Publicado originalmente en Revista Diners No. 157 de abril de 1983
Popayán en ruinas
En la mañana del pasado 31 de marzo, jueves Santo, un terremoto de 7 a 8 grados en la escala Mercalli, sacudió la región de Popayán, ocasionando la muerte a 250 personas, dejando más de un millar de heridos, más de 100.000 damnificados y perdidas materiales que superan los 50.000 millones de pesos.
Hay en Popayán una canción que tiene vigencia a todas horas. Se canta en la escuela, en los paseos, en las horas de la alegría, cuando viene la tristeza. Quizás no existan para los payaneses otras estrofa s más evocadoras. Se las dejaron Julio Arboleda y Javier Vidal.
Seguramente en estos días mientras las grúas y las palas cumplen el desolador oficio de remover los escombros de la ciudad, los templos, los colegios, la casa del rico y la casa del pobre, los payaneses la musiten como si se tratara de una plegaria:
«Qué bello que dora
los campos el sol
y el cielo colora celeste arrebol,
sublime grandioso se muestra el volcán
y al pie cuán hermoso se ve Popayán».
Popayán fue edificada sobre la delicia de su clima. El sabio Caldas lo consideraba invención de los poetas. Belalcázar y su tropa llegaban desollados después de atravesar el valle del Patía, y de súbito se encuentran con una campiña risueña. Sin vacilar el adelantado decide fundar en ese sitio la ciudad. La gente de España siente que el aire la cura y la anima, y bendice al cielo por tanto beneficio. A lo cual se debe agregar que encuentran entre los nativos la mejor hospitalidad; les ofrecen maíz, mantas y, sobre todo, paz. Los cronistas de la Conquista refieren que en aquel lugar abundaban maderas nobles que dejaban perfumadas las manos de los carpinteros. El adelantado ordena se diga una misa en el altar de los campos y clava la tizona en tierra en señal de posesión. Y comienza la historia de la ciudad. Será dura, paciente y codiciosa.
Pero acontece que los tejados pardos, la espada que duerme su sueño de acero en el museo, el gusto de sus hijos por la historia, confunden y aún ocultan el alma verdadera de la ciudad, que siempre ha sido juvenil, en el sentido de que, ante todo y sobre todo, ha buscado con vehemencia las salidas hacia el porvenir. Caldas y Torres cambian su cabeza por el hallazgo de la libertad para los colombianos. Antes, en la Colonia, el poderoso y el humilde levantan la hermosísima floresta de las torres y las cúpulas que ahora han caído bajo el feroz golpe del terremoto: la Catedral, San Francisco, San Agustín; Santo Domingo, La Encarnación y Belén. Todas como si hubieran sido descuajadas de raíz. Jamás fue tan cruel la naturaleza con la tierra donde viven los hombres.
Sólo que Popayán no se rinde. Su espíritu juvenil que le enseñó, entre otras cosas, la paciencia, la sacará adelante. Ya ha comenzado su resurrección. Es cierto que con los ojos cargados de lágrimas, pero eso sí, con una voluntad indomable. Bajo las ruinas y entre las ruinas, ¡quién lo creyera!, se trabaja con alegría y esperanza. Los payaneses adivinan en el futuro la nueva, la segunda Popayán. Con todas sus torres, con los desfiles de la Semana Santa, con los conciertos de música religiosa, con los pesebres de trapo de Emérita Malo, con las chirimías, con aquella infancia que se asoma sorprendida a contemplar las ruinas, y en cuyos rostros desdibujados por la edad temprana ya asoma el futuro, ya asoma el Popayán resucitado, renacido de sus ruinas y sus lágrimas.
(Publicado originalmente en Revista Diners No. 254 de mayo de 1991)
Popayán Renace
Por Juan Carlos Iragorri
El terremoto la redujo a escombros. Propusieron reconstruirla en otro lugar. Ocho años después, y en su mismo sitio, Poapayán renace de los escombros.
Así como en Semana Santa cargan con entusiasmo pesadas imágenes sobre sus espaldas, los popayanejos de hoy están empeñados en meterle el hombro al futuro de su ciudad.
Después del terremoto que la destruyó el 31 de marzo de 1983, Popayán es otra cosa. No sólo reconstruyó el 75 por ciento de su centro histórico, sino que ofrece perspectivas económicas importantes.
La reconstrucción fue obra de titanes. Su éxito, que el caminante observa al primer golpe de vista, se debe a los 23.000 millones de pesos invertidos y al apoyo de la ciudadanía. «Levantar las edificaciones no fue trabajo de pocos. La Corporación para la Reconstrucción y el Desarrollo del Departamento del Cauca (CRC) cumplió su cometido. Y la población entera colaboró. Es difícil encontrar a alguien aquí que no sepa qué es una viga de amarre o cómo se hace un cierre de tejado dice el arquitecto Luis Eduardo Ayerbe, quien fue asesor del alcalde de Popayán para la reconstrucción del sector histórico de la ciudad.
