Cinta amarilla Bruma
Foto: A posteriori (2022). Beatriz González. Foto Sandra Vargas, cortesía Museo Nacional
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Beatriz González navega entre la bruma en su nueva exposición

En Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, se inauguró Bruma, una nueva exposición en la que la maestra colombiana Beatriz González extiende su iconografía sobre el flagelo de la desaparición forzada.
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octubre 23, 2022
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Dos cargueros sostienen en sus hombros un gran palo del que cuelga un cadáver. Están recortados sobre un fondo amarillo. Recorren una eternidad inagotable. Dos cargueros más transportan otro cuerpo inerte, suspendido de un travesaño horizontal. Sus figuras difusas también están recortadas sobre un fondo amarillo, ligeramente distinto, y también caminan por un sendero sin destino. La imagen de los cargueros se repite, se duplica, se multiplica hasta abarrotar la sala principal del contramonumento Fragmentos, en el centro de Bogotá. Estas figuras de los cargueros y sus cadáveres, rodeadas por marcos de lápidas, componen A posteriori. Esta es una instalación de la maestra Beatriz González realizada en papel de colgadura y comisionada para su exposición Bruma

A posteriori es un trabajo con el que González expandió el concepto de Auras anónimas, su intervención en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá. A esta instalación se suman otras 27 obras de la maestra bumanguesa que se pueden apreciar en Fragmentos, el espacio ideado por Doris Salcedo. 

La exposición Bruma, curada por María Belén Sáez de Ibarra, celebra los noventa años de la artista santandereana. A través de sus obras, González ha sabido representar el dolor de la violencia y de los conflictos sociales del país.

“Es una de las grandes representantes del arte contemporáneo colombiano. Y no estoy hablando de reconocimientos ni de fama, sino de una inmensa capacidad de aportar un conocimiento profundo, radical, poético y para la eternidad. Su trabajo nos trascenderá a todos”, asegura Sáez de Ibarra mientras recorre la exposición.

Cinta amarilla con cargueros
Cinta amarilla difusa. Beatriz González. Foto Juan Carlos Barbero, cortesía Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria.

Las imágenes de los cargueros y sus cadáveres retumban, resuenan como si fueran una colombianización del coro griego que les hace duelo a tantas almas sin tumbas. La imponente instalación se suma al trabajo que González ha realizado sobre los cadáveres anónimos que la violencia ha regado por todo el país.

“Aquí se retoma la intención que tiene mi obra, que es la repetición, porque hay que insistir mucho en Colombia, en ciertas frases, en ciertos pensamientos; es una insistencia en la situación del país, es una insistencia en que no se repita más”, reza uno de los testimonios de la maestra que acompañan la exposición.

Según Sáez de Ibarra, González se apropió de la imagen trágica de estos cargueros, trashumantes eternos por las montañas de Colombia y que se han repetido tanto en nuestra historia hasta el punto de convertirse en una especie de oficiantes fúnebres. 

“Y esto no es solo colombiano, yo pienso que es una cosa de nuestro tiempo, es un gran apartheid; son conmovedoras las imágenes de esos éxodos de miles de personas que desde Venezuela llegan caminando hasta Estados Unidos, o desde África cruzan por el Mediterráneo para llegar a Europa, o toda esa gente que está pasando por el Darién colombiano. Ese desplazamiento tiene que ver con la desaparición forzada, con el terror y el miedo que genera; es algo que debemos interiorizar y cada uno de nosotros tiene que clamar por justicia”, enfatiza la curadora.

Dos maestras del arte colombiano

Beatriz González
La artista posa junto a su obra en Fragmentos. Espacio de Arte y Memoria. Foto Sandra Vargas, cortesía Museo Nacional

Fragmentos es un espacio de arte y de memoria que se inauguró en 2017. Para su creación, Doris Salcedo trabajó con mujeres que fueron víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado; además, su piso se elaboró con las armas fundidas de la guerrilla de las Farc. Por eso las superficies de sus baldosas son irregulares y caminar sobre ellas significa sentir las heridas de la guerra. 

Bruma representa, entonces, la fusión simbólica de las estéticas de estas dos grandes maestras del arte colombiano. “Son dos grandes maestras de la memoria y aquí se potencian. No es que estén dialogando, aquí hay una integración de las dos fuerzas, porque en este gran vacío de silencio que genera la instalación de Doris Salcedo se establece esta infinitud de tumbas que se vuelve un espacio sacrosanto. Y también tiene eso extraño que hace que uno se sienta como si estuviera muerto. Como si hubiera entrado en una tumba y sintiera la asfixia por ese vacío y ese silencio de la muerte”, argumenta Sáez de Ibarra.

Colombia en Bruma

El nombre de la exposición, que se repite como concepto en todas las piezas que la componen, es también una metáfora de la visión actual de la maestra González. Esa bruma convierte a los personajes de sus obras en figuras espectrales. Es un velo que les borra su estado material a los cargueros y también le borra su estado material a Colombia. 

“Me esforcé en buscarle unos colores que son más referidos al duelo, porque son oscuros, como el negro sobre los zafiros de los cielos, que voy echando capa sobre capa sobre capa, con veladura. Siempre he usado la veladura, pero ahora más, para que nada tenga contorno, porque así es la memoria traumática, nunca es clara”, se puede leer en otro de los testimonios de González.

Cinta amarilla Bruma
Cinta amarilla con cargueros II. Beatriz González. Foto Juan Carlos Barbero, cortesía Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria.

Además de A posteriori, en la exposición también se aprecian piezas como la serie Funebria, que nació a partir de las noticias de prensa que en 2019 revelaron la existencia de fosas comunes en el cementerio Las Mercedes del municipio de Dabeiba (Antioquia).

En Funebria, González representa a trabajadores que, en vez de usar la pica y la pala para su milenario oficio de agricultores, tienen que abrir la tierra con esas herramientas para buscar los cadáveres de los desaparecidos.

Otra de las piezas es un autorretrato en el que la maestra se pinta muerta. “Tiene la impronta que se usó hasta hace muy poco en Colombia, cuando se velaba a todos los muertos en las casas. Genera esa empatía sagrada y se vuelve un momento eterno, uno siente que cada una de esas vidas cobran vida en uno; se acumula esa infinitud en el ser de cada uno de nosotros. Es una muy fuerte pulsión de memoria lo que ocurre aquí”, finaliza Sáez de Ibarra.

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