Luma, breaking colombiana.
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La inspiradora historia de Luma: la colombiana que es la mejor bailarina de Breaking de Latinoamérica

La colombiana Luisa Fernanda Tejada, más conocida como Luma, es la mejor bailarina de breaking de Latinoamérica. Estuvo a las puertas de los Olímpicos y ha ganado a nivel global y panamericano grandes torneos. Esta es su historia.
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septiembre 30, 2024
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El Bronx, en Nueva York, no era nada fácil en los años setenta. Los jóvenes que querían expresarse estaban rodeados de cemento, edificios y asfalto. Las bandas que los invitaban a unirse a sus filas apelaban a la violencia. En la Gran Manzana se hablaba de guetos y había batallas entre barrios. Por fortuna, existía la música. 

Tampoco era fácil crecer en las comunas de Medellín en los años noventa. Los jóvenes que querían expresarse estaban rodeados de narcotráfico, pobreza y asfalto. La ciudad se dividió en bandas que apelaban a la violencia. En la capital antioqueña se popularizaron la muerte y las batallas territoriales entre comunas. Por fortuna, existía el arte.

En Nueva York, los jóvenes Zulu Kings formaron la primera tripulación (crew) en 1973, buscando interpretar los pasos de baile del popular cantante James Brown. Los DJ usaban su sonido funk y enfatizaban en los breaks, o pausas, en los que la parte rítmica de la canción sonaba sin acompañamiento. Los más hábiles se retaban a demostrar sus habilidades. Cada esquina del Bronx tenía jóvenes ágiles que batallaban con danza y tenían sus propios códigos de vestuario.

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Foto cortesía RedBull.

En Medellín, en la primera década del nuevo siglo, Luisa Fernanda Tejada era una niña de doce años cuando vio cómo, a una cuadra de su casa, bailaban un género que conectó con su poder expresivo. Ella, que sabía de su talento para el baile, sintió que allí había un enorme poder para expresarse. Con la influencia del grupo Crew Peligrosos, entendió que podía ser una breaker (b-girl), azotar el cemento de las escarpadas calles de su urbe y batallar desde su talento personal.

Las batallas de la vida

Tejada dio sus primeros pasos en el breaking a los dieciséis años, en el barrio Aranjuez. Cuando pisó 4 Elementos Skuela por primera vez, sintió como si llegara a un nuevo hogar: era un espacio creativo para quienes huían de las pandillas y optaban por la creatividad. Cerca de cuatrocientos adolescentes iban y venían por las aulas. Se trataba de una iniciativa de Henry Arteaga y su grupo Crew Peligrosos para llevar alguno de los cuatro elementos del hip-hop (DJ, graffiti, rap y breaking) a los chicos desfavorecidos. 

El alma rebelde de Tejada se conectó allí con el espíritu del hip-hop: podía expresarse, ser más libre y contestataria, liberarse del cemento y hacerlo suyo, a su manera. 

Cuando llegó, las b-girls habían ganado espacio, lo que se traducía en apoyo a las chicas que quisieran sumarse. Luisa Fernanda tenía disciplina y ganas, pero carecía de recursos para moverse desde la comuna 3 hasta la comuna 4. Sin dinero para el transporte, se veía obligada a caminar a altas horas de la noche para no fallar a su cita con la danza. Su familia se comía las uñas pensando que algo malo pudiera sucederle.

Luisa trabajaba desde los trece años en un almacén de zapatos con su tía para ayudar a sostener a su familia de diez mujeres, y asistía a su colegio en la tarde, hasta las 7:00 p.m. 

Consciente de que debía romper el círculo de embarazos prematuros y sueños truncados de los miembros de su familia, se empecinó en sumarse a las clases de breaking. Llegaba a las 7:30 p.m. y cumplía con sus lecciones, contra viento y marea. Terminaba volviendo a las 11:00 p.m. a su casa, cruzando fronteras invisibles, solo para despertarse pocas horas después a hacer tareas y seguir avanzando en sus deberes.