Ayerbe dice que las edificaciones están en su lugar porque las gentes de la capital caucana viven la tradición: “Desde las 8 y 13 de la mañana del jueves Santo en que ocurrió el sismo, los popayanejos raizales, congregados en el Parque de Caldas, decidimos reconstruir todo en el mismo sitio. Ni siquiera le prestamos atención al concepto de urbanistas extranjeros, que aseguraron que la Popayán del futuro debía ubicarse en otra zona». Por ejemplo una matrona local, Aliria Maya Latorre, le pidió a su hijo Carlos, ingeniero: «Por favor, no me vaya a dejar conocer el lote de la Torre del Reloj».
El proceso de reconstrucción causó polémica. Varios arquitectos dicen, por ejemplo, que las paredes de las casas de la zona histórica debieron pintarse con colores, como en la antigüedad. Otros advierten peligros: »Sólo el cinco por ciento de esa zona se encuentra habitada –dice el restaurador Tomás Castrillón Valencia- . Lo cual convertirá al centro payanés en ciudad – oficina, con graves problemas de inseguridad.
Tres edificios representativos de la villa se hallan agrietados todavía: las iglesias San José y San Francisco, y el Teatro Municipal. Y hay algo que llama la atención: frente al templo de San José, la señora Luz Álvarez instaló un puesto de venta de empanadas de pipián, cuyas ganancias se han destinado íntegramente a reconstruir la iglesia.
El «patojo»
Esa actitud altruista sirve para describir al payanés. El »patojo», como también se le conoce, admira más la cultura de las personas que el dinero que posean. «Recuerda a los poetas; no a los financistas. Y prefiere arreglar el alero de una casa vieja a construir un edificio de tres pisos», escribe Álvaro Burgos, periodista caleño de nacimiento pero payanés por adopción.
La sencillez le llega al popayanejo hasta el tuétano de los huesos. Es austero, culto, de conversación interesante y formidable anfitrión. Si un visitante entra a mediodía en un hogar característico de la ciudad, es invitado a almorzar, sin que importe cuántos comensales se sienten a la mesa.
Por eso no fue raro encontrar, un Viernes Santo, en una casa tan típica como la de Stella Simmonds de Perafán, a quince o veinte personas hablando de esta vida, de la otra y hasta de Marilyn Monroe, con el dramaturgo estadounidense Arthur Miller. Fue esa una tertulia deliciosa y larga. El almuerzo y la cena se unieron sin que los comensales abandonaran su puesto en el comedor. Miller dijo que estaba allí con el propósito de recoger ideas para escribir sobre Popayán
El que vive en Popayán almuerza siempre en su casa porque le queda tiempo. Va a su finca a veranear en los meses de calor. Toma aguardiente y rasga la guitarra. Contempla perplejo unos atardeceres repletos de arreboles. Se desvive por comerse una granadilla del quijo -fruta que únicamente se produce allá-. Y goza charlando con sus amigos, en mangas de camisa, sentado en una banca del Parque de Caldas bajo rododendros, madroños y araucarias.
La temperatura de la ciudad, consecuencia de los 1737 sobre el nivel del mar, hace la vida apacible. El promedio es de 19 grados centígrados. Jamás se presenta un calor insoportable o un frío riguroso. Quizá tal circunstancia motivó a Francisco José de Caldas a escribir sobre el clima »parece como inventado por los poetas».
Ese ambiente acogedor embrujó a Sebastián de Belalcázar y lo indujó a fundar la ciudad el 13 de enero de 1537. Y tal vez eso mismo, sumado a la estratégica localización comercial del poblado, por cuanto era a la mitad del camino entre Quito y Santafé, atrajo a diversas familias poderosas hacia Popayán.
De ellas, la familia Mosquera fue la más influyente. Es la única en la historia de Colombia que ha tenido en sus manos. al mismo tiempo, los poderes político, económico, religioso y social.
Cuando el visitante transita por la ciudad y recorre la Calle de la Pamba, hace memoria de muchos próceres. En esa caminata pasará frente a las blancas casas en que nacieron Caldas, Francisco Antonio Ulloa, Tomás Cipriano de Mosquera, Julio Arboleda y Silvestre Ortiz, o en las que vivieron las familias de Camilo Torres o Guillermo Valencia. En esa calle «se concentra toda la historia de Colombia», dijo Silvio Villegas.
Cualquier caminata por el centro conducirá al visitante, de modo inevitable, a la Universidad del Cauca. En torno de ella la ciudad ha girado a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Es un centro educativo público que ha visto desfilar por sus aulas a 16 presidentes de la República. Allí estudian la mayoría de los jóvenes de Popayán y un número considerable de provenientes del suroccidente del país.
La universidad alberga a seis mil estudiantes en siete facultades. Dirige, además, alrededor de cien proyectos investigativos, que realiza en conjunto con organismos internacionales y nacionales.
