Foto: Duccio / El prendimiento de Jesús ( 1308-1311) Museo dell'Opera del Duomo. Siena
Archivo Diners Cultura

«El Jesús cósmico», por Ernesto Cardenal

El poeta nicaragüense, conocido por obras como Hora cero, Gethsemani y KY., escribió para Diners su visión de por qué Jesús es el salvador de toda la humanidad.
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diciembre 13, 2017
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La naturaleza está siempre comulgando consigo misma: esto es, comiéndose y dándose a comer. La comida es la comunión de la vida. La comida no es una cosa “prosaica”.

El Creador ha querido que para vivir tuviéramos que comer otros seres vivos porque quería que los seres vivos viviéramos en comunión unos con otros. No ha querido que fuéramos seres independientes unos de otros y autosuficientes, sino que necesitáramos estar asimilando siempre a nuestro ser otros seres vivos y que mediante esta asimilación estuviéramos siempre en comunión con todo el cosmos.

A la diatomea la come el copeópado y al copeópado lo come el arenque y al aranque lo come el calamar y al calamar lo come la perca y cuando la perca muere y se convierte en detritus alimenta otra vez a la diatomea o es comida por el hombre y el detritus del hombre alimenta a la diatomea, porque la vida y la muerte son una misma cosa y la vida está siempre renaciendo de sí misma.

Y no debe costarnos el imaginar la resurrección de la carne por el hecho de que nuestra carne haya pasado a ser la carne de otros seres, y la de éstos de otros, pues en esto mismo estamos viendo ya en acción la resurrección de la carne.

¿Con qué cuerpo resucitaremos? Resucitaremos con todos los cuerpos y con todas las edades, o mejor dicho, resucitará un solo cuerpo con muchas edades en el que todos seremos carne de otros y en el que estaremos todos unos dentro de otros como el feto está dentro de la madre. Tan sólo los que no se salven quedarán cercenados de este cuerpo, y por eso la condenación de uno es una mutilación del Cuerpo Místico.

Por eso dice San Pablo que todas las criaturas —también las plantas y los animales— están gimiendo, esperando la resurrección de nuestro cuerpo. Y por eso basta que resucite un solo cuerpo para que tengan que resucitar todos los cuerpos. Y basta que haya resucitado Jesús “el primogénito de los muertos” para que tenga que resucitar la creación entera.

Cristo no sólo redimió la naturaleza humana, sino toda la naturaleza. El pan y el vino y el agua también fueron redimidos y toda la materia ha sido hecha santa por El y sacramentalizada. Aun los pájaros y los peces del mar participan de la santidad de Jesús y de nuestra santidad. La Madre Naturaleza se ha hecho santa con la Virgen Madre, porque todos estamos en santa comunión, desde los más humildes invertebrados y mamíferos hasta la Madre de Dios, y los humildes mamíferos participan también de la maternidad de María.

Cuando nosotros comulgamos con Cristo todo el cosmos comulga con Cristo. Los mayas creían que el hombre estaba hecho de maíz, porque tenían conciencia de esta comunión y de este Cuerpo Místico. Y los sacrificios mayas y todas las eucaristías paganas eran también como una participación oscura e imperfecta de esta comunión cósmica, de este Cuerpo Místico (pues como dijo Yavé a los judíos por boca del profeta Malaquías, El no solamente recibía sacrificios de Israel sino que también recibía sacrificios puros de todos los pueblos paganos de la tierra: “Porque desde el nacimiento del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé Sebaot” [Malaquías 1, 11]).

Jesús eligió el pan y el vino para la eucaristía porque estos eran los alimentos básicos de la cultura mediterránea, que era la más universal, y por lo tanto eran los alimentos más universales (y el trigo es el cereal que más se cultiva en el planeta), pero el pan y el vino de la eucaristía están en representación de todos los frutos de la tierra: del maíz y el cacao, y el café, y el tabaco, y el banano, y el coco, y el pulque, y la chicha.

