La naturaleza en Putumayo es tan exuberante que deja sin aliento a cualquiera, hasta al más indiferente, porque hacia donde uno mire hay un árbol de dimensiones gigantescas, una cascada rodeada de montañas sinuosas, así como animales por doquier de todos los colores y tamaños. Es un territorio que, además, tiene una historia ancestral única por las comunidades indígenas que aún lo habitan.
En esta ocasión, Diners visitó dos reservas naturales, ubicadas en Puerto Asís, región que forma parte de la llanura amazónica, y otras tres en Villagarzón, municipio perteneciente al piedemonte amazónico. Con las reservas, declaradas voluntariamente así por sus dueños, se busca regenerar el bosque nativo, más que conservar; se ofrecen varios servicios turísticos, desde hospedaje hasta avistamiento de aves, primates, anfibios, reptiles y hongos. Estos propietarios trabajan con las comunidades locales y hacen un esfuerzo colectivo por visibilizar su labor.

Freddy Segura, director de la agencia de turismo Yachay Travel, quien vive en la región desde hace dieciséis años, explica que Putumayo es un destino emergente, con un gran potencial por la biodiversidad que posee y la magia de sus pueblos ancestrales.
Segura explica, además, que todas estas reservas tienen un mismo fin: la regeneración del bosque por medio de lo que hacen.
“Ninguno está pensando en el ahora, sino en el futuro. Están sembrando vida, agua, para las próximas generaciones (…). Además, no les interesa un turismo masivo, pero sí atraer a un nicho de gente que quiera hacer un turismo de naturaleza que aporte al cuidado de la Amazonia, y que no solo quiera llevarse una foto bonita para su Instagram. Al pagar un plan turístico, una entrada o el servicio de un guía para que nos enseñe a ver primates, se ayuda a que alguien deje de sembrar coca, talar árboles, hacer minería ilegal o cazar”, dice.
Estas son sus historias.
Inspiración ancestral en Ecohotel Kofán
Km 8 vía Santana, vereda Agua Negra, Puerto Asís
Luz Ángela Chapal Legarda es de esas trabajadoras incansables que están pendientes de que todo salga bien. Se le nota en su mirada y en cada gesto que hace al recibirnos en una mañana cálida y ofrecernos un copioso desayuno.
Cuenta que nació en Puerto Asís y se fue a vivir a Popayán, pero por un giro inesperado del destino, regresó hace quince años a su tierra natal a comenzar de cero. Decidió irse con su esposo a vivir en la finca de su papá, situada en la vereda Agua Negra. En 2018, decidió abrir un hotel con un nombre que le rindiera homenaje a la comunidad indígena a la que pertenecía su abuelo, la kofán, para rescatar y averiguar las costumbres y los saberes ancestrales que durante tanto tiempo desconoció.
Luz Ángela se vino a vivir con sus padres y hermanos. “Aquí todos ayudan, porque esto es un trabajo colectivo que nunca acaba”, asegura. El Ecohotel Kofán es un hospedaje con seis habitaciones y cuatro cabañas acogedoras, llamadas kansekeye, inspiradas en la cultura kofán; un sendero donde se puede avistar una familia de monos nocturnos, que se asoman tímidamente cuando nos ven, además de aves, ranas y mariposas.

Ella reconoce que su objetivo es comprar más hectáreas, con un solo propósito: regenerar el bosque. “La experiencia ha sido maravillosa, porque entendimos que por medio del turismo podemos impactar a la gente. Aquí trabajamos con jóvenes, muchos de los cuales eran raspachines, y con mujeres víctimas de la violencia”, dice. “Nosotros no estamos solos, y si todos colaboramos podremos salir adelante. En un territorio que ha sido tan estigmatizado por la violencia, donde no ha habido muchas oportunidades, nosotros mismos las estamos creando”.
Chapal acaba de recibir el sello de Destino de Paz, que entrega el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo por ser un prestador turístico que aporta a la contrucción de paz.
El guía mágico de Amazon’s Birds
Km 7 vereda Agua Negra, Puerto Asís
Es viernes. Pasadas las tres de la tarde, llegamos a esta reserva de 52 hectáreas. Nos reciben Fleyder Muriel Canamejoy y su hermana Yolima, con una calidez inigualable. Acaban de finalizar un recorrido con investigadores del Instituto Humboldt y nos ofrecen un jugo de arazá recién hecho.
Los hermanos Muriel cuentan que su mamá luchó mucho por esta reserva, y que cuidar ahora esta tierra es una manera de rendirle un homenaje y de salvaguardar su legado.
Caminar por estos bosques con la guía de Fleyder es una travesía mágica. Él conoce cada espacio como la palma de la mano, y no exagero al decir esto. Ha vivido siempre aquí y tiene los ojos entrenados para detectar y mostrarnos una rana azul miniatura y venenosa, mimetizada entre las ramas, en un segundo; para encontrar la hormiga bala, que produce una picadura tan dolorosa como un proyectil, en una esquina del suelo polvoriento; para explicarnos cómo viven los titís pigmeos, que miden entre 14 y 18 centímetros, mientras los vemos bajar de las ramas de los árboles. Fleyder nos muestra también las bayas de donde sale la pimienta, para que las probemos, así como la vainilla y el cacao.