Tropiezos y economía
Imposible sería que el panorama payanés fuera sólo prosperidad. Hay problemas. Las palabras del alcalde, Víctor Gómez Mosquera, recuerdan la frase de Guillermo Valencia: «Aquí siempre nos sobra un déficit».
El alcalde dice que «el municipio es pobre». En 1990 los ingresos de la ciudad, que tiene 191.000 habitantes. fueron de 1.882 millones de pesos. Ya 31 de mayo de 1991 la deuda pública con el sector bancario era de 1.503 millones.
Las posibilidades de trabajo no son alentadoras por el momento. Como el Estado es el máximo empleador en el departamento, a sus puertas tocan los recién egresados de la universidad. En pocas ocasiones reciben una respuesta favorable. El municipio a duras penas emplea a 650 funcionarios.
¿Cuáles son entonces, las perspectivas económicas importantes de Popayán? Cuatro empresas de gran envergadura: Carvajal, la Cooperativa Lácteos Puracé, Empaques del Cauca e Icobandas.
Carvajal tiene la ciudad tiene en la ciudad desde hace 20 años una de sus dos plantas productoras de libros animados. Allí se da empleo a mil personas, aproximadamente. «En su mayoría son mujeres», según Rodrigo Bueno, gerente general de la División Manufacturas Colombia de esa compañía. El ciento por ciento del material fabricado se exporta. Estáeditado en 22 idiomas, entre ellos el finlandés. el afrikaans y el catalán.
La Cooperativa Lácteos Puracé pasteurizadora a escala nacional fue la primera en adicionar la leche con vitaminas A y D; y con sus camiones refrigerados cubre el 50 por ciento del mercado de Cali. Empaques del Cauca es una de las tres más grandes firmas de empaques de cabuya en el país; ahora estudia la posibilidad de fabricarlos de polipropileno. Asu vez, Icobandas se ha erigido en la empresa número uno de su Ramo en Colombia: ocho de cada diez bandas o correas transportadoras que se utilizan en el territorio nacional tienen su marca de fábrica. Y en Caloto, Propal invierte 40 millones de dólares en su planta número dos, que entrará en operación el año entrante, producirá 240.000 toneladas anuales de papel y ofrecerá 1.200 empleos directos. .
El turismo es un renglón interesante para la ciudad desde el punto de vista económico. Los viajeros vuelven sus ojos hacia Popayán durante sus procesiones de Semana Santa -completamente distintas de las de Sevilla, España-. Por esa misma época se realiza el Festival de Música Religiosa, que se celebra desde 1964.
La reactivación económica se refleja inclusive en el periódico doméstico, El Liberal. Fue adquirido el año pasado por un grupo que encabeza el diario bumangués Vanguardia Liberal. El matutino de Popayán dio así un salto como de la mula al jet: tras 52 años de utilizar linotipos, el 30 de septiembre anterior entró en la era del computador, con 4.000 ejemplares”, según Carlos Alberto Cabal, el gerente.
La agricultura recibe especial atención. En la meseta de Popayán se cultivan ya 300 hectáreas de morera, con el fin de alimentar gusanos para producir seda. Varias empresas del sector se han constituido, algunas de las cuales, como Coseda, tienen, en calidad de accionistas, a compañías de Corea del Sur.
Los sembrados de espárragos prosperan en fincas vecinas. Sus cultivadores piensan lanzar al mercado, en 1992, 510 toneladas. Estudios de la firma estadounidense Pilisbury descubrieron las bondades de esos terrenos para este renglón. Paralelamente, 110 hectáreas de macadamia, variedad de nuez más cara que el pistacho, crecen en inmediaciones de Timbío. La macadamia es originaria de Australia, pero más popular en Hawai. La primera cosecha se recogerá en tres años y medio. El suelo volcánico favorece este cultivo. Por otra parte, el departamento tiene la segunda área potencial en el país para el cultivo del café, después de Antioquia. Y en el municipio de Miranda se levanta el ingenio Cauca, primer productor en Colombia desde 1989 -el año pasado refinó más de cinco millones de quintales de azúcar.
La minería no se queda atrás. En Puracé está la única mina de azufre que se explota en el mundo, de la cual se extraen 30 toneladas diarias del mineral. Además, dentro de la Cordillera Occidental se han descubierto inmensos yacimientos de arcillas bauxíticas. En Mercaderes se obtiene una clase de zafiro de varios colores, y según diversos estudios, en la Bota Caucana, al sur del departamento, hay pozos de petróleo.
La ciudad gozará pronto de la carretera que la integrará con López de Micay, en el litoral Pacífico. En esa zona está prevista la construcción de la hidroeléctrica del Micay.
Popayán empieza a vivir ya el futuro. Sabe que de la misma forma en que ha mantenido sus casas centenarias y sus costumbres ancestrales. debe poner en pie un andamiaje económico que le impida quedarse a la penúltima moda.