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Panamá prácticamente se considera una isla, pues un ochenta por ciento de su superficie limita con el mar y buena parte del resto del territorio se encuentra cubierto por vegetación. Así que si busca aventura, naturaleza y calor, este es el lugar perfecto. El avión aterriza en Ciudad de Panamá, pero cuando cruce el puente de las Américas comenzará la verdadera diversión.
Un buen lugar para empezar la aventura queda justo a dos horas de la capital. Se llama Valle de Antón, está ubicado en el cráter del segundo volcán inactivo más grande del mundo y es mágico.
Existen muchos planes para hacer y pasar un rato agradable. Allí hallará desde pozos con aguas termales hasta rocas pintadas por indígenas.
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Para hospedarse recomendamos dos hoteles: uno en el Atlántico y otro en el Pacífico. En la península de Azuero está el hotel Eco Venao. Queda en medio de un proyecto de reforestación de 140 hectáreas y al frente de la playa Venao. Aquí las olas del Pacífico son enormes, así que si lo suyo es el surf, no dude en practicarlo. También puede montar en kayak, a caballo o jugar al voleibol. Si va al Atlántico, en la bahía de Portobelo se encuentra un pequeño hotel llamado El Otro Lado. Se trata de un paraíso ubicado entre el océano, la jungla y los fuertes españoles de la época de los piratas. Como el fuerte de San Lorenzo, que queda muy cerca, y es considerado uno de los más antiguos de América.
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Si los días le alcanzan, entonces no deje de visitar Coiba y los archipiélagos Bocas del Toro y San Blas. Coiba es la isla más larga de Centroamérica y el cielo para los amantes del buceo. Ubicada en el océano Pacífico, está dentro del parque nacional que lleva su mismo nombre. Antiguamente era una prisión, pero hoy en día se considera un santuario de la naturaleza.
Un poco más turístico es el archipiélago Bocas del Toro, que se encuentra en el extremo occidental de Panamá. Lleno de bosques húmedos, manglares y pantanos, puede practicar snorkeling, buceo o kayak; ver el anidamiento de tortugas, visitar a los indígenas ngobe y hasta bailar en alguno de los bares que hay a orillas de la playa –hay para todos los gustos–.
Y, finalmente, el archipiélago de San Blas, un lugar donde solo hay isla tras isla, de arena blanca y mar Atlántico. ¡Hermoso! Están bajo el control de la comunidad indígena de los kunas, que protegen su tierra del turismo masivo, razón por la cual sus aguas aún son prístinas y tranquilas.