Nélida Piñón une sus manos y hace una reverencia al público que la aplaude con desenfreno. Tal y como harían con una estrella de cine la reciben a su ingreso a la sala, vitoreada como la celebridad de la literatura brasilera que es.
-“Quiero mucho a Colombia y estoy a vuestra disposición”-, dijo en cuanto tomó el micrófono, en un escenario organizado con muebles al mejor estilo de una cómoda sala dispuesta para dos amigos. Pero esta vez con la particularidad de que estos cómplices, Nélida y Guido Tamayo, tenían como testigo a un auditorio sediento de la voz de una mujer que se ha enclavado en la historia de la literatura. La razón está en esas novelas cuyos personajes reflejan su profundo deseo de reivindicar los derechos humanos y, en especial, los de la mujer. Los múltiples artículos sobre ella en la web reseñan otra huella importante que ha dejado su nombre: entre 1996 y 1997 dirigió la Academia Brasileña de las Letras, lo que la convirtió en la primera mujer con este cargo en el mundo. No menos importantes son el premio Juan Rulfo en 1995 y en 2005 el Príncipe de Asturias.
Así, con esa historia sobre sus hombros y la humildad que su ser emana, se sentó en ese sillón del auditorio José Asunción Silva, donde protagonizó una de las primeras 25 conversaciones que le cambiarán la vida, en la Feria del Libro de Bogotá, FILBO 2012.
A la primera pregunta del escritor colombiano Guido Tamayo, ella recordó que de niña tuvo gran pasión por el ballet, que le consumía horas de observación y conversaciones con una gran bailarina que luego fue su amiga. Así como quiso entender el ballet, lo hizo desde siempre con la música, el cine y otras tantas artes que se convirtieron en su motor, “eso me preparó para mi destino como escritora, porque desde los 8 años tuve esa pretensión”, recuerda. “Mi vida no podía ser una esquina estrecha del mundo. De niña leía y creía que todas esas historias eran autobiográficas, entonces quise ser escritora para vivir tantas experiencias”.
Luego habló de la mujer, de esos personajes femeninos tan fuertes y representativos de su literatura y se refirió particularmente a un tipo de mujer que la fascina: la distraída. Y por eso tuvo un ciclo de personajes con esta característica. “No se puede ejercer el poder sobre alguien distraído, entonces de esta manera la mujer neutraliza los efectos de la persuasión (que un hombre quiera ejercer sobre ella)”.
De Sancho y patatas
“Los brasileros tenemos más conocimiento de la literatura hispana que ustedes de la nuestra”, dijo con certeza y recordó la época del boom en la que los intelectuales de toda América sentían una profunda atracción por Europa y la buscaban como la matriz. “Todos se fueron a España o a Francia. En Brasil no teníamos la vocación del exilio voluntario entonces nos quedábamos aquí y terminamos por conocer su literatura”.
Guido Tamayo dice entonces que otra de las tantas bondades de Nélida es ser un puente con sus obras entre la cultura sofisticada y la popular, entre “El Quijote y Sancho”. “Es que Sancho es fundamental –dice ella-. Sancho es las patatas y uno no puede vivir sin las patatas. No podemos vivir sin la realidad”, y como realidad se refiere a lo popular, a las historias narradas, a la cultura. “De niña, si alguien estaba contando una historia yo me acercaba y le decía: cuenta más. Me encanta desde entonces saber del otro, porque sin los demás no puedo. Tengo que extraer del otro, no de una manera perversa, sino como queriendo decirles “sálvame”, agrega tu vida a mi vida. Eso me ayuda mucho como escritora, mirar alrededor y ver las instancias de la humanidad. Por eso celebro la oralidad”.
Y entonces viene la pregunta de ¿cómo estimular la lectura? (en Brasil se lee por año el doble de libros que en Colombia, 4-2). La respuesta es sencilla y sincera: “fortalecer la educación. Aulas precarias, profesores mal pagados y un ambiente que hace ver la lectura como una obligación. Los niños más pobres deben ser tratados con más lujos, con mayores cuidados. No hay que crear guetos y se debe hacer lo posible para que un niño de una categoría social ascienda a otra”. Por eso, Nélida Piñón cree que la lectura y la cultura no son exclusivas de una clase, porque todos nacemos con el don de la lengua, con la capacidad de observar, el disfrute de una madre que nos canta, un padre que nos habla y una cantidad de elementos que refuerzan unos imaginarios y “todos son gratuitos”.
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