Imagine que sale al mundo en busca de un hogar y, a cada paso, alguien se lo arrebata. Quizá esa persona no sabe que lo está lastimando, pero lo obliga a alejarse cada vez más del lugar donde comenzó, dejándole solo aquello, que ante sus ojos, carece de valor. De eso trata el nuevo libro de Velia Vidal: Kákiri, Kákiri.
La historia de este ermitaño cáquiri (comúnmente conocido como cangrejo) en busca de una caracola que pueda servirle de hogar, y de una niña que se la arrebata constantemente, es la metáfora perfecta sobre el desplazamiento, el acaparamiento, y la desconexión. Diners conversó con Velia para entender el trasfondo del libro, y esto fue lo que nos contó.
¿Cuándo llega la historia del Kákiri a tu vida?

Yo nací en Bahía Solano, y allá siempre hemos tenido muchos Kákiri, conocido científicamente como el Diogenes Pugilator, y siempre quise dedicarle una historia porque me parece un término hermoso.
Por ejemplo, en Bahía Solano, nostros la usamos cuando tu hermano se pone tu ropa y luego te lo encuentras en medio de la calle. Lo normal es decirle, “cáquiri, cáquiri, busca tu cascarón”. Es una forma de decirle, “Te pusiste mi ropa. Anda, pónete la tuya”. O cuando andas mucho tiempo en la calle, la gente te dice, “cáquiri, cáquiri, busca tu casa”. Es todo un dicho.
Entonces, siempre le decía a mi mamá, “algo tendré que hacer con esa palabra que tanto me gusta” y, en 2021, yo me fui para Alemania, a participar en eventos acerca de la gentrificación.
Estaba haciendo mi primera residencia de escritura en Arendshof, en el norte de Alemania, cerca del Mar Báltico. Un día salí a tomar el sol, era otoño, y me encontré un caracol. “Un cáquiri,” yo dije, “¿Tú qué haces acá?”
Ahí me pregunté, “¿qué hace que un cáquiri venga hasta tan lejos?” Ese mismo día me senté y escribí la primera parte del libro. La respuesta era clara, tenía que estar buscando casa, y vino hasta acá, y no se dio cuenta a qué horas terminó tan lejos de su hogar.
Como menciona, el cuento aborda temas complejos como la gentrificación y el desplazamiento. ¿Qué significó traducir estos temas para un público infantil?
Desde hace rato, creo que la literatura infantil debe ser, antes que nada, literatura, y la literatura está hecha para plantearnos temas serios, temas profundos de la condición humana. Lo que lo hace infantil es el uso de un lenguaje que le sea cercano a los niños. Tanto el texto como lo gráfico. El truco está en elegir las palabras con cuidado.
Por ejemplo, este libro trata sobre la gentrificación, pero en ninguna parte dice gentrificación. Este libro trata sobre reconocer al otro, pero en ninguna parte dice reconocer al otro. Por eso creo que este es uno de los libros que más orgullosa me hace sentir, porque fue un trabajo duro.
¿Por qué contar la historia desde la perspectiva del Kákiri?
Escogí contar la historia desde la perspectiva del Kákiri porque, aparentemente, es insignificante. No es un oso, no es un conejo, no es tierno. No se come, no se frita. Aparentemente no sirve para nada y, a los humanos, lo que no nos sirve, lo tratamos como insignificante. Lo que es feo, lo desechamos, lo despreciamos, ni lo miramos. Aún así (feo e insignificante), tiene un lugar en la naturaleza.
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También es una reivindicación epistémica del lenguaje, de la palabra. Es nuestra forma de llamar al cangrejo en el Pacífico, y no se usa normalmente en la literatura. Es una reivindicación con el habla cotidiano, con los colombianismos.
Hablaste del significado del Kákiri para la región y el libro, pero ¿qué significa para ti personalmente?

El Kákiri representa la necesidad de una casa, un hogar, de una protección. El cáquiri es especialmente frágil, por eso es que necesita buscar otro caparazón, y tiene que cambiarlo cada vez que crece. No es estático. Entonces, también es la metáfora de la migración, la búsqueda y la adaptación.
Esta búsqueda de un hogar resuena mucho conmigo. Mi primera casa fue la casa de mis abuelos, pero, en realidad, no era mi casa, y así fue toda mi vida.
Después de Bahía Solano me fui a Quibdó, a vivir con mi tía, que tampoco era mi casa. Luego me fui a Cali, donde teníamos un espacio con mi mamá y, ahora que se murió mi papá, me heredó su casa de Medellín. Es la primera vez que tengo una casa propia, con mi esposo, y la pude adecuar a mi gusto. Pude recoger mis cosas que estaban en Londres, en Berlín, en Bahía Solano y en Quibdó, y creo que esa sensación fue muy importante para terminar el libro.
Este libro no solo presenta la perspectiva del Kákiri, sino también la de Lucila, la niña que recolecta y acumula caracolas. ¿Hay algo de Lucila que resuene contigo?
¡Claro! Yo fui la niña que se levantaba y le decía a mis hermanos, “Ay, está hermoso el día, vamos a la playa”. Entonces, he sido mucho la Lucila que va con su familia y recoge caracolas, y no solo he recogido caracolas. También he recogido estrellas de mar, me traigo piedras del río Támesis, del mar del norte.
He sido la persona que recoge y acumula, pero también soy la primera en cuestionar el consumismo. Me pregunto sobre lo que realmente necesito y lo que no. Me pregunto mucho sobre mi generación de residuos. Entonces, no consumo productos ultra procesados, no compro casi empaques, y he tenido que hacer una construcción grande frente al acaparamiento y al uso de las cosas, porque reconozco que también he sido esa niño, acumuladora. Pero lo que me diferencia de Lucila es que ahora soy más consciente de la mirada.
¿Por qué dibujar el paralelismo entre el Kákiri y Lucila?
La mirada. Mi intención es plantear preguntas sobre nuestra incapacidad de ver a los otros. Cada una de nuestras acciones tiene efectos sobre otros, cada una de nuestras decisiones.
La exclusión se basa en la verticalidad. La segregación se basa en la comparación. Tú te crees superior al migrante venezolano, te crees superior a la persona afro, a la persona trans, a los palestinos. Por eso tomas las decisiones que tomas y te sientes con el derecho de borrarlos y de quitarlos.
La historia de Kákiri tenía que contarse en paralelo, porque sin esa narración en paralelo, sin esa comparación, es muy difícil comprender lo que hacemos frente al otro.