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Cultura

Una verificación de los hechos de Inferno, la nueva novela de Dan Brown

Un profesor de historia del arte hace un recorrido por la nueva novela de Dan Brown y contrasta los hechos que presenta con la realidad.
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junio 7, 2013
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Hecho#1: A Dan Brown le gusta presentar teorías de conspiración como un hecho histórico, revelados como grandes secretos a sus audiencias desprevenidas. Hecho #2: No siempre es claro si Dan Brown sabe que estos “hechos” son realmente teorías de conspiración, o si realmente cree que son ciertas. Hecho # 3: muchos de los lectores de Dan Brown asumen que estas teorías de conspiración son ciertas por la forma como Dan Brown las presenta. Hecho #4: Dan Brown escribe libros que son como algodón de azúcar: fáciles de consumir pero poco nutritivos.

Las novelas de Brown tienen un efecto interesante sobre sus lectores: nos hacen sentir inteligentes. Cuando Brown nos presenta con una de sus “revelaciones” (por ejemplo, que la figura imberbe a la derecha de Jesús en la Última Cena es realmente una mujer, ¡María Magdalena!), sus lectores que no están familiarizados con la materia le creen; piensan que se les está revelando un gran secreto escondido, uno que solamente los otros 200 millones de lectores de Brown conocen. Por otro lado, sus lectores que conocen la historia (la figura en ese cuadro es San Juan evangelista, quien casi siempre aparece en los cuadros como una figura sin barba y afeminada) también se sienten inteligentes, pues sienten que saben más que el autor.

De cualquier manera, el lector se siente bien y el novelista queda bien parado. Sus técnicas de investigación puede que no sean muy respetadas por los conocedores, pero el mundo sigue disfrutando sus libros, o al menos, siguen comprándolos. Aunque no se puede complacer a todo el mundo, parece que sí se le pueden vender libros a todo el mundo. Hacer sentir inteligente a la gente es una movida muy inteligente. Pero hay una delgada línea entre hacer que la gente se sienta más lista e insultar la inteligencia de los lectores. Brown ha afirmado que informar y entretener a sus lectores es también una de sus metas. Es una meta admirable, pero cuando sus libros rebosan de “hechos” simplificados, malentendidos o simplemente incorrectos, es una meta en la que Brown termina fracasando.

Después del éxito arrasador del Código Da VinciÁngeles y Demonios, y El Símbolo Perdido, llegaInferno, el último libro de Brown protagonizado por Robert Langdon, el historiador de arte y profesor de Harvard con una obsesión por el tweed. Es posible que Brown haya sacado la idea de un artículo de 2007 de Janet Maslin en el New York Times. “Tomemos un tesoro sagrado. Agreguemos una conspiración secreta. Unamos un nombre reconocido para los académicos: Dante…” Ese es el argumento de su nuevo libro. El héroe Robert Langdon termina envuelto en una aventura que mezcla las escrituras de Dante Alighieri, especialmente su Divina Comedia, y la intriga que gira alrededor de la Florencia del siglo XIV.

Antes de que la novela comience, ya hay varias señales que reconocen los tropiezos de sus libros pasados. En el prólogo aparece la advertencia usual: “Este es un libro de ficción. Los nombres, personajes, organizaciones, lugares, eventos e incidentes que aparecen en él son producto de la imaginación del autor o se están usando en un contexto de ficción”. Ahora esto aparece en casi todos los libros y películas, pero acá es especialmente prominente. En la edición de ebook, es lo primero que vemos después de la portada, seguida de los agradecimientos. Estos usualmente aparecen al final de los libros, pero acá existe una razón obvia para que aparezcan antes del texto: Brown cita a varias docenas de personas, entre ellos científicos y académicos de la Galería Uffizi y la Biblioteca Medicea Laurenziana en Florencia y la Biblioteca Marciana en Venecia, a quienes agradece por su ayuda. Estos agradecimientos sirven para enviar el mensaje: “si me equivoqué en algo, es sólo porque estas personas, que son expertos, me lo dijeron así”. Deberíamos entonces esperar pocos o ningún error científico o histórico.

