Entre palabras, quien hablaba era un hombre con la sabiduría suficiente para decir que el amor es importante porque es innecesario, y seguía: “no estoy diciendo que el amor te hará feliz –sobre todo, no estoy diciendo eso–.Si algo, tiendo a pensar que te hará infeliz (…). Y puedes creer esto pero hay que insistir en que el amor es nuestra única esperanza. Y lo es aunque nos falle, si es que nos falla, o porque nos falla. (…) Y si lo hace, debemos culpar a la historia del mundo. Si nos hubiera dejado solos, podríamos haber sido felices”.
Quien escribía esto es Julián Barnes en La historia del mundo en 10 capítulos y medio. El medio era este capítulo citado. Este inglés nacido en Leicester en 1946 tiene una bibliografía riquísima que, leído en varios formatos, conserva ese tono delicioso entre ensayo, diálogos delirantes e historias con las que nos podemos conectar fácilmente: The pedant in the kitchen (El perfeccionista en la cocina) es un elogio al cocinero que se ciñe a la receta, un tratado que disfruta –y entiende– quien goza de la cocina; su interpretación sobre cómo mienten los políticos cuando confiesan o no que fuman es uno de sus más divertidos pasajes de Pulso y las preguntas que se hace en El sentido de un final son filosofía pura: “Este era otro de nuestros miedos: que la Vida no sería como la literatura” o “Alguien dijo alguna vez que sus momentos favoritos en la historia eran cuando las cosas estaban a punto del colapso, porque eso significaba que algo nuevo estaba naciendo.
¿Tiene algún sentido si aplicamos esto a nuestras propias vidas? Morir cuando algo nuevo está naciendo –¿incluso si ese algo es nuestro propio ser?–. Porque, tal como todo cambio político o histórico, tarde o temprano decepciona, también lo hace la adultez. Y la vida”. Barnes tiene un pesimismo que, de tan real, resulta encantador, porque celebra la existencia con cada palabra.