Sus calles huelen a sal, a flores y a brisa marina. Las mansiones derruidas dan un toque de nostalgia a una zona de la ciudad al mismo tiempo llena de vitalidad, a la que cada día llegan nuevos residentes y turistas, y sobre cuyos históricos cimientos renace un vibrante estilo de vida. Es el Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá, el que una vez fuera la fortaleza amurallada contra los ataques piratas, y que hoy se vislumbra como una de las zonas de mayor transformación.
Desde 1673 cuando la ciudad se trasladó a esta península donde ahora reposa (la primera capital fue destruida por el pirata Morgan unos años antes), el baluarte ha sufrido varios incendios, ha visto las murallas levantarse y caer, y a sus casas mudar de estilos, siglo tras siglo. Hoy su encanto radica en un particular sabor de barrio, en la mezcla entre clásico y actual, entre histórico y bohemio. Una magia que permanece en la memoria tras recorrer sus calles, probar sus restaurantes o disfrutar de una copa de vino en una de sus plazas.
Para explorar el Casco hay que dejar atrás la Panamá moderna y adentrarse serpenteando por sus calles adoquinadas de casas con fachadas de colores. Un buen lugar para empezar un tour es en el mirador cercano al Teatro Nacional. De frente me encuentro con la residencia de Rubén Blades, está en una hermosa casa de tres pisos con rejas entorchadas. El músico vive en el segundo, la dirección es Luna 21 y es de color guayaba, como su canción “buscando guayaba ando yo…”.
Por las calles decenas de turistas chancletean en sus flip flops, luciendo orgullosos su sombrero Panamá. Como testigo del esplendor de otra época yace un edificio con vista privilegiada sobre la bahía, la antigua sede del Club Unión, lugar de reunión de la alta alcurnia panameña, que ahora es una fachada derruida donde sólo crece la maleza, pero que muy pronto alojará un nuevo hotel.
Más adelante, un túnel de rejas techado de veraneras conduce a la plataforma del antiguo fuerte militar de la ciudad durante la Colonia. A lado y lado, indios kunas venden sus molas, una de las expresiones más tradicionales de la artesanía local. Figuras geométricas y otras de pájaros y tortugas van surgiendo de los cortes de telas sobre telas, pero me llama más la atención una bastante posmoderna en la que un avión con el letrero “U.S. Navy” flota sobre la jungla de palmeras por donde trepan monos. Del avión desembarcan máquinas y hombres con cascos…, una representación muy propia de la llegada de los norteamericanos y la construcción del Canal.
La vista de la bahía de Panamá desde el antiguo fuerte es impactante. Podría decir que se ven desde las montañas del Darién a la izquierda hasta el puente de las Américas y la entrada al Canal a la derecha. Al frente, sobre el mar, flotan las islas de Naos, Perico y Flamenco, donde antiguamente atracaban las embarcaciones de gran calado que no entran en la bahía. Más atrás, grandes barcos esperan su turno para salir al Atlántico. Respiro profundo y dejo que la brisa me despeine, huele a húmedo y a sal.
La bajada del fortín conduce a la Plaza Francia y las Bóvedas, antiguas cárceles que hoy albergan galerías de arte y restaurantes.
En sus primeros años, la ciudad estaba completamente cerrada y sólo vivían adentro los nobles y adinerados, el resto de la población se quedaba afuera en los arrabales. Sólo dos puertas permitían la entrada: la Puerta de Mar, para las mercancías, y la Puerta de Tierra, para las personas. Hoy Puerta de Tierra es un hermoso edificio restaurado y un conocido steak house.
Al caminar por las calles contrasta la mezcla de estilos: al lado una casa afroantillana con su fachada de madera en colores vivos, puede haber otra de tipo neoclásico y más adelante una art déco. Los constantes fuegos del siglo XVIII hicieron que la mayoría de la arquitectura colonial desapareciera y de esta época solo quedan las mudas fachadas de dos iglesias, La Compañía y el Convento de Santo Domingo.
Desde entonces la transformación de esta área no se ha detenido. Hoy docenas de las casas antiguas que fueran inquilinatos se están derribando y sólo subsiste su exterior, para dar paso a restaurantes gourmet, hoteles boutique o nuevos edificios de apartamentos, que deben permanecer fieles a las normas de conservación arquitectónica del municipio. Y es que el sabor particular del Casco, su historia y una mezcla que evoca en parte a La Habana Vieja y en otra parte a la ciudad amurallada de Cartagena, lo hacen un destino muy apetecido para la inversión por parte de extranjeros.
En una tarde de sábado cualquiera, la vida transcurre sin prisa por las calles tapizadas de ladrillos. Viejos sentados en las aceras con sus camisas coloridas tomando cerveza, perros y gatos que duermen la siesta a la sombra de los umbrales, y niños descalzos que patean balones mientras sus madres con rulos en la cabeza chismosean en los portales.
En los balcones cuelgan helechos y cestos de flores moradas, rojas, rosadas y la brisa del mar sacude la ropa colgada en los ventanales. De las casas salen risas y discusiones entre notas de salsa de Rubén y el Gran Combo.
Las casas en ruinas que ahora lucen como cadáveres desnudos, están listas para ser habitadas y vestidas otra vez para nuevos usos y nuevos espíritus. Muchas de ellas ya han sido transformadas y hoy dan vida a todo tipo de negocios, desde hostales y restaurantes hasta talleres de arte y tiendas vintage.
Empieza a tronar y sopla violentamente la brisa. En un abrir y cerrar de ojos arrecia una tormenta del Pacífico y para escampar el aguacero me meto en la catedral. Imágenes entre antiguas y modernas adornan las naves laterales y en el altar, muchas rosas y claveles rosados engalanan una virgen hermosísima coronada por ángeles.
Desde un mirador circular en la Plaza de la Catedral, se divisan las atracciones arquitectónicas del lugar: el Museo del Canal, el Palacio Municipal y el Gran Hotel Central, ahora en reconstrucción. Al costado derecho de la iglesia, la acción gira en torno a restaurantes como René Café y La Forchetta. A sólo unos pasos está la Plaza Bolívar, uno de los puntos más populares de encuentro y el lugar perfecto para terminar el tour. Vino, ceviches, o creaciones de la cocina fusión conforman el menú de los restaurantes que la enmarcan como Ego y Narciso, Ciao Pescao o Casablanca.
En el balcón del edificio ícono de la plaza, el Hotel Colombia, un hombre maduro se asoma sin camisa, mientras plácidamente se fuma un tabaco. Abajo en la plaza, acordes de bolero se desprenden de las guitarras y se mezclan con risas y choques de copas, antorchas adornan tenuemente los restaurantes y al otro lado de la plaza, vecinos juegan a las cartas mientras disfrutan de unos tragos de ron. Así cae la noche sobre el Casco Antiguo, la ciudad duerme y al día siguiente un nuevo sol será testigo de su constante evolución.