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¿Qué misterios nos oculta el arte? Javier Sierra responde en su nueva novela El Plan Maestro

El Plan Maestro es la nueva novela del escritor español Javier Sierra, en la que explora los secretos y símbolos ocultos en la historia del arte. Diners conversó con él sobre el origen de este libro, y las preguntas que lo han acompañado a lo largo de su carrera.
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junio 24, 2025
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“Este libro va a cambiar nuestra visión del arte para siempre”. Con esta poderosa premisa nos recibe El Plan Maestro, la nueva novela del escritor Javier Sierra, que regresa para hablar sobre los enigmas ocultos en algunas de las obras más famosas del mundo. En ella, el autor de El maestro del Prado y ganador del Premio Planeta propone una lectura alternativa del arte como herramienta de transmisión de conocimiento, una función que se mantiene desde las primeras pinturas rupestres hasta los grandes maestros del Renacimiento y la modernidad.

Con una mezcla de investigación y mirada hacia lo oculto, Sierra retoma las preguntas que han guiado toda su obra: ¿hay mensajes escondidos en las imágenes? ¿Quién los transmite? ¿Y por qué siguen apareciendo? En Diners hablamos con él sobre esta novela que lleva gestando desde hace décadas y sobre los secretos que aún nos guarda la historia del arte. Esto fue lo que nos contó.

Este libro se presenta como una obra que va a cambiar la forma en que entendemos el arte. ¿Por qué?

Javier sierra
Foto cortesía Javier Ocaña.

Porque nuestra visión del arte está secuestrada por lo académico, por lo histórico. Hay gente que aún hoy se resiste a entrar a un museo por miedo a no entender nada. Y eso es una pena, porque el propósito original del arte era conmocionar al espectador, impactarlo desde lo anímico, no ser comprendido con una enciclopedia bajo el brazo.

Así que lo que yo hago es recuperar esa visión original del arte y hacerme una pregunta que articula toda la novela: ¿para qué inventó el ser humano el arte hace 70.000 años? ¿Y por qué hemos seguido utilizando arte hasta nuestros días?

Esa búsqueda me llevó a un hallazgo fascinante: el arte nació vinculado a la magia.

El arte vinculado a la magia ¿en qué sentido?

El primer arte, el arte paleolítico rupestre, aparece en el corazón de las cavernas, en un lugar donde no entraba la luz del día: oscuridad total. Los antepasados que hacían arte se jugaban la vida entrando en cavidades de difícil acceso con una lámpara de grasa que iluminaba muy poco, una luz sin héroe.

Lo primero que hacían era palpar la pared. Cuando encontraban un bulto, una anomalía, un agujero o una grieta, ellos interpretaban que era parte de un animal. El bulto podía ser una panza; el agujero, un ojo; la grieta, el lomo. Y con sus pigmentos completaban la figura en la pared. Hoy los antropólogos dicen que no lo hacían por economía del artista, no era aprovecharse del accidente de la pared: es que realmente creían que ese bulto era la panza de un animal que estaba del otro lado de la piedra. Que ese agujero era el ojo de un caballo que los miraba desde el otro lado. Para ellos, la piedra era una membrana que separaba el mundo de los espíritus del mundo del más acá.

Así que el arte nace como un marcador mágico de espíritus que no están entre nosotros. Y eso a mí me pareció fascinante. Me pareció un punto de partida para una historia increíble. Quise explorar cuánto quedaba de esa visión mágica en Goya, en Picasso, en El Bosco, en Velázquez… y descubrí que quedaba. Que todavía queda mucho.

Ese vínculo mágico que aún hoy persiste, ¿es ese el “Plan Maestro”?

¡Claro que sí! De hecho, El Plan Maestro surge porque yo publiqué un libro anterior a este que se llama El maestro del Prado, en 2013. En ese libro contaba algo que me pasó siendo muy joven, recién llegado a Madrid para estudiar en la universidad. Visitando el Museo del Prado, fui abordado por un señor mayor que, sin presentarse ni darme los buenos días, empezó a darme una lección sobre una tabla del Renacimiento. Me dijo: “Esto no hay que mirarlo, hay que leerlo”. Me explicó que había una clave de lectura para secuenciar los elementos de la imagen como si fuera una página de un libro.

Volví muchas veces al museo a buscarlo, pero nunca lo volví a encontrar. Y la nostalgia de no haberlo encontrado hizo que años después lo convirtiera en personaje. Ese libro se publicó, se tradujo a varios idiomas y empecé a recibir cartas de lectores de todo el mundo que me decían que les había pasado algo parecido: que alguien se les acercó, les explicó algo de una obra en particular y luego desapareció.

