Mumbai. Enorme. Caótica, congestionada, iluminada. A esta seguidilla de adjetivos que usualmente nos acerca a este universo indio acelerado y ruidoso, ahora se suma uno muy particular: el olor de las especies, del picante, del curry, de los roti o tortillas de harina indias.
The lunchbox es sorprendente. Por la eficacia de su historia sencilla. Y hermosa. Vemos, en una de las primeras escenas, a una mujer lindísima cocinando algo en su cocina de clase media, en uno de esos edificios de bloques donde tantos y tantos viven. Alcanza a ver desde allí a su pequeña hija, cargada de un morral más grande que ella y con dos enormes moños en sus trenzas, a quien viene a buscar una destartalada mototaxi. El ritual de hacer la lonchera, el almuerzo de su marido, es imparable. Pero algo pasa… algo falta. De repente, el grito de su tía, que vive encima suyo y con quien se comunica permanentemente de esta manera, pasándose canastitas con condimentos.
Ella, curtida en eso de cocinarle a quien se quiere, sabe que falta un aroma esencial en su platillo del día: ese que hará que su marido vuelva a enamorarse de ella. Si no se rinde con ese olor y ese sabor… Y así, empieza esta maravillosa historia del director indio Ritesh Batra, galardonado con numerosos premios a Mejor Película, Mejor Actor, Mejor Director Debutante, Mejor Actor de Reparto, Mejor Guión, entre otros en diversos festivales mundiales.
Se abre la puerta de esa casa y empieza la aventura: la lonchera verde partirá en moto, seguirá en lancha, tomará el tren, irá a pie, montará en bus y finalmente de mano en mano llegará el repartidor que, hábilmente irá poniendo una después de otra en los escritorios de sus destinatarios. Ese trasegar es maravilloso y nos da cuenta de las dimensiones de esta sociedad encantada.
Pero… ¿qué pasa si llega a las manos equivocadas? El señor Fernández descubre así un nuevo mundo lleno de sabor y aroma que le permiten hacer del ritual del almuerzo su momento anhelado del día. Y allí nace la complicidad de cocinera y comensal que cuidan el secreto de saber que se encontraron en el mundo de una manera inusitada. Su diálogo, a través de recuentos de vida en pequeñas cartas, van acercándolos cada día más, con cada plato, con cada olor. La complicidad allí creada los hará dudar de sí mismos, de lo que sienten, de sus miedos y fragilidades. Y se buscarán. Pero Mumbai es muy grande y habrá que ver si ese encuentro podrá suceder o no. Entre tanto, a seguir disfrutando de ese amor nacido de los fogones.