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El televidente manda

La televisión abierta se enfrenta a audiencias cada vez más exigentes, expuestas a nuevas maneras de hacer televisión y a nuevas tecnologías.
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noviembre 25, 2013
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La revolución de Internet

Es insuficiente hacer comparaciones de rating entre 1994 y 2013 para efectuar cualquier tipo de análisis. En 20 años se han presentado en Colombia grandes cambios en los medios. Internet se ha ido masificando y las plataformas digitales se han multiplicado, logrando capturar buena parte del tiempo de ocio de la gente. Según el Ministerio de las TIC, 54 % de los colombianos usan Internet todos los días: 30 % de estos ven películas en un computador, 15 % miran televisión online y 12 % descargan contenidos para verlos luego. Esto, indudablemente, ha repercutido en que buena parte de la televisión se vea hoy en diversas plataformas: desde la pantalla del computador, el celular o la tableta hasta dispositivos, como el Apple TV o los televisores inteligentes, que cada día se imponen en más y más casas.

Dentro de este panorama, Canal Caracol ya lanzó su plataforma Caracol Play en donde ofrece por suscripción la programacion emitida por el canal, a la cual se puede acceder desde cualquier dispositivo, y ver en cualquier momento y lugar. RCN, por su parte, tiene una muy buena plataforma para ver su programación en vivo desde la web.

“La forma como el público percibe la televisión es totalmente diferente. Se ha abierto tanto que existe una migración (de televidentes hacia otras plataformas) por gusto, tiempo y calidad”, dice Malcolm Aponte, productor de Amar y vivir, y Padres e hijos, y actual director de producción y programación de Colombiana de Televisión. Para él está claro que el mercado es cada vez más específico, con un público cada día más puntual. “Es malo en términos de cantidad, pero es bueno porque enfoca tanto a la audiencia como al consumidor”.

Y si por el lado del televidente se perciben estas transformaciones, dentro de la propia industria se han dado cambios igual de significativos. Se pasó de un sistema en el que 24 programadoras que se encargaban de producir contenido de variada índole transmitido en dos canales de televisión públicos, a dos canales privados –que compiten tête a tête–, para los cuales seis o siete productoras empezaron a elaborar contenidos, que cada canal puede distribuir, dentro de ciertas franjas, en la forma que quiera. Al principio se creyó que esta libertad –sumada a la estabilidad que ofrecía tener concesiones que ya no requerían renovarse cada cuatro años– sería un gran incentivo para hacer productos de gran factura.

Indiscutiblemente en los últimos años la televisión colombiana ha producido series que le han dado la vuelta al mundo por la calidad y originalidad de sus historias –baste mencionar la paradigmática Betty La Fea, El cartel de los sapos y Vecinos–. Sin embargo, también ha dado lugar a fenómenos que han obrado en detrimento de la calidad. Uno de ellos es la “programación espejo”: un canal saca un producto que funciona y el otro le responde con uno de la misma naturaleza para enfrentarlo y hacerle competencia. Así pues, la oferta de la franja estelar está conformada por dramatizados, concursos y realities, sin dejarle mayor opción al televidente. A ello se suma la modificación permanente de los horarios de emisión, provocada por la batalla minuto a minuto por cautivar el rating, que ha alejado a muchos televidentes que se sienten irrespetados y manipulados.

Agustín Restrepo recuerda la anécdota de cómo su hija se enganchó con Chica Vampiro, una serie producida por Televideo, que al cabo de un par de semanas quitaron de la parrilla inexplicablemente. “Por esta decisión arbitraria, le regalaron un televidente a Nickelodeon”, cuenta.

¿Y lo público?

Para la televisión pública es difícil quitarse de encima el estigma de que una programación cultural o educativa es sinónimo de aburrimiento. Sobre todo si no se cuenta con la financiación para desmentir ese imaginario. Como, en teoría, no depende de la pauta –ni del rating–, la televisión pública puede darse el lujo de llevar a cabo propuestas más arriesgadas que las de los canales privados. Programas como Los puros criollos, En órbita, Migrópolis o La lleva en Señal Colombia son algunas propuestas que dan fe de ello. Y una muestra de que la homogeneización se resquebraja en estos espacios. No en vano Señal Colombia, en lo que va corrido de este año, se ha ganado 29 premios internacionales, varios nacionales como el India Catalina y ha recibido otras tantas nominaciones.

Claudia Bautista, libretista que ha trabajado tanto en televisión pública como privada, asegura que “en el único sitio donde creo que se está intentando hacer algo potente que no le apunta al televidente como un consumidor, sino como un ciudadano, es Señal Colombia”.

Algo muy parecido a lo que le apunta Hollman Morris, desde que asumió la dirección de Canal Capital, y quien indudablemente le ha impuesto su sello al canal. A diferencia de la programación espejo de los canales privados, tanto Señal Colombia como Canal Capital han apostado por “contraprogramar”. Mientras los canales privados programan noticieros, por ejemplo, Señal Colombia propone un dramatizado. Más llamativo todavía es que Canal Capital haya decidido establecer una franja de análisis político, enfrentada al dramatizado o al reality de los canales privados, de martes a jueves a las nueve de la noche.

Lo que está claro es que si se quiere competir, ya no contra los dos canales privados, sino con la mar de opciones que ofrece el mundo digital, la única opción es la originalidad. Hoy la gente apaga el televisor o cambia de canal si no encuentra algo que la cautive. El castigo es real y la industria ya no puede simplemente asumir que el que manda es el que está detrás de la programación. El tiempo del televidente llegó, y todo indica que para quedarse.

Mientras en junio de 2007 los usuarios de cable no sumaban más de 1,8 millones de personas, para julio de 2013 había más de 4,5 millones.
Y allí está toda la diferencia.

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