Brady Corbet piensa, como diría la expresión en inglés, por fuera de la caja. En una época en que la industria audiovisual cede a formatos cada vez más cortos, más inmediatos, y a audiencias cada vez más dispersas y faltas de atención, el director de Arizona le apostó a una obra de casi cuatro horas filmada en 70mm, un tipo de película muy usado en Hollywood durante la década de 1960 -el revelado final llegó en 26 contenedores que en total pesaban 136 kilos.
Estrenada en el festival de Venecia en septiembre del año pasado, The Brutalist ya se ha llevado varios premios, entre ellos el Globo de Oro a mejor película, mejor director y mejor actor, y el León de Plata a mejor director. Las nominaciones de la Academia de Hollywood llegaron tan solo a confirmar lo que mucho de la crítica ya había dicho: esta es quizás la obra maestra de Brady Corbet, quien había trabajado en las sombras de la industria, como actor, director de dos películas y “ghostwriter”.
A sus 36 años, y con una de las cinco películas más largas que obtiene una nominación al Oscar, este cinéfilo que creció en Colorado rodeado de los VHS de algunos de sus ídolos (Pressburger o Rainer Werner Fassbinder) ha demostrado que para que ciertas ideas se lleven a cabo hace falta sacrificio, terquedad y, sobre todo, riesgo. Solamente alguien tan familiarizado con una industria y un medio tan competitivo y cruel tiene la autoridad para aconsejar: “Si no te atreves y tomas el riesgo de no gustar, no estás haciendo mucho”.
Desde temprana edad, Brady se familiarizó con el lenguaje cinematográfico y con el ambiente de los sets a través de la actuación. Desde los 11 años, cuando asumió su primer papel en la serie The King of Queens, Corbet ha crecido como actor, teniendo la oportunidad de participar en los proyectos y las miradas de directores como Michael Haneke -en el remake norteamericano de Funny Games-, Lars Von Trier -en Melancholia- o Gregg Araki -en Mysterious Skin.
The Brutalist, su tercera película, fue un proyecto ambicioso que sigue la vida de un arquitecto húngaro, interpretado por Adrien Brody, a su llegada en Estados Unidos, luego de que escapara del Holocausto. En 215 minutos (que incluyen 15 minutos de intermedio), Corbet logró plasmar un retrato de la Norteamérica durante la posguerra, en una época en que la inmigración crecía, junto a las ilusiones y promesas del “american dream” y el “american way of life”, y en que el brutalismo comenzaba a ser la tendencia en la arquitectura del país y del mundo.
(‘Emilia Pérez’, ‘The Brutalist’ y ‘Cónclave’ entre las películas más nominadas de los premios Óscar)
En una entrevista para The Guardian, Brady afirmó que el cine independiente y la arquitectura comparten los mismos principios y problemas, los mismos niveles de agonía y éxtasis. Esta visión independiente es la que ha acompañado a Corbet a lo largo de sus peripecias en medio de una industria que parece cambiar y ceder a los designios y caprichos del mercado a velocidades cada vez más rápidas. Para ello, el director también ha logrado encontrar actores que, como Guy Pearce, se interesan no tanto por el dinero sino por el potencial de una historia, de un estilo y de una visión.
Aunque el dinero -y en particular en el cine- sea uno de los fundamentos ocultos que permiten el arte, Corbet siempre siempre tuvo claro que, independientemente del éxito comercial que tuviera o no tuviera, The Brutalist iba a ser, ante todo, la película que él imaginó y vio. Y así fue.

Con un éxito comercial apabullante y en medio de un debate alrededor de uso de IA en una película rodada en un formato de 70mm VistaVision, Corbet se mantiene fiel a su visión. A pesar de los premios y de los halagos -que incluyen comparaciones de su película con There Will Be Blood o Once Upon a Time in America-, no cabe duda de que después de la premiación del próximo 2 de marzo, Brady Corbet volverá a su día a día: a preocuparse por los mismos sacrificios y las mismas agonías que le permitirán hacer una próxima película que lo llenará de satisfacción.