Como escritor de “thrillers” y profesor de historia del arte, los libros de Brown me producen un conflicto de intereses. Aunque disfruté ampliamente El Código Da Vinci, devorándolo en un solo día, me sorprendieron y al mismo tiempo me enfurecieron los errores dentro de los argumentos que presentó como hechos histórico. Hay que ver la forma como empieza el Código Da Vinci:
“Hecho: El priorato de Sion (una sociedad secreta europea fundada en 1099 es una organización real. En 1975 la Biblioteca Nacional de París descubrió unos documentos, conocidos como Les Dossiers Secrets (los archivos secretos) que identificaban a muchos de sus miembros, incluyendo a Sir Isaac Newton, Botticelli, Victor Hugo y Leonardo Da Vinci.

La sociedad vaticana conocida como el Opus Dei es una secta radical católica que ha sido tema de controversia reciente por sus denuncias de coerción, adoctrinamiento, y una práctica peligrosa conocida como “mortificación corporal”. El Opus Dei acaba de terminar la construcción de una sede mundial en el 243 de Lexington Avenue en Nueva York.
Todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son correctas”.

Este es el verdadero problema que la mayoría de los lectores ilustrados y los críticos tuvieron con elCódigo Da Vinci y los demás libros de Brown. Comenzar una novela con esta aseveración significa que los lectores que desconocen la historia creerán que todo lo que aparece en ella son hechos. Pero hay muy poco en el código da vinci que sea históricamente correcto. Para empezar, el Priorato de Sion no es una organización real, sino el producto de un famoso episodio de falsificación: entre 1961 y 1984, el francés Pierre Plantard planeó la creación de documentos medievales falsos para “plantarlos” en la Biblioteca Nacional de París, esperando que algún académico ingenuo los encontrara. Los documentos revelaban una sociedad secreta ligada a los caballeros templarios y “grandes maestros” como Leonardo Da Vinci. La meta de Plantard era restaurar la monarquía francesa con pistas que sugerían que él era el heredero del trono. Aunque algunos historiadores creyeron la historia durante un tiempo (después de todo, encontrar un archivo de manuscritos es el sueño de cualquier académico), rápidamente se demostró que el descubrimiento era un fraude. Plantard confesó su farsa en 1993.

El Código Da Vinci resucitó el mito del Priorato de Sion, y sus millones de lectores creyeron que era un hecho. No es la culpa del autor si sus lectores no entienden que la ficción es ficción, pero el autor puso en boca de sus personajes que la historia del priorato y otras teorías de conspiración eran hechos reales, lo que distorsionó el entendimiento general de varias verdades históricas. Brown comienza su libro con la palabra “HECHO”, y luego procede a crear ficción.

Como en el Código Da VinciInferno comienza así: “Todas las obras de arte, literatura, ciencia y referencias históricas son ciertas. El Consorcio es una organización privada con oficinas en siete países. Su nombre ha sido cambiado por consideraciones de seguridad y privacidad”.

Esto está escrito con sumo cuidado. Que el peligroso “Consorcio” aparezca sin nombre traduce en “por favor no me demanden”, que fue lo que hizo el Opus Dei después de la publicación del Código Da Vinci. El resto de esta sección no nos dice mucho más, pues nos asegura que Dante existió, elUffizi es un museo real, y la Divina Comedia es un poema que existe. Implica, sin embargo, que el resto de la novela también es “hecho”, y ahí es donde puede volverse complicado.

En Inferno, Brown evitó cometer algunos de los errores del Código. Asegurar que “Florencia… la ciudad en cuyas calles creció Miguel Ángel”, requiere algo de investigación. Miguel Ángel nació en Caprese, cerca de Arezzo, pero su familia se mudó a Florencia cuando tenía pocos meses. No está mal, pero es información disponible en Wikipedia.

