Lucas Restrepo, semillas,
Foto: Cortesía Alianza Biodiversity & CIAT
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Conozca a Lucas Restrepo, el antioqueño que salva millones de vidas a través de las semillas

Este colombiano dirige la alianza Biodiversity & CIAT. Afincado en Roma, viaja por el mundo en busca de soluciones desde la ciencia y la agricultura para nutrirnos y sostener el planeta.
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marzo 10, 2025
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Sería un viaje emocional que reafirmaría su elección de vida. Juan Lucas Restrepo viajó a Uganda, en el centro de África, y aterrizó en Kampala, su capital, una de las ciudades más pobres del continente. No iba a visitar el lago Victoria ni a conocer hipopótamos o leones, como cualquier turista. Su interés era entrar en contacto con las comunidades rurales para avanzar en una solución al más importante producto de alimentación de sus habitantes: el plátano.

Con esta fruta se prepara la principal comida del país, el matoke, un delicioso plato de color amarillo que se machaca y acompaña diversos guisos. No hay ugandés que no lo coma y lo celebre. Sin embargo, la pobreza ha aumentado el déficit alimentario en el país, y la carencia de vitamina A es alta. Las consecuencias funestas van desde ceguera infantil hasta sarampión y diarrea. Los menores de cinco años son los más afectados.

Lucas Restrepo,

Lo que hallaron los especialistas de la alianza Biodiversity & CIAT, con la dirección de Lucas Restrepo, fue que el plátano que comían no tenía las suficientes vitaminas. Consciente de que en la variedad está la riqueza, los científicos investigaron otros bananos, casi desaparecidos, y encontraron unos que contenían las vitaminas diarias recomendadas en una sola ración. Un equipo de agrónomos aseguró la cosecha natural de estas variedades.

En un país cuyos habitantes comen en promedio casi 400 kilos de la fruta al año, y en el que estos plátanos verdes medianos se cocinan al vapor para lograr el matoke, los científicos mediaron para que la nueva variedad gustara por sus características y sabor, y tuviera un alto impacto en la salud alimentaria.

En su viaje a Uganda, Restrepo probó el matoke de las nuevas variedades y habló con los productores de la riqueza global de las especies de plátano —unas 1.700 en el planeta, que se conservan en tubos de laboratorio en Lovaina (Bélgica)—; ahora sigue de cerca las muestras enviadas desde un colegio piloto, en el que los estudiantes se alimentan de la fruta que les proporciona la vitamina A y los protege de las enfermedades.

“Eso es lo más lindo de todo —dice—. Ir a campos y pueblitos, a comunidades de pescadores, o comer con las personas en Uganda, y encontrar soluciones desde lo alimentario para que el mundo sea un mejor lugar para vivir”. En Uganda, tras la alegría de comer matoke, reconoció el poder de su elección de vida.

Lucas Restrepo y las semillas que cambian vidas

Eso es lo que hace Lucas Restrepo desde su cargo como director de la alianza Biodiversity y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT). Con más de quince centros de investigación y bancos de semillas en el mundo, mejoran las condiciones para los agricultores y, por ende, para todos. Que lo diga otro de sus proyectos bandera: las semillas de fríjol que han cambiado la vida de más de 37 millones de agricultoras en África.

Estos programas generan hoy fríjoles naturalmente fortificados con hierro y zinc, resistentes a sequías, plagas y enfermedades. Los granos mejorados son cultivados en su mayoría por mujeres, lo que fortalece las economías locales, y los consumen hoy 300 millones de personas, solamente en África. Además, permiten el resurgimiento de poblaciones de insectos benéficos y generan diversidad. Estos fríjoles se están implantando también en Colombia para mejorar la seguridad alimentaria, intercalados en las plantaciones de café.

La vida de Restrepo está ligada a la vegetación en todas sus formas. No hay pregunta que no derive hacia su relación con la naturaleza, la alimentación o las plantas. Su relación con el territorio está ligada, inevitablemente, a la búsqueda de soluciones.

“Estuve en el Vichada hace unas semanas. Me metí en una hondonada en una sabana intervenida, en la que hay tierras que se lavan permanentemente a causa de la lluvia, y por eso queda poca capa orgánica. Cuando vi las brachiarias sembradas por la alianza para mejorar el forraje tropical y la producción de leche y carne, encontré que había raíces que llegaban a los dos metros de profundidad, más menos lo que yo mido. Ahí ya no hay mucha actividad microbiológica, por lo que comprendí que son fábricas de captura de carbono. Antes mirábamos las plantas en su parte aérea, y ahora las miramos por su interacción en el suelo. Ahí hay otra solución global”, explica Restrepo.