Como el breaking, donde los competidores se enfrentan en batallas de baile, la vida también la aguardaba con luchas diarias. 

La primera fue renunciar a tiempo de calidad con su familia; su mamá la había criado sola y la situación era precaria, por lo que desde niña entendió que debía aportar. La segunda era el tiempo: estudiaba los años finales del bachillerato en un colegio que le permitía cursar una carrera técnica. De ahí salía, en traje de oficina y tacones, a sus entrenamientos. 

Pero su mayor batalla era cambiar su destino. No quería seguir malos pasos, sino cambiar la historia de su hogar, por lo que no contempló la idea de trabajar en una oficina de sol a sombra y se enfocó en su arte. Había visto a su madre correr de un lado al otro, con horarios convencionales, y supo que haría algo distinto. Entonces no sabía qué, pero sí otra cosa.

Un hecho de la vida fue determinante para perfilar su futuro: falleció su prima de veintisiete años, madre de dos hijas. Con ella trabajaba en el negocio de los tenis, en la zona aledaña al Palacio Nacional. La pérdida la fracturó por dentro: su prima había vivido poco y ya no estaba. “No quería terminar mi vida así, ni que mi vida fuera así de fugaz. Fue un momento muy difícil”, recuerda. Se sacó el dolor bailando. Y bailando entendió que solo quería bailar.

Y lo hizo a pesar de los conflictos urbanos, que no eran pocos. Siguió bailando, a pesar de que hubiera balaceras en las calles. Danzó, incluso normalizando como rutinario que hubiera muertos en las esquinas o tiroteos entre bandas. Giró, aunque tuviera que retrasarse en el regreso a casa por disputas territoriales entre pandillas. No dejó de bailar, así volviera cansada por las pendientes de Manrique. Se empecinó en continuar porque esa batalla era por sí misma.

De Luisa a Luma

A los seis meses de haber entrado a 4 Elementos Skuela, ya batallaba. Adoptó el seudónimo de Luma porque le resonó y lo sintió afín. Años después aprendió que significaba luz, y supo que la elección del nombre no había sido casual.

“No tenía miedo a nada”, dice. Lo demostró cuando al año ganó su primer nacional. Gracias a la Skuela tuvo apoyo para su primer viaje, consiguió su pasaporte, y a su lado aprovechó el enfoque administrativo que había aprendido en su colegio para abrirse campo y apoyar eventos logísticos, dar clases y recibir un sueldo. Para sostenerse, vendía ropa urbana y gorras. 

Cuando comenzó a viajar, el negocio de la ropa le proporcionó un colchón para vivir. Durante cuatro años siguió vinculada a 4 Elementos, compitiendo y ganando, con el sueño de comprarse una moto para dejar de sufrir por el transporte. Estaba a punto de hacerlo cuando se mudó de casa y tuvo que invertir los ahorros en adecuar su nuevo hogar. 

En 2014 pudo comprarla, pero justo entonces comprendió que competía poco en las categorías femeninas porque no había tal número de mujeres como para crecer en las batallas. Decidió mudarse a Bogotá para subir su nivel, pero la adaptación no fue fácil debido al tráfico imposible, el frío y la soledad. Se quedó cerca de tres años en la capital, compitiendo cada fin de semana y ganando confianza. Cada día se sabía y se sentía  mejor.

Fue en 2018 cuando empezó a viajar fuera del país. Su terquedad la llevó a asistir al evento Temple Rock en Orlando (Estados Unidos), en el que había financiación solo para la categoría masculina. Vendió su moto para pagar su tiquete de avión, pero pidió apoyo con los hospedajes y la inscripción. Insistió tanto que consiguió ese apoyo y se midió por fin con los mejores en el ámbito internacional. 

Ganó. Aquel fue el primer título internacional de una colombiana. Vencer en un evento de esta clase tras tanto tiempo lejos de casa y luego de afrontar dificultades económicas significó el espaldarazo que necesitaba su espíritu inquebrantable. Supo que había tomado la decisión correcta. A la semana siguiente compitió de nuevo y llegó al top 16.  

