Foto: Juan Pablo Montejo
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Escalar: llegar al cielo y más

El equipo de aventureros 7 Cumbres Colombia emprendió el difícil viaje hacia la cima del monte más alto de Alaska.
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mayo 19, 2014
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Mi hobby es escalar, y siento que para hablar de esta actividad a lo mejor debería realizar una producción tecnicolor en sus cabezas, y comenzar este cuento con una historia en la que me imaginen colgando de un solo brazo, a punto de caer al vacío… y que mi relato de subir altas montañas sea más inspirador que El camino del peregrino. Sin embargo, también siento que si lo hago podría ser tan entusiasta como el golfista que quiere explicarle a uno lo que pasó en el hoyo 9, cuando en realidad a uno le importa un pepino el golf.

Por lo general, los escritos sobre la escalada en alta montaña son hermosamente pensados y, casi sin excepción, poéticamente relacionados con la vida misma. Sin duda, la escalada es la mejor analogía de la vida y, aprovechándome de esto, podría enumerar diferentes eventos y experiencias alrededor del tema para que mi mamá se sintiera orgullosa de mí. Aunque lo he hecho, quisiera por primera vez escribir de forma sencilla acerca de este tema.

Me parece charrísimo comenzar con frases como: “la montaña más difícil es esa montaña infinita del ser” o “en el morral, como en la vida, debemos escoger bien qué cargamos y qué dejamos atrás. Es mejor andar livianos”. Aunque he dicho esas frases, hoy no voy a hacer este tipo de analogías entre la vida y la montaña.

Sí, hoy estoy luchando conmigo mismo, peleando con la costumbre de tratar de ser García Márquez en el realismo y Thomas Mann en la magia de su montaña. Pero bueno, al igual que estos dos grandes, estas cordilleras gigantes también tienen días en que están nubladas, congeladas, tormentosas, llenas de nieve, impenetrables, cerradas.

No pretendo sugerir que los que vamos a la montaña somos unos iluminados, sabemos todo sobre el estado del ser y tenemos una pequeña versión de la verdad. Estoy lejos de ser todo eso, entonces, ¿cómo no sonar como eso que detesto y cómo explicar la montaña sin palabras venerables? ¡Qué día tan difícil!

Quisiera escribir de forma sencilla que adentro de estos descomunales monumentos de piedra y hielo, luego de varios días de jornadas agotadoras, acompañados durante horas de los sonidos estridentes de nuestros pensamientos, de pronto quedamos estáticos, como si fuera el lugar de una cita, como si fuera nuestro punto de encuentro con Dios, con nosotros mismos. ¿Pero cómo podríamos escribir este tipo de encuentros de forma sencilla? La verdad, me estoy dando cuenta de que no puedo. ¿Cómo describir un despertar espiritual en la montaña de forma sencilla si es algo tan extraordinario?

A ver, ¿cómo explicar la sensación del abrazo del amigo que llega sano y salvo al campo base del Everest, luego de haber conquistado la cumbre? ¿Cómo explicar la vista desde la cima del monte Vinson en la Antártida y describir esa extensión de hielo que parece un mar congelado? ¿Cómo explicar los 15 días sin noche en Alaska escalando el monte Denali? ¿Cómo explicar todo esto sin ser desmedido y romántico al mismo tiempo?

Hoy siento que resulta cursi explicarlo de esta manera, que debería ser más espontáneo al escribir sobre las montañas, hablar sin tantos adornos, pero es difícil, así como es difícil saber que teniendo un lugar tan alucinante como la Sierra Nevada del Cocuy, todavía hay gente en Colombia que no la conoce.

Esa es la montaña para mí, una ruleta de emociones y una guerra de varios elementos. Seguramente mi hobby es vivir la vida de forma tan extrema que tengo que congelarme los pies para saber que los tengo. Cuando me preguntan por qué hago esto, ¿por qué escalo? Me pregunto si mi respuesta será igual a la de un “entusado” que explica por qué traduce aquel místico hinduista de la Mundaka Upanishad al griego clásico para entender su desilusión amorosa.

