarilla.
Al calor de un capuchino de La Cabra, preparado con especias como cardamomo, canela y vainilla y ganador de la Ruta del Cappuccino 2023 en el Quindío, puede sentirse que la vida sí puede ser distinta. Las montañas del Quindío nos abrazan cada día y los distintos tonos de verde son un descanso para el espíritu. No son solamente la abundancia de cultivos, el abigarrado concierto de aves al amanecer y a la hora en que el sol se oculta, la niebla de los bosques que impregna el aire; son también la sencillez de la gente de las veredas, el gusto de un café recién molido; un estado de ánimo que invita a quedarse y saborear cada momento.