Prado Veraniego es un barrio al que suelo ir con mi papá a hacer mercado. Allí conseguimos de todo: pollo y carne a buen precio, excelente variedad de frutas, verduras… Incluso, en diciembre es nuestro destino para comprar las siete hierbas que usamos en los rituales de limpieza. Mi papá conoce el barrio de punta a punta y sabe exactamente dónde encontrar cada cosa.
En cuanto a restaurantes, en Prado Veraniego es común encontrar buen pollo asado o almuerzos corrientes, pero no es un lugar donde uno esperaría descubrir una propuesta de cocina internacional. Sin embargo, Bogotá —con sus constantes sorpresas— demuestra una vez más que es una ciudad donde todo puede pasar.

Kinjo: en mitad de Prado Veraniego
En medio de este barrio bullicioso y dinámico, al norte de la ciudad, hay un restaurante que rompe los esquemas tradicionales de la cocina asiática en Bogotá: Kinjo. Su propuesta gastronómica fusiona técnicas y sabores de Japón, Corea, China y el sudeste asiático con ingredientes y sazones latinos de países como Perú, México, Colombia, Cuba e incluso algunos toques europeos.
El nombre del restaurante no es casual. “Kinjo” significa “barrio” en japonés, y refleja la esencia del lugar: cercanía, calidad y calidez. En Kinjo, los ingredientes frescos se combinan con un servicio atento y relajado que hace sentir al comensal como en casa, mientras explora sabores nuevos y sorprendentes.
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Fui con mi esposa y mi bebé una tarde de sábado, y tuvimos una experiencia deliciosa. Probamos varios platos del menú y quedamos satisfechos tanto de paladar como de barriga. Desde entonces, hemos pedido a domicilio en varias ocasiones, especialmente sushi. Confieso que soy exigente con el sushi —más aún cuando se trata a domicilio—, pero Kinjo supera las expectativas en frescura, sabor y presentación.
La idea del restaurante nació de un largo proceso de investigación, viajes, ensayos, errores y aprendizajes. El resultado es un menú centrado en el umami —ese sabor profundo e inconfundible— y en la filosofía goshiso, que en japonés alude a un manjar o comida sabrosa.
La recomendación en Kinjo es pedir varios platos al centro de la mesa para compartir, lo que fomenta una experiencia social donde los sabores y las texturas se entrelazan. Entre los más populares están los Tacos Nikkei —una explosión de mariscos con leche de tigre y spicy mayo— y el Bibimbap, clásico coreano servido en bowl de piedra volcánica con lomo bulgogi, vegetales, arroz y gochujang. Pero el plato favorito de la casa es el Udon Batayaki, con fideos japoneses gruesos, hongos, togarashi y lomo en salsa teriyaki.
Para disfrutar al máximo, en Kinjo sugieren dejarse llevar: pedir al centro, perder el miedo al pescado crudo y acompañar con té japonés, shochu o sake. La clave está en confiar en el equipo y abrirse a una experiencia que va más allá del plato.
El concepto de Kinjo también se refleja en el diseño del lugar: una cocina abierta, una plancha teppanyaki para diez personas donde se puede disfrutar de un show culinario, murales urbanos, grafitis, neones y plantas que ambientan el espacio sin pretensiones. “Queríamos algo urbano, cómodo y cero fancy”, explican sus creadores.

La ubicación tampoco fue al azar. Prado Veraniego es un barrio auténtico, con fuerte tradición gastronómica criolla y una actividad comercial vibrante. Al instalarse allí, Kinjo quiso ofrecer una propuesta de alta calidad a un público abierto a nuevas experiencias, pero que valora la cercanía y la honestidad en la cocina.
La mezcla cultural de Kinjo también se refleja en su cadena de abastecimiento: ingredientes locales como el atún fresco, langostinos y camarones del Pacífico colombiano; soja y miso producidos en Palmira, Valle del Cauca; salmón chileno, mariscos peruanos y trufas europeas ajustadas a las estaciones del año.
Así que la invitación es a vivir la experiencia de Kinjo y, de paso, recorrer Prado Veraniego para descubrir todo lo que este barrio tiene por ofrecer.
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