Daniel Craig
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Cine y TV Cultura

Daniel Craig: con licencia para actuar

Nombrar a Daniel Craig es como invocar un personaje de rostro duro y de pocas palabras. El James Bond de los últimos quince años vuelve a sus orígenes como actor integral en Queer.
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enero 31, 2025
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Daniel Craig es un caradura. Literalmente. Aunque la vida también lo fue con él durante mucho tiempo. Nació en Chester, una ciudad casi en la frontera con Gales, hijo de un padre que regentaba pubs y de una madre profesora de arte. Cuando apenas tenía cuatro años, el matrimonio se vino abajo y su madre se lo llevó a vivir, junto con su hermana, a Liverpool.

Su vida fue la de un chico común: jugó fútbol, y cuando se mudó a Hoylake, una ciudad cercana, se aficionó a jugar rugby. Daniel creció en un ambiente rutinario y rudo, en el que fue revelándose en la adolescencia que actuar era su verdadera pasión. A los dieciséis años no pudo más con los estudios. Las malas notas lo llevaron a abandonar las aulas para dedicarse a la actuación.

En el colegio había hecho papeles en Romeo y Julieta y Oliver, y su madre apoyó su decisión porque creía en su talento. Lo que vendría no sería fácil, porque la vida le mostraría en esos años su cara más amarga. De hecho, no pudo acceder a varias instituciones cuando hizo audiciones para estudiar arte dramático.

Foto Alberto Pizzoli / AFP

Desde joven tuvo que fortalecer su resiliencia. Finalmente, consiguió que lo admitieran en el National Youth Theatre, en Londres. Cuando llegó a la capital de Inglaterra, tuvo que sobrevivir sirviendo en bares y trabajando en restaurantes para financiar sus estudios.

Dos años después, a los dieciocho, estaba en una situación desesperada, pero una pareja gay le dio la bienvenida a su casa y le ofreció su techo. Ellos le enseñaron a comportarse y creyeron en él. Craig sobrevivió con salarios mínimos y con algunos trabajos ocasionales como camarero mientras se esforzaba en sus estudios de actuación.

Aunque el teatro le trajo las primeras satisfacciones, con una gira por España y Rusia, hubo días en los que no tuvo nada para comer, y ha confesado, en entrevistas previas, que se vio impulsado a robar comida de los supermercados y, algunas veces, a dormir en los bancos del parque. Su debut fue en el teatro clásico, con la obra Troilo y Crésida, de William Shakespeare. En esos días era un chico rubísimo, de cabello largo, peinado hacia atrás, cejas casi transparentes por la claridad de la piel, ojos profundamente azules y unas facciones duras aliviadas por la juventud.

Craig siguió insistiendo, hasta que lo aceptaron en la Escuela Guildhall de Música y Drama de Londres, en 1988. Cuando se graduó, en 1991, ya había participado en un papel secundario en la película The Power of One (1992), en el que actuó como un soldado de malas pulgas y pésimos modales. Había algo en su mirada que lo ligaba directamente con los chicos malos. Y la actuación siempre necesita algún villano.

Mientras algunos de sus compañeros despuntaban, entre ellos Joseph Fiennes, Alistair MacGowan, Rhys Ifans y Ewan McGregor, a Daniel Craig le comenzaron a salir papeles en capítulos en televisión. Aunque interpretara personajes rudos, agresivos o desagradables, trabajo era trabajo. Y la actuación era, finalmente, su elección y su mundo.

Craig apareció en una serie de papeles secundarios en películas y series de televisión. En 1995, actuó como mozo de cuadra, suspirando por una princesa —interpretada por Kate Winslet—, en una adaptación cinematográfica de la novela de Mark Twain llamada Un niño en la corte del rey Arturo. Fue su primera gran aparición. Pero fue en la miniserie Nuestros amigos del norte donde tuvo su primer protagónico, esta vez sobre un personaje que buscaba a su familia en un camino de sexo y drogas.

Le salían más y más papeles como policía rudo o tipo que atrae el deseo por su pinta de chico malo. Además, el cuerpo delgado y esculpido jugaba a su favor. Justamente, un rol de maleante homosexual lo llevó a probarse actoralmente en una forma que no parecía para su perfil: se convirtió en el amante de Francis Bacon en la película Love Is the Devil (1998), que incluía escenas íntimas homosexuales, y dejó en claro que él era un actor hecho para todos los formatos. Y que no le temía al riesgo.

Fue una oportunidad de oro para Daniel: por fin pudo demostrar que era capaz de saltarse los formatos y romper parte del molde en el que lo encasillaban, aunque conservara el aire de chico malo.

A los treinta años, Elizabeth (1998) terminó por posicionarlo. Pasó por fin a ser un actor británico con derecho a aparecer en los créditos principales, todo un mérito en un país en el que el talento actoral abunda y la calidad compite a dentelladas por doquier. Más películas con contenido sexual o en los roles tradicionales siguieron en el camino.

Una de ellas, La madre, en la que se convertía en el amante de una mujer madura que le doblaba la edad, y a la vez en amante de su hija, rozó la polémica. No todo es lo que parece (2004) lo ubicó en un rol protagónico, esta vez como traficante de cocaína. Pero su salto a la fama sucedió a los 38 años cuando protagonizó Casino Royale (2006), su primera aparición en la saga de James Bond.

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Daniel Craig: agente 007

Tras discusiones globales sobre si era el personaje adecuado para el agente 007 después de dos íconos del glamour del cine como Roger Moore y Pierce Brosnan, Daniel Craig terminó imponiendo un modelo de un hombre entrenado para matar sin mucha expresividad, rudeza pura, una especie de macho capaz de sufrir y hacer padecer, menos sofisticado, más duro y mucho más agresivo. Y su personaje caló, hasta el punto de que llegó a protagonizar otras cuatro películas más del otro agente más popular del cine, junto con Ethan Hunt, de Misión Imposible.

