Digamos, si un lector joven descubre a sus 25 años de edad a Orhan Pamuk, tendrá que ponerse al día con unos seis libros, y eso suponiendo que haya empezado a leer a los 13 años, opción que considero remota.
No porque no se pueda leer a los 13 años, sino porque Pamuk no es la lectura ideal para un adolescente bombardeado por la televisión y el internet. Lo que quiero decir es que nunca había tenido la oportunidad de estar al día con la obra de un escritor y añorar la salida de su próxima novela. Porque confieso que, cuando salga la próxima de novela de Keith Gessen (autor del libro que quiero reseñar hoy), seré yo el primero en salir a comprarlo, y que me cuelguen si no voy a ser el primero en hablar de él.
Publicada en 2008, «Todos los jóvenes tristes y literarios» (Alfaguara – 2009) retrata de manera inteligente a toda una generación de jóvenes que vivieron el gobierno de George Bush. Así como los personajes de Scott Fitzgerald (jóvenes borrachos con dinero de las mejroes universidades de los Estados Unidos) los tres muchachos de esta novela tienen posgrados en universidades de Nueva York y sus vidas giran en torno a la política, y a sus tesinas, que contienen ideales de izquierda y que reflejan la necesidad de crear una anticultura que se oponga abiertamente al pensamiento neoliberal y republicano que impera en el país.
La novela está dividida en un prólogo y tres capitulos (a su vez dividido cada uno en tres capitulos iguales) en los que el autor varía los personajes. Son tres los capitulos porque son tres lo personajes y son tres los subcapitulos porque son tres los niveles de esta novela: política, amor y una necesidad de progresar a pesar de las derrotas (tanto políticas como amorosas). El primero de ellos es Mark, un muchacho ruso que ha llegado a los Estados Unidos a estudiar y que intenta sobreponerse a un rompimiento amoroso, refugíandose en los brazos de mujeres que apenas conoce en el internet y en su tesis sobre la revolución rusa. El segundo es Keith (tal vez el personaje más próximo al autor), un estudiante de Harvard hastiado con el ambiente universitario, fastidiado de su compañero de habitación, un típico muchacho sacado de cualquier película norteamearicana sobre estudiantes universitarios, al que solo le interesa emborracharse y tener sexo con una muchacha diferente todas las noches. Y el útlimo es Sam, un seudo judío que quiere escribir la gran novela Sionista, un opositor al estado de Israel y a su crímenes bárbaros en contra de los Palestinos. Aunque el desencanto hacia los ideales por los que han luchado está a la vuelta de la esquina, hay en estos jóvenes «tristes y literarios» unas ganas por seguir luchando, creando una nueva cultura alejada de los estereotipos del marketing republicano y ultra conservador.
Al final, política y amor se funden en un único y gran tema. Así, Sam dice al concluir: «Teníamos que vivir. Y éramos suficientes, me decía, si nos manteníamos unidos. Recuperaríamos la Casa Blanca, y también los gobiernos estatales, los ayuntamientos y las juntas de distrito. Conservaríamos el congreso. Y en vistas a asegurarnos una mayoría permanente de la Izquierda, querida Gwyn, tendríamos un montón de bebés de izquierdas. Mi amor».