Hace tres años, cuando Herta Müller recibió el Premio Nobel de Literatura por “describir el paisaje de los desposeídos con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa”, muchos medios y lectores, sorprendidos con la decisión de la Academia, se refirieron a ella como una “ilustre desconocida” mientras averiguaban quién era y qué había escrito esta autora que nació en Rumanía y emigró a Alemania.
Tiempo ha pasado ya desde que obtuvo el máximo galardón de las letras y sin embargo su obra –al español han sido traducidas El hombre es un gran faisán en el mundo, En tierras bajas, La piel del zorro, La bestia del corazón y Todo lo que tengo lo llevo conmigo– sigue siendo un misterio para muchos lectores.
Para presentar, entonces, la biografía y el paisaje literario de la Nobel (¿qué mejor excusa para ello que su participación en el próximo Hay Festival de Cartagena?), podemos valernos de cuatro elementos que atraviesan su escritura: dos aves –el faisán y la lechuza– y dos objetos –un pañuelo y una lágrima de vidrio–.
El faisán
La primera de las aves, el faisán, sirve para hablar de las identidades de Müller, nacida de padres alemanes en 1953 pero criada en Timisoara, en un ambiente rumano.La autora vivió en Rumanía hasta que el servicio secreto del dictador Nicolae Ceausescu empezó a perseguirla por no aceptar cooperar ni ser su informante: era el año 1987, Müller tenía 34 años y decidió viajar a Alemania; allá ha vivido hasta el día de hoy. “Cada vez que regreso a Rumanía me pregunto por qué tuve que salir”, suele decir. “Yo no echo de menos el haberme ido, pero igual me da rabia el motivo de la salida. Si me hubiera ido por mi propia voluntad, si hubiera vivido en un país democrático y hubiera decidido mudarme a otro país, habría sido mi decisión. Pero cuando otros deciden por ti, te destruyen”.
Según Müller, el faisán es en rumano la representación del perdedor (decir “Soy un faisán” significa “He fracasado”), mientras que en alemán el ave es la metáfora del arrogante fanfarrón: “Como se sabe, el faisán es un ave incapaz de volar, vive en el suelo. La presa más fácil para el cazador. Los rumanos han incorporado ese rasgo a su metáfora.
¿Y cuál han tomado los alemanes para la suya? El plumaje, que es muy superficial. La vida del animal no interesa a la metáfora alemana; a los rumanos les interesa la existencia del ave, y eso me fascina. El faisán rumano ha estado siempre más cerca de mí que el faisán alemán”.
Lágrima de vidrio
“Sobre el papel blanco había una lágrima de vidrio”, escribe Müller en El hombre es un gran faisán en el mundo. “Tenía un agujero en la punta. Y una ranura en su interior. Bajo la lágrima había una hojita de papel. Rudi había escrito en ella: ‘La lágrima está vacía. Llénala de agua’… Amélie no podía llenar la lágrima… Por fuera era rígida. Pero por dentro, a lo largo de la ranura, temblaba”.
Esa lágrima rígida y vacía, incapaz de llenarse –y aún más importante: de rebosarse–, es tal vez la representación más directa del hambre y la tristeza seca que inunda el “paisaje de los desposeídos” de la Nobel. “La gente que viene de una dictadura está dañada, y son daños que no han buscado”, comentó la autora a la revista Eñe cuando lanzó su libro Todo lo que tengo lo llevo conmigo, basado en el testimonio de personas que fueron recluidas en campos soviéticos de trabajos forzados, incluyendo su madre y el también escritor rumano-alemán Oskar Pastior. “De mi madre oía desde niña frases como: ‘El viento es más frío que la nieve’. O: ‘Una patata caliente es como una cama caliente’. O: ‘La sed es peor que el hambre’, que metí directamente en la novela”. Y hay más: “El hambre siempre está ahí”, “Me he rodeado de un silencio tan hondo y duradero que nunca acierto a abrirme con las palabras. Cuando hablo, solamente me cierro de otra manera”, “Sabía de sobra que existe una ley interna según la cual no se debe llorar nunca si tienes demasiados motivos. Me convencí de que las lágrimas se debían al frío, y me lo creí”.
Pañuelo
En su discurso del Nobel, Herta Müller contó que, cada mañana, antes de salir de casa, su madre le preguntaba: “¿Tienes un pañuelo?”. La autora explicó que nunca llevaba el pañuelo porque cada mañana esperaba la pregunta: “El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. Esa pregunta era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta”. Pero un pañuelo, según ella, también puede usarse durante el llanto o la enfermedad. Para protegerse del sol o de la lluvia. “O cuando uno quería acordarse de algo”, dijo, “hacía un nudo en un pañuelo como artificio mnemotécnico. O lo envolvía en la mano para cargar bolsas pesadas. Si lo ondeabas era señal de despedida. Y cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerrada cuando pasaba la rigidez cadavérica. Si alguien en la ciudad se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio”. Para Müller, cada oficio, y en especial la escritura, se rige por el mismo principio de ternura oculta y “delicadeza monstruosa” que contiene la preocupación de su madre por el pañuelo.
La lechuza
Las lechuzas son aves solitarias que no gustan de las migraciones. Y son nocturnas: es decir, buscan su alimento durante la noche. En las novelas de Herta Müller hay una presencia constante de lechuzas: algunas sobrevuelan y otras se posan en los tejados. Para sus personajes –que, como estas aves, también son nocturnos, pero en la otra acepción del término: andan siempre solos, melancólicos y tristes–, las primeras anuncian la inminencia de una muerte y las segundas advierten que alguien acaba de morir. Así es la obra de esta autora que se vio obligada a emigrar: un recuerdo de la muerte, un anuncio de lo que ella misma llama “la extrema soledad del ser humano”.
Herta Müller estará en conversación con Philip Boehm el viernes 25 de enero de 2013, 5:30 – 6:30. Teatro Adolfo Mejía.