Quizás no haya una razón, claramente no hay nada razonable en hacerlo. Pero valdría la pena escucharlo. Ustedes, pacientes lectores, se preguntarán por qué hay quienes les gusta en sus vacaciones ir a escalar para comer mal, caminar diariamente durante horas, dormir sobre el hielo, no bañarse en 20 días, derretir agua para poder hidratarse, correr peligro de irse por una grieta de cientos de metros, sufrir congelamiento en alguna extremidad del cuerpo, padecer un edema pulmonar, o sencillamente morir en una avalancha…, mientras que por la misma platica podría estar tomando cerveza cómodamente en una playa.

Sería grandioso explicar mi respuesta del porqué escalo con lo que los coaches y psicólogos llaman “zonas de confort” y que es importantísimo salir de ellas para saborear los verdaderos y desconocidos matices de la vida. Pero sería demasiado predecible explicarlo con este ejemplo.

Como tantas veces en mi vida que he dicho que no quiero hacer algo y termino haciéndolo de todas formas, así no quiera sonar cursi, no puedo evitarlo; así como muchas veces he dicho “este año no vuelvo a la montaña, voy a hacer otras cosas” y 15 días después ya tengo nuevos planes de escalada rondando mi cabeza.

Podría ver mi hobby desde el extremo contrario del telescopio, y aunque hago otro tipo de actividades y deportes para mantenerme en forma, nunca abandono el sueño de escalar en lugares nuevos, ya sea en roca, en hielo o yendo a la alta montaña. Aunque ha habido veces que abandono una ruta o una montaña a medio camino, ya sea porque la ruta es muy dura, el clima está imposible o por instinto y por seguridad, siempre surgen nuevas preguntas, encuentro nuevas respuestas y sumo más experiencia que me hará posible tomar mejores decisiones en próximas expediciones.

Lo increíble de esta actividad, a diferencia de otras, es que pasan muchos días antes de lograr el objetivo y que, muchas veces, el estar en excelente condición física no garantiza que llegaremos a la cima. Esto no se trata de una maratón que, aunque es muy exigente y requiere un entrenamiento riguroso, se acaba en tres o cuatro horas y que si te has preparado, seguramente cruzas la meta en un buen tiempo.

Aquí hay muchas cosas en juego, además del factor físico. Están el clima, el tiempo, el equipo de personas con las que vas, el estado de ánimo y lo que llamamos “cabeza”.
La escalada requiere estar en excelente condición física, requiere un entrenamiento riguroso y, como otras disciplinas, es perfectamente mental y emocional. A veces demasiado. En todas mis expediciones he llorado, he reído, he abrazado, he gritado, he bajado la cabeza, me he caído, me he levantado, he hecho algo por otros, he tenido momentos de duda, de miedo, me he equivocado, he hablado con Dios, he entendido la vida, he podido apreciar el silencio, he estado confundido, triste, feliz. ¡Me pasa todo esto en unos días! Se me revuelve todo por dentro. Y ya, solo por eso, puedo regresar sin pena a esas imágenes que evocan pura cursilería, pero que son, al final, la vida misma.

7 cumbres Colombia
Me pregunto si habrá otro hobby como este. Y si lo hay, me pregunto si podré tener un equipo de personas excelentes para practicarlo. Por eso sigo escalando, porque después de muchos años he logrado sentirme más cómodo que nunca en un equipo sólido. Como gerente del equipo 7 cumbres Colombia, quiero compartir con ustedes cuáles son nuestros objetivos, en orden de importancia, cada vez que vamos a una montaña:

1. Ir y volver sanos y salvos.
2. No romper los lazos de amistad que une a los miembros del equipo.
3. Llegar a la cima.

Muchos pensaríamos que el primer objetivo es alcanzar la cima, ¿verdad? Pues no. El logro de estos objetivos supone un trabajo importantísimo en conjunto. Y queremos seguir aprendiendo a trabajar en equipo.

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