Cada fruto es como una síntesis del cosmos, es un trozo de materia cósmica asimilable. De modo que el pan y el vino de la misa son síntesis, y están en representación de todo el cosmos. Y están en representación de nuestro cuerpo, porque nuestro cuerpo es también fruto, somos esos frutos asimilados y hechos cuerpo. Nuestra carne y nuestra sangre son pan y vino. Y cuando el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, simbolizan nuestro cuerpo y nuestra sangre convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Todos los seres participamos también de un mismo ritmo cósmico. La rotación de los átomos y la circulación de nuestra sangre y la savia de las plantas y las mareas del mar y las fases de la luna y la rotación de los astros en la galaxia y la rotación de las galaxias: todo es un mismo ritmo, todo es un canto coral que canta todo el cosmos. Porque todas las leyes naturales, como dice el libro de la Sabiduría, son como el ritmo de las cuerdas de un salterio.

El canto de los monjes y el ciclo de la liturgia, de acuerdo con el ciclo de las cosechas y de las estaciones del año y de la vida y la muerte (y la Vida y la Muerte y la Resurrección de Cristo), son parte de este ritmo cósmico, es la participación del alma del hombre en el ritmo del mar y la luna y de la reproducción de los animales y la de los astros. Y también las liturgias paganas, de acuerdo con las cosechas y las estaciones, incorporaban al hombre a este ritmo cósmico, que el hombre moderno en las ciudades modernas ya ha perdido.

Porque este ritmo es la religión. Como las ostras dependen para su reproducción del ritmo del mar y los palolos de los mares del Sur dependen de la luna, así también el hombre depende de los ritos y del ciclo litúrgico. Porque, como dice el Eclesiástico, es la religión la que le da el ritmo a la vida del hombre: “¿Por qué un día es distinto de otro día mientras la luz todo el año procede del sol? Es la sabiduría del Señor la que los diferencia y muda los tiempos y trae las fiestas” (Eclesiástico 33, 7-9). Y por eso la vida en ciudades como Nueva York es tan horrorosamente monótona.

Por eso nuestra religión es Católica —esto es, universal— no sólo porque es la religión de todos los hombres sino porque es también la religión de todo el cosmos, abarca desde los moluscos hasta los astros, abarca también a todos los otros ritos y a lo que había de religión verdadera en todas las antiguas religiones paganas y abarca más que lo que es religión —en el sentido convencional de la palabra— a todo el hombre (con su poesía, su pintura, su folclore y sus danzas, las fiestas de las siembras y la recolección de las cosechas y el crecimiento de las plantas y los animales y el amor del hombre y la mujer) y fuera de esta religión no hay salvación.

Todo el cosmos es canto y canto coral y canto de fiesta y de fiesta de bodas (“… un rey que preparó un banquete de bodas a su hijo”). Nosotros todavía no estamos en la fiesta, pero hemos sido llamados, y vemos la luz desde lejos y oímos la música: “A medianoche se oyó un clamor: Ahí está el esposo, salid a su encuentro” (Mateo 25, 6). Y el Bautista nos anunció ya su llegada, señalándolo: “El que tiene la esposa es el esposo; el amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra grandemente al oír la voz del esposo” (Juan 3, 29).

La liturgia es la conmemoración diaria aquí en la tierra y en el tiempo, de esa fiesta de bodas que ya comenzó en la eternidad. Para la Iglesia católica por eso todos los días son de fiesta y en la liturgia todos los días son llamados Feria, “fiestas” (la fiesta del lunes, la fiesta del martes, etcétera), y todos los días del año zodiacal y litúrgico son para nosotros una figura de esa fiesta eterna que nunca acaba; y nuestro canto, junto con el coro de los astros y el de los átomos, es el mismo del coro de los ángeles, y el mismo que cantan tal vez innumerables humanidades en innumerables planetas, a los cuales parece referirse el libro de Job cuando habla de las aclamaciones de los astros matutinos en los que los hijos de Dios gritaban de júbilo.

Nosotros aún estamos fuera en la oscuridad esperando al esposo, pero ya hay una luz allá lejos y un canto coral en mitad de la noche.

Archivo Revista Diners Edición 357 de diciembre de 1999

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