“Cuando volví de Estados Unidos, ya no era solamente una bailarina. Cambié todo de mí: alimentación, hábitos, e incluso mis amistades. Me dediqué a fortalecer el cuerpo porque quería estar a la altura de las mejores atletas de alto nivel. El breaking me hace sentir segura y empoderada, así como orgullosa de lo que hago y soy”, anota Luma. También bailaba para demostrarle a la familia que hacía lo que amaba.

Entre lesiones, la infaltable escasez económica y un distanciamiento con los miembros de su familia —que no comprendían su ausencia y su decisión de irse de casa y tener su espacio de baile personal—, la vida de Luma pasó a un plano global. Viajó a competir a India, Francia, Alemania y Brasil. En un evento en línea internacional, le ganó la batalla final a su mejor amiga. “Yo estaba triste porque ella perdió”, señala. Un gesto que dice mucho de su personalidad. Comenzó a acumular trofeos y se convirtió en la mejor de Latinoamérica.

En un punto dado de la vida, después de la pandemia, vivió uno de los momentos más tristes de su acelerada existencia. En 2021 no tenía adónde llegar: había dejado de tener una casa y dormía en una colchoneta en la escuela de hip-hop de Medellín, que nunca dejó de apoyarla. Tras un proceso de acercamiento, su familia por fin entendió lo que ella hacía y Luma volvió a casa. 

Fue cuando apareció en el calendario la posibilidad de ir a los Juegos Olímpicos, un compromiso que obligaba a Colombia a crear una federación con ligas y clubes. Luma, en ese camino de sueños, consiguió el oro en los Juegos Panamericanos de 2023. Ya era una atleta de alto rendimiento.

Lo que vino a su vida con los Olímpicos fue un proceso de batalla desde su arte y oficio, pero también desde la burocracia. El país apeló a la Federación de Danza Deportiva para poder validar el breaking como disciplina, mientras se creaban ligas departamentales. Colombia generó eventos para sacar un ranking nacional. Luma ganó tres veces, pero no estaba enlistada en una liga, lo que no le valió para clasificar. Antioquia no llegó a tiempo a crear la suya, hasta que finalmente la Liga de Boyacá la apoyó. 

Decidida a competir en el exterior para entrar en los rankings mundiales, invirtió sus propios ahorros para viajar a participar en torneos en Brasil, Portugal y Japón, con tal de estar al máximo nivel y disputar los cupos. Tuvo que adaptarse al sistema olímpico, pero aun así alcanzó a estar en el top 9. Apenas había tres cupos disponibles para asistir en representación de Colombia, del total de 16 que se abrieron a escala global para los Olímpicos. Los sistemas clasificatorios le negaron la opción, pero probó su nivel al lado de las mejores.

La visibilidad le significó el apoyo de Red Bull, Visa y una fundación local. Ahora piensa ir a los World Games, a los Red Bull Latam, y bailar mientras la salud se lo permita. Vegetariana, positiva, amorosa y conversadora, disfruta el tiempo que pasa en casa. Su deseo es estudiar fisioterapia, comprarse una casa y cambiar su calidad de vida.

Por su parte, defiende a Raygun, la b-girl australiana que sufrió una campaña de odio de los medios por su participación en los Juegos Olímpicos. “En un deporte solidario como el breaking respetamos todos los estilos. La hemos apoyado. Ganó su derecho a participar por su continente y seguiremos con ella”, aclara Luma. 

¿Qué la hace distinta? “Lo que me hace buena es creérmelo. Cada paso que hago es único, mío. Transmito mi carácter único y creativo. Soy una b-girl completa, muy versátil en los movimientos”. 

También la hacen distinta su perseverancia, su sensibilidad, y la convicción vital que sembró cuando era aún una niña de que su vida sería diferente. 

Lo es, Luma. Lo es.

(Para leer más: “La esperanza está en la resistencia de lo minoritario”: Mario Mendoza )

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