Entre la primera y la quinta cinta pasaron quince años. En medio, hizo infinidad de papeles, cada vez más decidido a desligarse del perfil de caradura que caracterizaba a su personaje. Hizo roles de aventura, de misterio, de comedia, y hasta encarnó a un stormtrooper en Star Wars, en una escena de un minuto en la que no da la cara. Pero Daniel Craig siguió siendo para el mundo el rudo 007. El de una sola línea en el guion. El de frases lapidarias del estilo de “Todos tenemos secretos; aún no conocemos los tuyos”, “Bond, James Bond” o “El pasado no ha muerto”.

Un personaje tan poderoso no se olvida fácil. Así que decidió volver a su pasado, a ese momento en que hizo de amante gay, pero ahora en un nuevo rol, con la dirección de Luca Guadagnino en su cinta Queer (acepción de gay en inglés), ya no en el papel de criminal rudo de antes, sino en el de un hombre mayor vulnerable, adicto, ansioso de amor y necesitado de afecto de un joven que conoce. Una vuelta de tuerca en su camino actoral.

“Cada quien puede amar como mejor le parezca. Es individual. Amar es una huella dactilar. No me interesa y me enoja que cuestionen esto. No es algo de lo que me interesa hablar o profundizar”, dice, dando respuesta a medios del mundo desde Londres. Las preguntas que le hacen los periodistas obvian su recorrido de casi tres décadas y se asombran porque su imagen ruda de 007, de la que tanto quiere deshacerse, es en esta cinta la de un hombre gay, capaz de hacer escenas sexuales explícitas, que aparece extremadamente vulnerable y apela a la sexualidad como manera de encontrar afecto.

Está cansado de que le pregunten lo mismo. “Me parece risible la idea de la masculinidad”, afirma. “Es una actuación. Como la de todos nosotros en la vida”. Le cae un flequillo rubio en la cara. Luce una camisa azul y habla desde un hotel después de un largo día de entrevistas. Se nota que es autocrítico, que va en contra de lo que la sociedad quisiera de él y que está harto de que lo encasillen.

Vulnerabilidad y apertura

“El cine es un trabajo duro, y con los años he comenzado a ser más selectivo y exigente con mis papeles. Ahora soy padre y quiero tomar decisiones claras sobre qué elijo. Siempre procuro dar lo mejor de mí. No soy capaz de dejar mi trabajo si hay algo pendiente y quiero más tiempo para estar con mi familia”, dice.

Hace referencia a su hijo de seis años, que lo espera en casa, y a su esposa, la también actriz británica Rachel Weisz (El jardinero fiel, La momia), quien protagonizó la cinta Desobediencia, sobre una mujer ortodoxa judía que se embarca en una relación con otra mujer. La película se estrenó en 2017, en el Festival Internacional de Cine de Toronto, donde Weisz tuvo que responder las mismas preguntas sobre sexualidad y actuación que le plantean ahora a su marido.

En ese sentido, elegir la cinta con Luca Guadagnino fue una apuesta para él porque le permitió romper con las estructuras de su rol eterno de caradura. Para Queer, Craig trabajó con un profesor de interpretación para mejorar su acento estadounidense y estudió imágenes del escritor William Burroughs, autor de la novela breve Queer, en la que se basa el filme, en busca de ideas para su personaje, que vive entre un grupo de universitarios expatriados.

El inicio le resultó complejo. “Estaba aterrado”, confiesa. El director le pidió que se aflojara. No le resultaba fácil mostrar la fragilidad, pero Craig se metió en el papel y reveló sus propias fracturas personales para que el personaje las adoptara y se enriqueciera. Lo que resultó fue una interpretación convincente y poderosa, lejana del inglés rígido que suele caracterizar. Por fin se liberó al hacerlo. Fue, en algún sentido, un retorno a sus orígenes como actor. A esos principios suyos a los dieciocho años.

“Por supuesto que hay lujuria y sexo en las escenas, pero ante todo es alguien que busca el amor en una época en la que todo era más complejo”, dice Craig. A su juicio, lo que para muchos resulta escandaloso es solo una manera más de sentir amor. Y es algo que defiende. El personaje le imponía también hacer de adicto a la heroína. En una toma, se inyecta mientras cocina, y la escena en tiempo real está tan desprovista de juzgamientos que resulta dura de ver. Craig puso en esa escena todo su ser.

Es un papel que no habría representado antes, cuando encarnó a James Bond. “Por respeto a la marca, no lo habría hecho. Igual, ahora lo hago porque quiero, pues ya no me importa lo que diga la gente”. Sobre lo que viene, Daniel Craig ha confirmado que llegará al cine de acción en Sargento Rock, la nueva película del universo DC, en la que interpreta a un soldado de infantería durante la Segunda Guerra Mundial que domina metralletas y granadas, y combate cuerpo a cuerpo.

Ahí repetirá con Guadagnino como director, lo que anticipa que será una historia de acción con un trasfondo seguramente sensible. Tiene poco tiempo. Alcancé a plantearle una última pregunta: “¿Se siente tan vulnerable en la vida real como en la cinta, más allá de los roles?”. “Sí, soy padre y soy vulnerable. Lloro todo el tiempo cuando veo películas o algo me emociona. Es imposible no ser sensible y ser vulnerable cuando se es papá”, dice. Como el 007 clásico que ya no quiere ser, deja todo dicho en una línea. Y se va.

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