Su conexión con la tierra

Juan Lucas Restrepo proviene de una familia francoantioqueña. Su mamá, francesa de nacionalidad, nació en el Magreb, en Marruecos, de padres argelinos y marroquíes, y vivió en Madagascar. Su papá la conoció cuando ambos coincidieron en sus estudios en Francia. Posteriormente, los dos se establecieron en Antioquia. Restrepo heredó la reciedumbre paisa y su acento, creció en un entorno conservador y local, de campo y fincas, pero adquirió la capacidad de entender la globalidad gracias a su madre.

“Mi infancia fue de fincas. Cuando salíamos del colegio nos íbamos a alguna en Antioquia, los Llanos o la Costa. Era un niño que tenía de amigos a los hijos de los labriegos. Vivía metido en las marraneras, en el ordeño, en contacto con la cultura campesina. Es paradójico, porque fui una persona privilegiada en cuanto a colegios y universidad, pero siempre estuve conectado con lo rural. Mi familia paterna, en sus orígenes, fue humilde, y la cultura de mis padres nunca fue de viajes ni de privilegios, sino de aceptar que somos parte de un contexto y de una procedencia. Eso me marcó”.

Lucas Restrepo,

Su mamá también influyó en esa visión, porque el origen de ella fue aún más humilde. Sus abuelos maternos fueron profesores de escuelas rurales en África, donde los niños estudiantes vivían en la carencia. En Madagascar, su abuela les hacía almuerzos a los alumnos de la escuela para que pudieran nutrir el estómago, además de la mente. “Un día, a mi abuela se le mezclaron en una bolsa el arroz y el azúcar, y estuvo por horas entre lágrimas separando cada granito de arroz para no perder la inversión que había hecho para los niños”. Por ambos lados, Restrepo tuvo una educación de cuidado con los excesos, austeridad y valoración.

Estudió ingeniería, se enfocó en la agricultura y cursó en Estados Unidos una maestría en Economía Agrícola. Fue director de Política Sectorial del Ministerio de Agricultura y lideró la corporación Agrosavia, además de llegar a ser gerente comercial de la Federación Nacional de Cafeteros. Ya en el ministerio se sentía en su salsa porque podía ir a campos y pueblos, a comunidades de pescadores y a visitar productores de café.

Aún hoy, viaja por el mundo y tiene poco tiempo para detenerse. Pero acude a la tierra, en su apartamento en el centro histórico de Roma, en un ático oscuro que sin embargo cuenta con una terraza. En ese espacio de naturaleza, Restrepo ha decidido sembrar plantas para manejar el estrés y la presión. “Entiendo cuándo es la semana para sembrar los tomates, el momento de podar los limones, echar agua o abonar. Ese pedacito de tierra me devuelve a mi centro y me realinea la cabeza”.

De resto, su vida es de intenso agite, pero él sabe que ayuda a transformar el mundo a partir de los sistemas alimentarios. Países como Vietnam ya tienen alineados los ministerios para avanzar en esas transformaciones. Otros, maduran apenas en la búsqueda de soluciones a sus problemas. Algunos, como Colombia, toman decisiones conscientes en ese sentido, como poner impuestos a las bebidas azucaradas y cambiar los hábitos de consumo. Todo suma.

semillas, Restrepo

En su vida, ningún día se parece a otro. Un día puede estar en Honduras trabajando en paisajes multifuncionales, o abordando el manejo de las cuencas hidrográficas. O en Perú, donde a partir de modelos en laboratorio trabaja con los sectores públicos para tomar decisiones encaminadas a desarrollar servicios ecosistémicos relacionados con el agua, como con el Ministerio de Ambiente; o escribe, como hizo hace poco, para el diario The Independent, sobre la desertificación porque cree que simplificar la ciencia es una buena manera de permitir que el público acceda al conocimiento. Su esposa, la periodista Marta Orrantia, es su editora implacable desde la época en que llegó a escribir 115 artículos para el diario Portafolio.

Un día puede saltar a la República Democrática del Congo, para tratar de negociar avances científicos y evadir los sistemas de corrupción, y al siguiente se conecta con los científicos de Malasia o Kenia para indagar sobre los avances de sus laboratorios y centros de investigación. No para en su búsqueda de cambios de paradigma de la alimentación para modificar el actual modelo de vida.

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