II. VIERNES 31 Y SÁBADO 1 DE FEBRERO
Aunque el día empezó oficialmente temprano –las diez y media es temprano para quienes trasnocharon la noche anterior- con las charlas de Rüdiger Safranski, Edith Grossman y José Luis Rivas, y Tom Hart Dyke, la jornada empezó de verdad con la charla de uno de los invitados más importantes al festival, Irvine Welsh.
En el teatro Adolfo Mejía el escritor escocés, conocido por su novela Trainspotting, conversó con Eleanor Wechtel. Él muy informal en bermudas y camiseta verde se sentó tranquilamente a charlar, sin pretensiones. Su inglés, su escocés, no fue para nada fácil de comprender, pero la traducción estuvo bastante buena, haciendo reír al público cuando tocaba, en el momento justo. Las preguntas que le hizo su entrevistadora cayeron en los lugares comunes de la obra de Welsh: las drogas, Edimburgo, Trainspotting y sus precuela y secuela, la clase trabajadora… Alguien del público le preguntó por Colombia, que si la veía cambiada –él vino hace cinco años y ha estado de paseo con su esposa por Cartagena-, pero contestó que acababa de bajarse del avión. Alguien le preguntó por drogas más latinas, como el yagé, él dijo que sí lo había probado, pero que más que un buen trip, había sentido ganas terrible de ir al baño… porque las drogas le dan a uno lo que necesita y él no había estado alimentándose bien. ¡Por fin humor! El humor de Welsh que tan presente está en toda su obra y que la entrevistadora –muy experimentada, preparada, agradable- no había logrado explotar.
«Dejé de ser DJ porque el DJ no puede bailar». @WelshIrvine ayer en el #HayFestivalCartagena http://t.co/fwnHU3Vp7H
— Revista Diners (@dinersrevista) February 1, 2014
El almuerzo de nuevo demorado. Los restaurantes llenísimos, claro, y de un servicio eterno. Tan distintivo de Cartagena y que en durante los días del Hay se presenta como un obstáculo al corre-corre de los periodistas.
A las tres y media había dos eventos imperdibles: la charla de Guadalupe Nettel y Andrés Felipe Solano con Mario Jursich y la de Yoani Sánchez con Jon Lee Anderson. A la primera solo asistieron Nettel y Jursich, pues Solano, recién llegado de Corea donde vive desde hace unos años con su esposa, estaba enfermo. Gripa, parece. Lástima, porque aunque Nettel es maravillosa y habló de su obra con una sensibilidad tranquila, sin apuros, la charla giró hacia ser escritora mujer, el lenguaje latinoamericano y otras generalidades que aprecia un público no especializado, los que no van en busca de la charla “La importancia de ser otro”.
Esto me lleva a preguntarme –preguntarnos, sé que otra gente se lo pregunta también- quién es el público del Hay y si los entrevistadores se lo preguntan también, si se preparan para un público experto o para dar a conocer un autor, una obra. Es subjetivo claro, ¿pero qué hacer para no caer en lugares comunes o momentos casi íntimos de lecturas personales que parecen dejar por fuera a los espectadores?
A las cinco y media, en el patio del Centro de Formación de la Cooperación Española, tuvo lugar la conversación entre Tomás González y Juan Gossaín. El primero muy paisa y muy tímido, Gossaín muy él, dicharachero, sentado en una silla mecedora. Hablaron de la timidez de González mientras él hacía chistes cáusticos, hablaron del mar como inicio de todo mientras caía el sol, de la poesía, el dolor y ruedas de bicicleta mientras subía la temperatura. Cayó el sol y como quienes espiamos a un par de viejos amigos todos salimos encantados de haber presenciado ese momento de intimidad tan revelador del oficio de ser escritor.
Al salir, ya había una fila larga, larguísima, de quienes esperaban ver a Daniel Divinisky, editor de Quino, y a Daniel Samper Pizano charlar sobre los 50 años de Mafalda, a quien también andan celebrando por esta época en el festival de cómic de Angouleme. Como son todas las charlas de Samper Pizano, esta fue inmensamente divertida, llena de anécdotas e imágenes de esas que transportan al público a otro tiempo y lugar, uno en el que la adorada Mafalda no era sino una idea que se convirtió en el personaje de una generación.