Hay otros aspectos que son más interesantes. En su “David”, Miguel Ángel “empleó la clásica tradición del Contrapposto para crear la ilusión de que todo el peso recae en la pierna derecha mientras la izquierda no carga peso alguno…” El contrapposto usa la ilusión de que el peso está más en una pierna que en la otra, pero lo que busca realmente es sugerir el potencial de movimiento y acentuar el naturalismo. Aunque la molestia con estos detalles es propia de alguien quisquilloso, el tono de “tengo grandes secretos para revelar” de Brown es el que la produce.

Por ejemplo, ¿realmente necesitamos saber que fue en los estudios de Florencia donde “surgió el Renacimiento italiano”? Esta aseguración es al mismo tiempo simplista y obvia, como decir que la Guerra Civil estadounidense empezó por la abolición de la esclavitud.

También hay varios comentarios que no son estrictamente incorrectos, pero que harán a varios lectores poner los ojos en blanco. Brown se refiere a la obra de Miguel Ángel como “el” David. Un historiador del arte no cometería este error. Esta no es la única escultura de David que es importante, ni es la única en Florencia, y por lo tanto no se le puede llamar “el” David. Verrochio y Donatello, por nombrar solo dos, también produjeron varios, por lo que, si la intención de Brown es crear un personaje realista, debería reconocerlos.

Por otro lado, después de asegurarnos que la heroína, la doctora Sienna Brooks, cuenta con un CI de 208 (Stephen Hawking tiene un CI de 200) y varios diplomas, el personaje no conoce las máscaras de la plaga del Carnaval de Venecia. No tiene sentido que alguien tan genial como el personaje que Brown nos presenta no haya oído nunca de estas máscaras, pues cualquiera que haya ido a Venecia, o haya visto un programa de televisión sobre Venecia, las ha visto.

Sienna Brooks es un personaje que Brown utiliza para mostrarnos básicamente lo que ha encontrado en internet. En otro pasaje del libro, el profesor Langdon se tensiona cuando ve un tubo marcado con el símbolo de riesgo biológico, a lo que Sienna responde “ocasionalmente los vemos en el mundo médico”. El símbolo de riesgo biológico está presente en todos los consultorios y salas de hospital: está impreso en las canecas de la basura.

Otro personaje, la “Sombra”, nos informa que las plagas hacen parte del orden natural. ¿Qué vino después de la epidemia de peste negra en la Edad Media? Todos sabemos la respuesta: elRenacimiento. “El nacimiento que sigue a la muerte”. Esta puede ser una afirmación inofensiva, pero implica que sólo hubo una epidemia de peste (fiebre bubónica) en Europa en el medioevo, que terminó de repente y propició el Renacimiento. Y también implica que el Renacimiento es algo que apareció de repente y en un solo lugar (Florencia), como el sitio y la reconstrucción de un castillo. La Sombra, o el mismo Brown, parecen ignorar que la plaga fue algo recurrente durante siglos en Europa. La misma Venecia, que tiene un papel importante en Inferno, cuenta con varias iglesias que se construyeron después de los brotes de plaga durante el Renacimiento, como Santa Maria della Salute (Santa María de la Salud, completada en 1681 después de la plaga de 1630) o San Sebastiano, construida en 1562. Inclusive, en Venecia se puede hacer un tour de las cinco “iglesias de la plaga”. Y aunque el brote de peste más conocido es el que sucedió entre 1348 y 1350, para entonces el Renacimiento ya estaba en marcha. La mayoría de libros de historia del arte citan aGiotto como el primer artista de la época, y él vivió entre 1267 y 1337. Así que hablar de la Peste Negra como el comienzo del renacimiento no es sólo una simplificación de la historia, también es incorrecto.

