Foto: Laurie Castelli y cortesía del artista
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Rafael Ortiz: el pintor de Cartagena

El artista bogotano ha logrado desentrañar lo más íntimo de una sociedad a la que percibe como un hervidero social rico en experiencias y dolores.
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enero 17, 2013
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–¿Rafael Ortiz?
–¿Quién?
–El artista…
–¡Ahhh, sí!, está arriba. Si pregunta por él quizá no saben quién es, pero si llega a El centavo menos, un almacén gigante al lado de la Gobernación, entra por una puertita detrás de la cual hay una imprenta con una fotocopiadora y sube los tres pisos del edificio, se topará con el mejor estudio de artista de la ciudad. Allí está él, el artista, este bogotano que nada que se le pega el acento costeño pese a llevar nueve años viviendo en Cartagena. Le gusta su lugar. Ese en el cual ha aprendido a mirar, a entender, sin juzgar precipitadamente. Sin tratar de buscar cura alguna.

Sin pretender darles a las artes una característica divina o salvadora, pero sí usarlas como esa herramienta que sirve para producir experiencias. “No necesariamente gratas o gratificantes”, dice con voz vivida, recorrida. Quizá al llegar no sabía lo que buscaba, pero lo encontró, lo encontró allí en Cartagena. Quizá no sabía que, en lugar de la fama ganada como pintor representado por galerías famosas en la capital, su realización se la iban a dar aquellos que hacen que su obra se complete, los palenqueros, las mujeres desplazadas, los niños que por fin pueden hablar del abuso, los turistas que se volvieron parte del paisaje o los vendedores callejeros y su infinita capacidad de adaptación.

Ya se había sorprendido en Adaptativa (2003-2006) de que la naturaleza brotara de donde fuera, una rejilla o un contador del gas, pero el increíble material humano le sorprendió aún más. “El trabajo informal es propenso al ingenio”, escribió en la cajita de los tintos de uno de estos sobrevivientes, como la frase más certera de toda nuestra idiosincrasia. Todavía más de la cartagenera, tan brutalmente disímil. “Entrar en la condición de las personas –esa es su meta–, y mirar lo que están haciendo sin decir es bueno, malo, feo, barato. Solo eres un transmisor de lo que está sucediendo, un motor, alguien que propicia que allí se dé un movimiento”.

Así lo ha hecho, no solo con su propio hijo, Esteban, a quien le diagnosticaron autismo hace 12 años, así lo hace con las mujeres que pudieron hablar de la tragedia que significó que les quemaran sus hogares o los niños que expresaron que habían sido violentados vistiendo dolorosamente un muñeco. “Uno tiene que entrar al espacio de ellos, en vez de tratar de que ellos entren y hagan las cosas como uno piensa que se deben hacer”, explica con esa certeza que da el conocer y que hace de sus proyectos algo tan honesto. Así, sus ojos son un par de radiografías sociales que exponen lo que al otro le resulta tan familiar que lo impulsa, lo mantiene o lo bloquea. Al detectar algo, lo presenta casi a manera de estereotipo para, por tan obvio, desmontarlo, o al menos señalarlo. Así lo hizo con Fácil (2009), en donde empapeló Pereira con afiches que decían “Perreira” y a su lado, tan violento como se veía, ponía las reacciones de la gente criticando el calificativo. En Cartagena (junto con Wilger Sotelo), durante el Congreso Internacional de la Lengua, de nuevo, puso enormes letreros con los dichos populares que no suelen hacer parte del diccionario de la Real Academia. Aparecían, así, las frases que sí son comunes al vocabulario del rebusque como “Filo: hambre, o Ratoniando pechule: en busca de menuda…” y que son parte del paisaje de las murallas. También expuso el turismo sexual que se padece en la ciudad en Mi primera vez (2005); habló del desplazamiento forzado en Acción urgente (2008) y de un patrimonio en plena ebullición enSan Basilio de Palenque (Usungulé [admiración que despierta una persona por como baila canta y camina], 2007-2009). Justo ahora está redefiniendo el lugar del turista al ponerlo en un pedestal y ser el nuevo héroe de esa ciudad (Actos heroicos, 2011-2012) y tiene un proyecto entre manos muy interesante al hacer de una bolsa de papel, de la de las compras, una vitrina para el patrimonio. Veremos qué sale de allí. No necesita ser cartagenero para ponerse en su lugar.

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