Cayó la noche y algunos se marcharon a sus casas, acabados por la noche anterior, otros al concierto de Berth Orton –del que nadie me dio razón- y otros más a la fiesta de la FNPI, que como el año pasado llenó el baluarte de gente que solo quería bailar.
Las estrella del sábado en la mañana fueron sin duda Piedad Bonnet, Rosa Montero y David Rieff, quienes se reunieron en con Héctor Abad Faciolince el Hotel Santa Clara para hablar del duelo. Su hijo, su pareja, su madre, su padre, cada uno ha puesto sobre papel lo que es una pérdida, cada uno con un estilo particular que va desde le celebración de la vida, a la comprensión, a la rabia. Y aunque a la vez se presentaron el filósofo alemán Rüdiger Safranski y el holandés Cees Nooteboom, fue el encuentro del duelo el que todo el mundo comentaba por su sinceridad con la que los autores hablaron de su dolor, de su proceso narrativo que va entre el pudor y la necesidad de pasar la pena sentados frente a la página en blanco que les da el silencio que no parecen encontrar en otros lugares. Son este tipo de encuentros –los que se sienten reales desde el corazón- los que acercan al lector con una obra, con un autor.
Al mediodía el teatro Adolfo Mejía se llenó nuevamente, esta vez para recibir al dibujante/periodista/caricaturista/autor Joe Sacco en conversación con Marianne Ponsford, directora de la Revista Arcadia. Y fue la misma Ponsford quien empezó diciendo que no sabía si iba a sentarse a hablar con un periodista, con un artista, preguntándose cómo funciona esa multiplicidad. Él, que se define como cartoonist –la palabra en español podría ser caricaturista, pero se queda corta, entonces mejor “comiquero” o “historietista”-, habló del paso del periodismo por encargo, con una fecha de entrega, al periodismo lento, de investigación, más reflexivo. Habló del manejo de las víctimas de su trabajo –y del concepto de víctima con v mayúscula-; criticó el periodismo objetivo argumentando que no hay tal y que cuando se hace el esfuerzo por ser objetivo no se cuenta la historia completa, desde todos los ángulos y habló de su proceso, desde la concepción del guion hasta las incontables horas frente al escritorio de dibujo. Ponsford fue una entrevistadora maravillosa, inteligente y entusiasta, que le sacó todo el jugo que pudo a su entrevistado.
Empieza la charla entre Joe Sacco y Marianne Ponsford. #hayfestival pic.twitter.com/3SOTR8c2Bh
— Revista Diners (@dinersrevista) February 1, 2014
A las tres y media Peter Florence charló con un monosilábico Chad Harbach mientras en otro lugar el español Pere Estupinyà hablaba –con presentación de Power Point, un acento encantador y un auditorio lleno- de mitos varios alrededor del tema del sexo.
A las cinco y media, David Rieff habló sobre la memoria histórica –inexistente e imposible para él- y el afán por recordar con Héctor Abad Faciolince. “Recordar es considerado moral, olvidar inmoral”, dice Rieff. Mientras, en otra parte del centro histórico, los periodistas Jon Lee Anderson e Ignacio Ramonet causaron revuelo con su charla sobre el actual estado de Venezuela. Los abucheos del público no se hicieron esperar cuando Ramonet alegó que los medios tergiversaban la verdadera situación del país y las contrapreguntas de Anderson subieron el tono de la charla hasta se presentaron aplausos cada vez que él hablaba y más murmullos cuando contestaba Ramonet.
A las siete y treinta el escritor argentino Ricardo Piglia habló de sus libros favoritos con Juan Gabriel Vásquez. Borges fue mencionado varias veces, claro, y luego Piglia leyó un fragmento de un texto que va en proceso mientras la audiencia escuchaba encantada.
La noche terminó con la fiesta tradicional de Margarita Valencia y la de celebración de 100 números de la Revista Arcadia, felicitaciones para ellos. En ambas los mismos de siempre, bailando como viejos amigos aunque sean solo amigos de festival. Se discuten las charlas, proyectos, se ponen al tanto de vidas que olvidarán hasta el año próximo. Ya el cansancio se empieza a notar y el domingo pinta tranquilo, mucho más lento. Como las despedidas tristes.