Langdon sugiere que los pecados colectivos de la humanidad, enumerados como los siete Pecados Capitales eran “de acuerdo con la doctrina religiosa, la razón por la que Dios castigó al mundo con la Peste Negra”. Desafortunadamente, en la Edad Media no se culpó a los Pecados Capitales por la peste negra, sino a los judíos.

El Mapa del Infierno de Botticelli (1480-1495) aparece en el libro, pero la descrpción de Brown hace pensar que nunca lo ha visto. “Oscuro, macabro, aterrador… Botticelli creó su Mapa del Infierno con una paleta deprimente de rojos, sepias y marrones”. La descripción difícilmente se ajusta al cuadro. La espiral invertida (que Langdon debería haber descrito como Helicoidal, de la misma forma que describió la rampa dentro del Castel Sant’Angelo en Ángeles y Demonios) es más bien un cuadro donde predomina el color hueso, y las figuras en él son diminutas, casi imposibles de identificar inclusive con el zoom de las versiones de alta resolución disponibles en internet. El rojo es casi inexistente, y los sepias y marrones responden no al tono macabro sino al exceso de tierra en el cuadro: la tierra es marrón.

A la extraña descripción del cuadro le sigue un error en el entendimiento del arte premoderno. Langdon opina que el concepto de Infierno de Botticelli no se originó “en la mente del mismo Botticelli, sino en la mente de alguien que vivió casi doscientos años antes”. Ese alguien es Dante, cuyo poema Inferno aparece ante el lector como si nunca antes hubiera oído hablar de él. ¿Quién, aparte de un profesor de Harvard, podría relacionar una pintura con los círculos del Infierno de Dante? Al ser un profesor de historia, Langdon seguramente sabría que muy pocos pintores tenían la libertad de crear sus propias pinturas. Hasta el siglo XVII, las pinturas se hacían por encargo, y los temas se estipulaban con anterioridad. Los esquemas iconográficos elaborados usualmente eran diseñados por los académicos (como por ejemplo El Altar de Ghent, que Van Eyck pintó pero es muy probable que haya sido diseñado por un teólogo del misticismo católico). La mayoría de las pinturas fueron encargadas como ilustraciones de una escena de la literatura: la Biblia, Ovidio, o Dante. Y sin embargo Langdon parece sorprendido de que una pintura no haya nacido “en la mente del mismo Botticelli”. El profesor Langdon tendría entonces que reexaminar sus diplomas.

Cada cierto número de páginas el lector encuentra una lección en miniatura. En aproximadamente veinte páginas, Langdon nos enseña de sellos para cilindros, bioluminiscencia, logos de riesgo biológico, punteros de láser, los pecados capitales, máscaras del Carnaval de Venecia, la Peste Negra y Botticelli. Se hace tirante rápidamente, su excesiva simplificación insulta la inteligencia del lector, y a menudo es incorrecto. ¡Vaya un coctel!

Estos aspectos me llamaron la atención pues como profesor de historia del arte, me ocupo de este tipo de temas. Pero hay otras objeciones que no tienen nada que ver con la investigación científica y más con el hecho de parecer tan desconectado de la modernidad. En un punto, Langdon se “googlea” a sí mismo. “Si mis estudiantes pudieran verme ahora, pensó a medida que comenzaba la búsqueda. Langdon continuamente llamaba la atención a sus estudiantes por buscarse en Google – un curioso pasatiempo que reflejaba la obsesión con la celebridad que parecía apoderarse de la juventud estadounidense”. La idea de que buscarse a uno mismo en Google sea un pasatiempo nuevo me hace preguntarme dónde Langdon (o Brown) ha estado durante los últimos veinte años, si Google nació en 1998. Es más, en un episodio de Buffy la Cazavampiros de 2002 aparece el siguiente diálogo:

– Ya la googleaste?
– ¡Tiene 17 años!
– Es un motor de búsqueda.

