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Cultura

Milan Kundera y su nueva novela, La fiesta de la insignificancia

Reseña de La fiesta de la insignificancia, la nueva novela del novelista checo Milan Kundera.
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septiembre 12, 2014
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“Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres y reírte de ella” (La fiesta de la insignificancia, 2014)

A la edad en la que otros -por ejemplo Philip Roth- anuncian su retirada, cuando ya pensábamos que el autor checo se limitaba a tomar el té con su amigo Fernando Arrabal: a sus 85 años Milan Kundera publica una nueva novela. Un texto con el que logra de nuevo sorprender, conmover y hacernos reír con ese humor tan marca de la casa que sus lectores creíamos ya perdido entre el polvo de sus viejas novelas. Es que no tomarse la vida en serio es la estrategia que Kundera recomienda para vencer el cansancio y el tedio. Por algo su primera novela se llamó La broma. Por algo el autor cree que los chistes son la mejor manera de contar el comunismo en la que conocíamos como la Europa Oriental. Chistes como los que suelta Stalin a sus asustados ministros, incapaces de distinguir la farsa de la “realidad” en ese teatro de marionetas del que son títeres protagonistas.

“Las mujeres no buscan hombres hermosos. Las mujeres buscan hombres que han tenido mujeres hermosas. Por eso tener una amante fea es un error fatal.” (La Insoportable levedad del ser, 1984)

Uno de los rasgos característicos de la obra de Milan Kundera son sus teorías sobre el amor en tiempos de crisis. Algún crítico más preparado podría rastrear en sus libros y escribir a partir de ese estudio un análisis cronológico de las relaciones de pareja durante los últimos cincuenta años en Europa. La aparente banalidad de alguna de ellas camufla su apuesta por la ligereza, o sea la levedad, una de las seis propuestas para una literatura del nuevo milenio que propugnaba Italo Calvino. La levedad entendida como precisión y determinación. Así, su teoría sobre la sorprendente, y quizás excesiva, sobreexposición del ombligo femenino funciona como una suerte de McGuffin que enlaza distintos momentos de la narración.

“Cuando estás enamorado de alguien, estás enamorado de su rostro y se convierte en un rostro que no se parece a ningún otro” (La Inmortalidad, 1988)

Al narrador Kundera no le interesa demasiado la trama, prácticamente inexistente en esta novela, y se centra en el estilo, lo importante, un estilo que lo ha llevado a formar parte de la Pléiade de Gallimard, donde comparten espacio los elegidos, un club selecto en el que sólo admiten a genios como Proust o Balzac y desde hace unos años al joven aún Kundera. Recuerdo que en mis años universitarios era obligatorio leerlo para tener vida social (hoy en día sucede lo mismo con algunas series de televisión). Recuerdo, también, apasionados debates más o menos intelectuales sobre sus ideas y la manera cómo las expresaba. Recuerdo, finalmente, la pasión con la que un amigo publicista me obligó a leer El arte de la novela (nunca se lo agradecí) y lo importante que fue para mi tardía vocación de plumilla.

«La borró de la fotografía de su vida no porque no la hubiese amado, sino, precisamente, porque la quiso.» (El libro de la risa y el olvido, 1979)

El autor de La fiesta de la insignificancia vive apartado del mundanal ruido. Desde hace mucho tiempo no concede una entrevista y prácticamente no disponemos de fotografías de su persona. No hablemos ya de aceptar invitaciones a festivales literarios. De vez en cuando asoma la cabeza para defenderse de alguna grave acusación, como cuando fue señalado como delator o colaboracionista del régimen comunista checo. Pero, en general, se mantiene al margen, imaginamos que ocupado en sus lecturas de los clásicos germanos o tal vez paseando por ese Jardín del Luxemburgo en los que discurren los pasajes menos realistas del libro y a donde, seguramente, irán algunos parisinos a leerlo. No sería de extrañar que se encontraran con la sonrisa maliciosa de Milan asomándose entre los naranjos tricentenarios.

“Es algo más que inutilidad. La nocividad. Cuando un tipo brillante intenta seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competición. Ella también se siente obligada a deslumbrar. A no entregarse sin resistencia. Mientras que la insignificancia la libera. La descarga de precauciones. No exige ninguna agudeza. La despreocupa y, por tanto, la hace más fácilmente accesible.” (La fiesta de la insignificancia, 2014)

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