En 1949 y 1950 un joven periodista pronunció los discursos de coronación: uno en un reinado estudiantil y otro en un carnaval de pueblo. Treinta y un años después una de esas piezas de oratoria fue publicada en una antología de textos. El desconocido reportero se había convertido en el famoso autor de Cien años de soledad. El otro discurso se refundió. Varios rastreadores lo buscaron sin encontrarlo. Aquí lo reproducimos, por primera vez. Es una muestra y un preludio de la personalidad literaria de nuestro Premio Nobel.
Para Gabriel García Márquez, coronador y discursero real hasta sus 24 años, los reinados de belleza representaron un medio especial para ejercitar la palabra y tratar estérilmente de modernizar una de las momias retóricas más viejas del país: el discurso de coronación de reinas .
Aunque en algunas de sus obras hay sarcásticas alusiones al antiquísimo vicio nacional de los concursos de belleza y las reinas sin motivo, mientras era estudiante de Derecho en Cartagena, pobre y trasnochador, o pulía “Jirafas” en Barranquilla, el Premio Nobel Colombiano, a veces, coronaba reinas. El discurso real era de buen ver entre los numerosos tribunos políticos y las matronas perennes. Y las piezas del entonces joven periodista, además de ser joyas piedracelistas, arrancaron suspiros a las notables concurrencias.
En julio de 1949, en la Casa Nacional del Periodista, García Márquez pronunció un enjundioso discurso en la coronación de la señorita Elvira Vergara Echávez, candidata a un reinado estudiantil organizado en la Universidad de Cartagena para conjurar los malos humores políticos generados por la violencia. García Márquez impondría ese año un récord de inasistencia en la Facultad de Derecho.
“A Cartagena no le caería mal un reinado estudiantil en estos días en que todo parece saturado por los vapores políticos”, escribió, con toda ilusión, un cronista, que le exigió a los organizadores “un festival serio, meditado, digno de nuestro ambiente cultural”. La universidad local se convirtió en la tumultuosa sede de un certamen de belleza después de haber sido uno de los centros de agitación política más enardecidos por la muerte de Gaitán.
Las candidatas se escogieron entre las más bellas y distinguidas estudiantes de esa época, de trajes ceñidos y miradas lánguidas, y sus nombre fueron los de doña Albina Primera, doña Yolanda Primera, doña Carmen Primera, doña Alma Primera. La mayoría de estas “doñas” no pasaban de 20 años.
García Márquez leyó su discurso frente a una rozagante Elvira Primera, “en medio de una selecta oligarquía espiritual”. Algunas de las hermosas alabanzas que le dedicaría, en su nota de despedida, al sabio catalán Ramón Vinyes, cuando éste se marchó de Barranquilla, provienen del discurso señorial para Elvira Primera, en el cual habla del deber de “creer en la rosa por ser rosa y no por la certeza de sus espinas” y de “criar el cordero por su mansedumbre y no por la calidad de su lana”.
El reinado estudiantil no fue, sin embargo, tan exitoso como el discurso de coronación de la bella Elvira. El 15 de julio de ese año, en “un ambiente caldeado”, se pretendió realizar la elección, y el reinado estalló. El comité pro-candidatura de Elvira Primera protestó por “la manera irreverente cómo un grupo ha hecho uso de sistemas contrarios a la caballerosidad y la cultura”, y retiró sus delegados del comité organizador, proponiendo (en un gesto que pudo hacer carrera para los reinados futuros) coronar por separado a su reina. Es decir, un reinado dentro del reinado.
Los incidentes entre los estudiantes de distintas delegaciones continuaron después de que una bandera de la delegación de Alma Primera fue quemada por sus rivales. La elección fue anulada. Un cronista local aseguró que “los estudiantes mostraron más vocación para guerrilleros que para electores ponderados”. Las motivas tomaron entonces una de las más originales y efectivas decisiones de reinado alguno: coronar por aparte a su reina, otorgándole los más soberanos méritos. Así, doña Elvira Primera fue declarada “reina de las facultades y soberana de la inteligencia”, doña Albina Primera “reina de las gracia y de la simpatía” y doña Carmen primera “reina de la cultura, la inteligencia y la gracia”.
Los méritos no son abultados si se tiene en cuenta que García Márquez puso como testigos de la coronación de Elvira Primera a Cristóbal Colón, Erasmo, Virgilio, Dante, Euclides, Ptolomeo, Apolonio, Thales de Mileto, Esculapio, Hipócrates, Galeano e incluso a Ricardo Corazón de león y Felipe II.
Siete meses más tarde, en otra tarima, se vería a García Márquez leyendo un nuevo discurso en el acto de coronación de la reina del carnaval de Baranoa, al norte del Atlántico. A la reina cuyo nombre se ha extraviado, la llamó “señora de la perfecta alegría”, “ señora del perfecto regocijo” y “señora del perfecto dominio”, y repitió un párrafo entero de su primer y brillante discurso de coronación, leído en Cartagena.
Leyendo ambos discursos de coronación nadie podrá negar que parte de las armas literarias que le permitieron ganar, 30 años después, el máximo premio mundial de literatura, fueron engrasadas en las tarimas de los escandalosos reinados costeños y frente a bellas muchachas que no sabían quién era ese muchacho de camisa multicolor, pantalón verde y zapatos sin medias, que les estaba diciendo tantas cosas bonitas.