A menos que Inferno sea una novela histórica, situada alrededor del año 2000, buscarse a sí mismo en Google no puede considerarse un “nuevo pasatiempo”.

Estos son solo algunos de los ejemplos que encontré en mi primera lectura de Inferno. Aparecen con sorprendente frecuencia, especialmente cuando, en una entrevista reciente publicada por The Daily Beast, Brown dejó claro que enseñar es una de sus metas como novelista exitoso; sus lectores aprenden al mismo tiempo que se entretienen. Sin duda este es un noble principio, pero es un principio que se frustra al incluir información incorrecta.

Y es que en los libros de Brown estos errores aparecen por montones, aunque cada uno de ellos por separado no es particularmente importante. En su mayoría molestan a los especialistas que saben del tema, como si un estadounidense insistiera que la capital de Canadá es Toronto: los residentes de Ottawa pelearán, pero nadie saldrá perjudicado realmente. Pero Brown tiene el hábito de obligar a sus lectores a acercarse para luego susurrar el secreto que llevan escondido cientos de años y que ha obligado a millones de personas a creer que Toronto es realmente la capital de Canadá y que, gracias a su ingeniosa investigación puede revelar que la verdadera y única capital de Canadá es… ¡Ottawa!

Cuando el periodista Matt Lauer le preguntó a Brown “¿qué tanto del Código Da Vinci está basado en la realidad?” Brown respondió: “Absolutamente todo”. Esto significa dos cosas: o Brown no tiene ni idea de lo que está diciendo y ha investigado realmente muy poco, o está engañando a sus lectores deliberadamente. Si el caso es este último, produciría una oleada de ira generalizada entre quienes han leído sus libros. Si es lo primero, entonces la culpa debe recaer sobre sus editores, pues Brown es un investigador muy poco riguroso.

Todos los libros que yo he publicado han sido sometidos a un riguroso proceso de verificación de datos por el editor, y uno solo puede esperar que lo mismo haya pasado con los libros de Brown. ¿Cómo, entonces, pueden estar los libros llenos de errores si su falta de rigurosidad no alimenta la trama? Hasta el oficio de Robert Langdon, el protagonista de las obras de Brown, suena a sinsentido. Langdon es un “profesor de simbología de Harvard”. La simbología no era una palabra que se usara hasta cuando Brown la hizo famosa. Brown quiere decir “iconografía”, que es el estudio de los símbolos.

Para estas alturas, uno esperaría que hubiera un control de calidad ante los errores, si no del mismo Brown al menos de sus colaboradores. Con un equipo editorial y un ejército de expertos a quienes nombra en los agradecimientos, realmente estos impases no deberían ocurrir. Por otro lado, nada de lo que dice en su libro es tan descabellado que no se pueda constatar con una búsqueda en Wikipedia. ¿Realmente necesitaba Brown la ayuda del personal de la galería Uffizi para confirmar que la Peste Negra fue una epidemia que arrasó con Europa en el siglo XIV?

Naturalmente, para leer un “thriller” de vacaciones no hay que tener un doctorado. Finalmente, las novelas de Brown son, como dije, algodón de azúcar. A lo mejor el problema tenga dos caras: por un lado, Brown se ha esforzado por invitar a sus lectores a pensar que es el revelador de verdades escondidas, cuando la mayoría de sus verdades son bien conocidas en los círculos académicos o son simplemente incorrectas. Por el otro, sus lectores han sido apresurados al creer lo que dicen unos personajes de ficción en una novela.

Hecho#5: No hay que creer todo lo que se lee, menos en una novela.

 

*Noah Charney es un novelista e historiador del arte estadounidense. Es autor de la novela «The art thief», de 2007, y es fundador de ARCA, la Asociación de Investigaciones sobre Crímenes de Arte, con sede en Roma. Este artículo apareció originalmente el 21 de mayo de 2013 en la publicación digital ArtInfo, y se publica aquí con autorización de su autor. 

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