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Cultura Música

Cinco libros escritos por rockeros para rockeros

Del nuevo libro infantil de Keith Richards a las memorias de Frank Zappa, que se demoraron 25 años en publicarse en español, estos son los mejores libros para regalarles a los rockeros de su vida.
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diciembre 1, 2014
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“En un libro, si quieres la verdad… ¡lee entre líneas! En la música, la verdad baila entre las notas”
Steven Tyler

Quizás fue el éxito de Just kids, el libro autobiográfico de Patti Smith sobre sus años de juventud al lado de su amigo y cómplice, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, el que inició esta tendencia. O tal vez fuera con Life, las memorias de Keith Richards con las que salda las cuentas con Mick Jagger y donde el viejo Rolling Stone narra de manera cruda sus experiencias en la carretera.

Lo cierto es que algunos avispados editores vieron ahí una mina y en esas estamos. Casi cada mes aparece en las librerías una nueva biografía o autobiografía de algún viejo rockero con ganas de contarnos su vida. Las más destacadas de las que están saliendo los últimos años al mercado en castellano las publica la editorial Malpaso, un proyecto editorial que funciona entre Barcelona, Buenos Aires y Ciudad de México.

Es el caso de las Memorias de un hippy, de Neil Young, escritas por él mismo, asegura, en un estado de sobriedad. Sí, a sus 68 años Neil Young dejó la cocaína, la marihuana y el tequila por prescripción médica y se puso a escribir un texto desordenado, caótico a ratos, pero sincero. El autor confiesa sus miedos, dudas, pero también sus ganas de vivir muchos años más. Neil Young no está preparado para la muerte. Mucho menos ahora que le encontró el gusto a la escritura. Siempre escribió canciones, claro, pero esto es otra cosa, es su vida. Aunque también es una manera de pasar el rato.

“Escribir es, por frívolo que pueda sonar así decirlo, muy cómodo, apenas acarrea gastos y es un buen pasatiempo. Algo que recomiendo encarecidamente a cualquier vieja gloria del rock sin pasta que no tenga planes entre manos. Siempre se puede contratar a alguien para escribirlo si no se está preparado para ello.”

La verdadera historia de Frank Zappa, memorias tardó en ser traducida. Pasaron veinticinco años desde que salió el original en inglés y veintiuno desde su muerte. Las razones quizás radiquen en que si bien Zappa es una figura clave para entender la música del siglo XX, sus discos nunca fueron superventas ni provocaron colas en las tiendas de discos. ¿Se acuerdan de cuándo existían las tiendas de discos? Zappa fue lo que solemos llamar, aún hoy, un autor de culto, una categoría que con los años se volvió demasiado amplia. Las razones de Zappa para escribir su libro son distintas de las de Neil Young.

“Una autobiografía, por lo general, la escribe alguien convencido de que su vida es poco menos que realmente maravillosa. No creo que mi vida sea de ningún modo maravillosa. No obstante me atrae la oportunidad de decir cosas por escrito sobre diversos asuntos tangenciales.”

Para hablar de esos asuntos tangenciales Frank Zappa se hizo acompañar de Peter Occhiogrosso, un periodista especializado en religiones y espiritualidad. Quizá se deba a él el merito de una de los capítulos más interesantes del texto, el referido a su paso por el comité del Senado norteamericano a petición del Centro de Recursos Musicales para Padres (CRMP), un organismo censurador que pretendía “proteger” a los niños de letras satánicas o sexuales. La respuesta de Zappa, que incluso le inspiró la letra de un tema, Porn stars, es clara y precisa:

“La exigencia del PMRC de poner etiquetas para señalar las referencias al sexo, la violencia, las drogas, el alcohol y, especialmente, el ocultismo se lee como un catálogo de fenómenos rechazables por los que practican dicha fe. La fe que profese cada cual es un asunto privado y nadie debería imponerla ni aprovecharse de ella. Conociendo la tendencia de esta organización fundamentalista, es lícito preguntarse si su sistema de calificación se usará más adelante para informar a los padres de si hay homosexuales en los grupos de música. ¿Permitirá el PMRC que existan grupos sólo con la condición de que no incluyan a homosexuales cantando o como imagen de portada?”

Menos político y más juguetón es el Steven Tyler de ¿Acaso molesta el ruido que retumba en mi sesera? Su tema son las mujeres y las drogas y alrededor de ambos asuntos va contándonos su vida, los discos de Aerosmith, las giras, las peleas con Joe Perry, en definitiva todo lo que uno espera de una estrella del rock, al menos lo que hacían las estrellas del rock en los setenta. Dicen los que saben que hoy en día ya no es así, que los rockeros viajan con sus esposas y se portan bien. Quizás eso explique algunas cosas, como la desaparición de las groupies. Ya nadie les dice cosas como hacía Steven: “Mientras yo tenga un rostro, siempre tendrás un sitio donde sentarte”.

Steven Tyler siguió el consejo de Neil Young y contrató al periodista de Rolling Stone David Dalton para que le “ayudara” con el texto y el resultado es un libro que se lee como un buen viaje de mdma, con la euforia del subidón, la sensibilidad del día después y el terrible bajón del lunes por la mañana cuando te repites que nunca más volverás a hacerlo. Aunque entonces no llegaríamos a reflexiones profundas como ésta.

“Mantenemos oculta la vagina. Es demasiado poderosa en nuestra sociedad. Jesús y María Magadalena; ahí se lee “y él la besó”, pero el resto ha sido borrado. Él la besa, ¿dónde? ¿En los labios, en la mano? Todos sabemos lo que era el Santo Grial: una vagina. Y esto sí que es místico.”

El líder de The Who también publicó su autobiografía. Who am I, memorias de Pete Thownshend es también un recuento de excesos con el alcohol, la cocaína o el ácido. Pero es, sobre todo, su manera de contar gestos o actitudes que lo hicieron legendario. Como su obsesión con dejar huella en ciertos hoteles. O como su necesidad de romper la guitarra una y otra vez, en una especie de ritual catártico.

“La arrojo al aire con violencia y siento un estremecimiento repentino mientras el sonido se degrada de un rugido a un estertor: miro hacia arriba y veo el cuerpo fracturado de la guitarra, mientras la extraigo del agujero practicado en el techo bajo. En ese momento tomo una decisión repentina y, en un frenesí demente, vuelvo a arrojar una y otra vez la guitarra contra el techo. Lo que antes era una simple fractura, ahora es un astillado estropicio. Sostengo la guitarra ante el gentío con gesto triunfal. No la he machacado: la he esculpido para ellos.”

Mucho más tierno es Gus y yo, el libro para niños que Keith Richards ha publicado junto con su hija Theodora. Richards relata cómo aprendió a tocar la guitarra a partir de Malagueña, de Ernesto Lecuona, legendario pianista cuabano. El abuelo de Richards pensaba que ésa era la mejor manera de enseñar a tocar la guitarra. Y sí, acéptenlo, los Rolling Stones son unos abuelos.

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