Pero de hecho existe un riesgo en el tránsito en un mismo escritor al pasar de la poesía a la narración: la de equivocar los instrumentos que son pertinentes en este nuevo campo y seguir aperados con los del anterior. Hay muchas “novelas de poetas”, incluso de buenos poetas, que son ilegibles: no ocurre nada, no hay expectativas ni sorpresas, etcétera. Soy consciente de este peligro, y en las dos novelas que escrito, Diario de la Luz y la Tinieblas, una novela histórica que publiqué hace unos años sobre Francisco José de Caldas, y esta, he tratado de cambiar radicalmente de piel y unirme con las armas del narrador, del que cuenta. Intento utilizar el arsenal que tiene el narrador a su servicio: el suspenso, los paralelos, las sorpresas, los clímax y los anticlímax, etcétera.
También se le conoce por sus ensayos críticos y su carrera académica ¿cómo alejar al riguroso académico para hacer literatura?
En principio, no hay que renunciar a nada para escribir un buen relato. Entre más se conozca lo que se cuenta, se puede ser más elocuente en su relato ficcional. Pero si lo que se alude con “rigor académico” es cierto esquematismo que puede ser útil en las ciencias sociales, pero fatal en el relato literario. Así como la poesía y la narración tienen herramientas diferentes, el relato literario y el análisis académico tienen distintas formas y es un error confundirlos. Esto no excluye que el hecho de que cuando un personaje de ficción es, por ejemplo, un científico, o un político, los discursos que les corresponden deben ser integrados en la narración.
Mi anterior novela, sobre Francisco José de Caldas, que era astrónomo, botánico, físico, no puede ignorar su pensamiento sobre estas áreas, a riesgo de adulterar el perfil del personaje. En Dime si en la cordillera sopla el viento hay un personaje que es un político militante de izquierda para quien su nterpretación sociológica y económica de lo que observa es de gran importancia: el escritor le debe permitir al lector enterarse de esto.
Muchos (la mayoría) de los apartes de la novela ocurren en el Huila, y en otros lugares de Colombia ¿cree que hace falta descentralizar la literatura colombiana?
Por lo menos en la época actual, no creo que siga siendo útil la clasificación de las obras narrativas, por el espacio geográfico en el que se desenvuelven los acontecimientos referidos. En los años 60 y 70 del siglo pasado se hablaba de la irrupción de la novela urbana como reacción frente a la novela rural precedente y esto decía algo significativo. Pero no creo que siga siendo así. Hoy en día los escritores pasan de una obra a otra de escenarios completamente diferentes, tanto en el espacio como en el tiempo.
William Ospina y Pablo Montoya, por ejemplo, han escrito en el pasado desde argumentos de la época de la conquista o de nuestra independencia, o de los años setenta hasta relatos en otros continentes. Lo que los identifica no es el teatro de los acontecimientos que cuentan, sino la manera como lo hacen y lo que persiguen y logran. No estoy seguro de que mi novela pueda ser clasificada como una novela huilense o tolimense porque allí ocurren muchos de los eventos relatados.