Ahí surgió la idea de que quizá existe un colectivo, una secta, un grupo, una logia -no lo sé- de personas que esperan encontrarse con visitantes atentos en los museos para abordarles con su mensaje. Y ahí nace El Plan Maestro, la hipótesis de que hay un plan para comunicar los secretos del arte a las personas adecuadas, por medio de personajes que, en la novela, trato de explicar si son de aquí o no son de aquí, si son físicos o no lo son. Me gusta mucho jugar con eso.

Podría decirse que también es una forma de buscar a estas personas… 

Sí, estoy buscándolos. Y lo sorprendente es que no estoy solo. Cuando empecé a recibir cartas de lectores que contaban experiencias similares, me di cuenta de que muchos estamos en ese mismo camino. Por eso siempre digo, aunque suene gracioso o inverosímil, que este libro no busca lectores, busca cómplices y esos cómplices me han acompañado en esta investigación. 

Debió ser un trabajo gigante, ¿qué ha encontrado allí?

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Foto cortesía Javier Ocaña.

Por supuesto, y ha sido interesante porque durante la documentación para la novela, descubrí que eso que hacen estos personajes ya está contenido en los mitos más antiguos de todas las civilizaciones. Los antropólogos hablan de los maestros instructores o dioses instructores. En América, por ejemplo, está Viracocha, en el altiplano andino. Surge del lago Titicaca y enseña a los predecesores de los incas a construir en piedra, a mirar las estrellas, a cultivar, a domesticar animales… les da la civilización.

En Mesopotamia, en el río Tigris, estaba Oannes. Les enseñó lo mismo que Viracocha a los americanos. Astronomía, matemáticas, cómo cocer ladrillo para hacer sus pirámides… y luego desapareció. Siempre es el mismo esquema, y esa fue la gran revelación. Así que me hice la pregunta literaria: ¿habrá alguna relación entre estos maestros de los museos y esos viejos dioses instructores? ¿No tienen acaso el mismo trabajo?

¿Cómo fue el proceso de escritura? Porque parece un libro que reúne muchos hilos de su trayectoria.

Sí, tengo la sensación de que llevo toda la vida escribiendo este libro. En Las Puertas Templarias hablaba del arte gótico como una puerta entre mundos. En La Cena Secreta, de cómo Leonardo da Vinci organizaba las figuras de sus cuadros para contar mensajes. En El Fuego Invisible, que ganó el premio Planeta, hablaba de cómo el arte puede generar imágenes casi psicodélicas.

Todo eso está en El Plan Maestro. Es una novela que aglutina mis obsesiones básicas: el mundo antiguo, el simbolismo, la conexión entre arte y espiritualidad. Se resume todo en una idea, y es que no conocemos el mundo que habitamos. Creemos que lo entendemos gracias a la ciencia o a la tecnología, pero hay muchas cosas que no vemos porque no nos han enseñado a verlas. No porque no estén ahí.

Usted viene del periodismo, de programas y revistas donde ya hablaba de temas similares, ¿cómo dio el salto a la literatura?

He sido víctima del mismo virus que afectó a García Márquez, Vargas Llosa, Pérez-Reverte… Gente que venía del periodismo y que se dio cuenta de que el espacio asignado a una noticia no alcanzaba para retratar el alma de los hechos. En la literatura tienes libertad para mover las piezas, para completar el lienzo.

Pero el periodismo me dio una herramienta que sigo usando: la pregunta. Preguntar sin pedir perdón. Y repreguntar. De ahí nace el conocimiento, en últimas también el conocimiento de este libro y de lo que siga. 

¿Y qué sigue luego de este proyecto en particular? 

Estoy dudando. El plan maestro cierra un universo. No hace falta haber leído El maestro del Prado, pero si lo hicisteis, aquí se cierran muchas preguntas. Aun así, me llegan muchos impulsos de lectores que me piden seguir, desde toda clase de mensajes y cartas.

Recientemente tuve acceso a documentos sobre Salvador Dalí que son alucinantes. Me conectan con un arte contemporáneo que ni siquiera sabía que existía. Quizá ese sea el camino. Pero también tengo una vieja obsesión con la carrera espacial. La exploración del espacio me fascina. Siento que estamos en un nuevo siglo XVI, lanzándonos otra vez hacia lo desconocido. El mare tenebrosum ahora es el espacio.

¿Qué siente Javier Sierra al recibir estas cartas de sus lectores? 

Siento que no estoy solo. Por mucho tiempo pensé que era el único con esta sensibilidad. Yo uso una palabra muy mía: ocultura. Es el estudio de la cultura, pero con énfasis en lo que tiene de oculto. Pensaba que en la ocultura estaba yo solo. Pero con estas cartas, descubro que hay mucha más gente en ese camino. y eso me emociona y me impulsa a seguir escribiendo.

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