Cada vez es más caro estudiar y comprar una casa que viajar. Es por eso que cada vez es más frecuente oír la felicidad no es asentarse, formar una familia y tener una vida sedentaria, sino conocer el mundo, vivir de aventuras y acumular experiencias.
San Petersburgo es conocida como «La Venecia del norte».
Hace décadas, ir a Estados Unidos era toda una proeza. Hoy visitar Miami es casi como ir a Cartagena. Gracias a ello, Rusia se llenó de turistas, en especial latinos, y usted vio tanta gente posteando en redes sociales su visita al mundial. Todo el mundo estuvo acá, y aunque el destino es lejano y para nada barato, no se necesitaba ni de cerca ser rico para visitarlo y entrar a los estadios.
Eso para hablar de Rusia en general, porque San Petersburgo en particular es caso aparte. Se trata de una de esas ciudades míticas, misteriosas y llenas de historia que uno no sueña con conocer; no por falta de interés, sino porque está demasiado lejos y el mundo es muy grande como para no visitar antes lugares más cercanos y famosos. Si uno sueña con venir a Europa, se vienen a la cabeza sin mucho esfuerzo treinta ciudades, y seguro entre ellas no está la antigua capital de Rusia.
Sin embargo, fue consenso general entre los visitantes a Rusia que, ya habiendo llegado hasta acá, había que pasar San Petersburgo porque “¿cuándo vuelve uno por acá?”. Y así tal cual fue: una de las ciudades del mundo con más reputación que visitantes reales se llenó de gente durante los días de la copa, cosa que valió la pena.
La historia de la ciudad es tan larga como enredada y no es la idea contarla acá porque se nos va hasta Catar 2022 echando el cuento, pero digamos por encima que el Zar Pedro I, conocido como Pedro El Grande, la fundó a comienzos del siglo XVIII con el objetivo de que Rusia tuviera salida al mar y así pudiera conectarse mejor con Europa, por lo que entró en guerra con Suecia y le arrebató los territorios donde hoy está la ciudad. Durante dos siglos fue la capital, sede del gobierno y es conocida como La Venecia del norte por lo más de 400 puentes que atraviesan sus canales, que pertenecen al río Neva. De hecho, el Neva no es un río sino un brazo de agua de apenas 74 kilómetros que comunica al lago Ladoga con el mar Báltico.
Los fundadores de San Petersburgo no solo llegaron al lugar obligados por Pedro I, que forzó a gente de todas las regiones del país a que abandonaran sus hogares para poblar la ciudad, sino que es la más europea de Rusia porque el mismo Pedro lo quiso así. Todo esto no solo se ve en sus construcciones, sino en las costumbres de aquella época, cuando el Zar mandaba a sus habitantes a peinarse y vestirse como en las ciudades más refinadas del Viejo Continente.
Todo el lugar, principalmente en el centro histórico y también a las afueras, es un museo con palacios, plazas, puentes, monumentos, gigantescas catedrales de cúpulas doradas, jardines diseñados simétricamente y adornados con fuentes y esculturas. Grandes avenidas circulan alrededor del Neva, añadiéndole a la vista una sensación de constante movimiento.
Todo esto, que la distancia suena vago e incompleto, se puede entender visitando la ciudad. Solo caminando se logra conocerla, aunque no es suficiente. También es necesario visitar sus museos, donde la visión se amplía y se entiende su dimensión. La historia de San Petersburgo es tan enredada como su geografía, intervenida por decenas de islas que hacen de la zona algo irregular y casi imposible de recorrer en línea recta.
Las historias de heroísmo y locuras de Pedro el Grande, las de intrigas de Catalina II, el destino de la dinastía Romanov, el acoso alemán de 29 meses durante la Segunda Guerra Mundial (cuando la ciudad se llamaba Leningrado). Todo esto, unido a la ciudad en sí, hacen que San Petersburgo sea un lugar con un aura diferente.
Entre más se adentra uno en su historia, más quiere saber de ella. En otros tiempos, ir hasta allá sonaba a que tocaba ahorrar media vida; hoy no es que le vayan a regalar el pasaje y la estadía, pero es muy posible ir y no gastarse una fortuna. La prueba está en que, en días de mundial y aun en esta semana post campeonato, sus calles están repletas de visitantes insospechados de todos los lugares del mundo.
Si se anima a ir y quiere empezar a entenderla, no solo lea de ella en libros e internet antes de llegar. Una vez allí, empiece el recorrido por el Museo del Hermitage, uno de los más grandes y completos del mundo (y que en su momento fue la residencia de los zares), y siga con la fortaleza de San Pedro y San Pablo, isla donde se fundó la ciudad y en el que existe una iglesia donde están enterrados 46 integrantes de la familia Romanov.
Si es juicioso, completará la visita en cuatro días, cinco como máximo. Si en cambio le sobran tiempo y dinero, puede quedarse una semana y seguir hasta Finlandia, que está a solo tres horas de allí, y sumarle así otro destino exótico al viaje. Ya está bueno de pasar vacaciones en Cartagena.