III.
El Museo de la Inquisición cargaba en su espacio el peso mismo de la historia. Por eso, fueron elegidas obras que de alguna manera tuvieran ese halo, uno que permitiera recordar. Así, de entrada, aunque un poco escondidas –aunque su sentido se profundiza justamente por estar así, en las ventanas ovaladas a las que hay que llegar mirando a lo alto de la edificación con cuidado- está la pieza de la española Elena del Ribero, una alusión a las monjas de clausura. Así, la artista rellena con delicadeza estos orificios con perlas; es su forma de señalar el único resquicio que tenían estas mujeres para comunicarse con el exterior, tejiendo para otros. Es una delicada manera de mostrar un universo femenino que tomó la decisión de retirarse del mundo. Esta pieza se suma muy bien con la de Beth Moysés, una serie de fotografías de un par de manos con delicados guantes encima. Sobre ellos, una serie de líneas de la mano que se parecen más a cicatrices cosidas con hilo oscuro que marcan estas huellas de manera muy poética. Y muy bien puesta, a su lado, una obra que hemos visto en varios escenarios, la instalación de Libia Posada de sus Signos cardinales, una serie de fotografías de piernas de personas que han tenido que desplazarse por el país –y fuera de él- y que tienen pintado el recorrido por el que han transitado, un mapa de violencia y dolor que se ve reflejado en la piel, recorrida.
Esta idea se repite de una manera muy sutil y hermosa en otra de las salas. Se trata de la obra de Shirazeh Houshiary, una alusión al paso del tiempo, al olvido, al cambio de estado, a la desaparición. Una vela se va consumiendo lentamente y repetidamente en varias pantallas. Muy cerca suyo, unas fotos acaparan la atención, son varias vistas del monumento del Holocausto en Berlín –un video que usa fotos fijas que se ven perturbadas por la gente que de cuando en cuando lo atraviesa a destiempo-. Resulta extraño ver (y sentirse adentro) de esta memoria que se ha convertido en un lugar de turismo, que se atraviesa como si estuviéramos en el laberinto de Alicia.
Frente suyo, en un formato mucho más pequeño, más íntimo, las fotos de Candida Hofer de una familia turca en Alemania, también sujeta de discriminación histórica, en unos muy bellos retratos de familia. Posan en la intimidad de su hogar y van mostrando de qué forma se está transformando el mapa y la composición étnica de este país.
Y si de idiosincrasia hablamos, es de resaltar la pieza de Romuald Hazoumé, una moto cargada de ingenio, de bolsas de agua y que sirve para transportar el líquido en Benín. “Sin petróleo, el agua no puede distribuirse adecuadamente”, expresa el artista, quien señala que las guerras del futuro serán por el agua.
Cierra la exposición, o la abre, el video de Dana Levy, The Wake, grabado en las salas de las colecciones del Departamento de Zoología de Invertebrados del Carnegie Museum of Natural History de Pittsburgh. Allí van despertando lentamente decenas de mariposas que, libres, se escapan de su destino.