En el universo físico y psicológico de Amor índigo todo resulta posible. Como en las fantasmagorías que fundaron el cine, los objetos se transforman con seductora plasticidad. Crecen las flores ante nuestros ojos, unas piernas se alargan, los cuerpos se alzan o caen desafiando toda ley. Cual alucinación, nada permanece en equilibrio. ¿Qué reglas rigen este mundo de fantasía desbordada imaginado por el mismo creador de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y La ciencia del sueño?
En este país de las metamorfosis también reinan la enfermedad y la muerte. Amor índigo es la melancólica historia del amor entre Colin (Romain Duris) y Chloé (Audrey Tautou): un romance atravesado por la imposibilidad y la separación. Tras conocerse en una fiesta y enamorarse, la pareja protagonista debe enfrentar el extraño padecimiento de Chloé: un nenúfar le crece en su cuerpo y debe someterse a un largo y costoso tratamiento, que obliga a Colin a enfrentar los más descabellados trabajos para financiarlo.
A partir de la novela L’écume des jours, de Boris Vian, escritor francés de culto, Gondry nos regala una puesta en escena sobrecargada de recursos técnicos y narrativos: manipulación de lentes, animación de objetos, confusión de escalas y vaciamiento psicológico de los personajes, entre otros. Esta orgía surrealista sugiere que la naturaleza del cine es la misma que la de los sueños: la imagen que, con un poco de esfuerzo, se convierte en concepto. El espectador puede entrar en esa lógica y disfrutar la soberana libertad con la que está construido cada plano. Si ese es el caso, asistirá fascinado a una sucesión inagotable de sorpresas, a una sesión de magia pura. Pero es más probable que termine saturado, admirando el artificio, pero con necesidad y nostalgia de una historia más sólida, con mayores amarres psicológicos y donde la belleza formal deje respirar el sentimiento trágico.
Michel Gondry ha dirigido, además de celebradas películas como las ya mencionadas, videos musicales y comerciales. Nadie en sus cabales puede discutir la habilidad con la que construye imágenes, llevando hasta sus límites las posibilidades técnicas del medio y, sin embargo, dejando la sensación de que sus recursos son artesanales y caseros. Esa especie de ciencia ficción que se devuelve al pasado (a otra época del cine y otra época del amor, donde predominan la inocencia y la invención) es lo mejor de una película como Amor índigo. Decir que resulta agotadora y excesiva no equivale a desconocer que es mejor que la mayoría del cine rutinario y estático que predomina en nuestras pantallas.
CALIFICACIÓN: *** ½ (3,5)
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Old Boy
Dir. Spike Her. Con Josh Brolin, Elizabeth Olsen, Samuel L. Jackson. Estados Unidos. 2013.
El remake de la célebre película coreana de Park Chan-wook pretende sobrepasar a su antecesora en la representación gráfica de la violencia y en el delirio de la venganza. Pero la obsesión de un ejecutivo al que secuestran y mantienen aislado por veinte años, demuestra el agotamiento creativo de ese prometedor director que alguna vez fue Spike Lee (Haz lo correcto, Malcolm X, 25th Hour) y la comodidad y estancamiento de la mayor parte del cine industrial norteamericano de nuestros días.
CALIFICACIÓN: ** (2)
La mecanógrafa
Dir. Régis Roinsard. Con Romain Duris, Deborah François, Bérénice Bejo. Francia. 2012.
“No está mal hacer solo una cosa bien”. Esta ópera prima de Régis Roinsard es sobre una joven mujer cuya mayor o tal vez única habilidad consiste en la rapidez y determinación con que escribe a máquina. El jefe que la contrata como secretaria trata de aprovechar su talento en una competencia pública de mecanógrafas. Comedia romántica con un seductor aire de inocencia y una dirección de arte retro, que parece un intento por recuperar el espíritu de viejos filmes franceses como Los paraguas de Cherburgo o Las señoritas de Rochefort.
CALIFICACIÓN: *** (3)