En medio de la caminata, un ruido fuerte y perturbador se escucha. El guía me explica que son los monos aulladores rojos. Están a dos kilómetros y solo son dos, aunque suenan como si fueran una manada.
Fleyder asegura que desde hace treinta años han conservado estas fuentes de agua y humedales, vitales para el abastecimiento hídrico de Puerto Asís; tienen, además, ocho especies de primates y 236 especies de pájaros registradas ante la plataforma e-Bird. Ahora están construyendo un hospedaje que esperan finalizar este año.
Al regresar, envueltos en una profunda humedad, cenamos un filete de pirarucú adobado con cilantro cimarrón; yotas, un tubérculo similar a la papa; ensalada de habichuela y zanahoria, y de postre, un flan de arazá, todo con una sazón inigualable. La experiencia gastronómica en este espacio es muy valiosa porque se preocupan por utilizar ingredientes locales y frescos y por servir platos tradicionales de la región.
El Escondite, una reserva para volver una y otra vez
Km 27 vía Puerto Asís-Mocoa (a 1,5 km de la vereda La Joya), Villagarzón
Don Hernando Rodríguez Pérez es un médico veterinario nacido en Bogotá. Alto y delgado, su aparente seriedad se va desvaneciendo a medida que habla de estas tierras, a las que llegó en 1978. Durante veinte años tuvo una finca ganadera, pero por problemas de administración, comercialización y orden público, tomó la decisión de cambiar de proyecto.
Desde hace un cuarto de siglo, Hernando Rodríguez comenzó a comprar tierra en esta reserva natural y ahora tiene 130 hectáreas, con dos objetivos principales: recuperar la rica biodiversidad del Putumayo y conservarla. “Yo siempre quise hacer un bosque. Con Natura Amazonas se han sembrado cerca de 15.000 árboles, pero el resto se ha hecho por restauración pasiva y regeneración natural. La mano de obra han sido los micos, los pájaros, los murciélagos”, explica.
También le puede interesar: Cuatro organizaciones que puede apoyar para sembrar árboles en Bogotá
En 2017, debido a la gran cantidad de aves que había, abrió el servicio de avistamiento de aves, senderismo, y ahora ofrece alojamiento rural, con cuatro habitaciones. Rodríguez nos cuenta emocionado que actualmente ocupan el tercer lugar entre los mejores sitios del departamento para observar aves por el gran inventario con el que cuentan (396 especies registradas).
Justamente, un grupo de avistadores de aves provenientes de Canadá acaban de llegar agotados y felices de un recorrido por la reserva. Don Hernando nos saluda y nos lleva, junto con su hija Claudia, al árbol más alto de toda la reserva, por un sendero que tiene un riachuelo cristalino. “Mírenlo, está al otro lado”, dice, y yo decido cruzar el río para ver de cerca ese árbol de raíces gruesas e imponentes.

Luego, don Hernando nos conduce hasta donde está la palma canangucha, que sirve para conservar el agua. “Al llegar, no había más de cinco de estas palmas. Ahora tenemos más de dos hectáreas”, dice con profundo orgullo. Durante la caminata aparece un pájaro de pecho azul, se escucha el sonido de un pájaro carpintero y de una manada de micos soldados que parecen estar peleando, pero que no logramos avistar. Después, caminamos hasta uno de los árboles gigantes que se pueden encontrar en la reserva, otro de los puntos favoritos de don Hernando.
Al final del recorrido, me mira a los ojos y me dice: “Hace poco vi la entrevista de un hombre multimillonario que decía sentirse feliz de tener un montón de carros deportivos que jamás utilizaba. Yo me siento mucho más contento teniendo este espacio natural y compartiéndolo con la gente”.
De expedición nocturna en Portal del Sol
Vereda El Guineo, sector Sardinas, Villagarzón

Es lunes. La noche está fresca y el firmamento luce estrellado. John Jairo Rincón, el propietario de Portal del Sol, baja en motocicleta hasta la carretera para recogerme, pues para llegar hasta la reserva hay una trocha de un kilómetro. Luego de presentarnos cordialmente, me subo a la moto.
Minutos más tarde, en medio de la oscuridad absoluta, John Jairo se detiene, apaga la moto y me dice: “Escucha”. Yo, con el corazón a mil, escucho el canto de miles de ranas. Un coro infinito. Un sonido que jamás había oído tan fuerte e intenso. “Recuperamos el humedal, por eso hay de nuevo tanta fauna”, asegura.
Ya arriba, en el hospedaje, los huéspedes nos esperan para cenar en una mesa larga de madera: una mujer española, una chilena, un británico y una familia suiza. Todos contamos emocionados las experiencias del día. Al finalizar, nos alistamos para ver anfibios, reptiles, insectos, una expedición nocturna en medio del bosque. Nos ponemos las botas y nos colocamos las luces en la cabeza. Escuchamos con atención las recomendaciones del guía: “Observen todo con detenimiento, vayan con respeto y, sobre todo, disfruten”.

Ya en el camino, lo primero que vemos es un cordyceps en una hoja, es decir, un hongo zombi, sí, como el de la serie The last of us. La espora de este hongo entró en el cuerpo de una hormiga y comenzó a germinar y a consumir sus tejidos. Lo curioso, además, es que actúan en su sistema nervioso central y cambian su comportamiento. Más adelante, vemos una araña, luego dos agujeros en el suelo —que en realidad son un panal de abejas—, y más allá, una rana. John Jairo prende la linterna, que irradia luz ultravioleta, y notamos cómo cambian los colores. Es ver la naturaleza, literalmente, con otros ojos.
John Jairo cuenta que él y su esposa, Alexandra, dejaron sus trabajos tradicionales para dedicarse a esta finca. Actualmente, son cuatro familias que viven en la reserva natural Donde se Oculta el Sol, en la que iniciaron un proyecto comunitario que busca la conservación y recuperación de 96 hectáreas de bosque húmedo tropical en el piedemonte andino amazónico.
“Este lugar forma parte de un corredor de biodiversidad muy importante. Venimos trabajando articuladamente con otras agencias haciendo un turismo regenerativo responsable y generando oportunidades de nuevas fuentes de ingreso de una manera muy respetuosa con el ecosistema, intercambiando saberes y culturas”, asegura.
El poder del viento desde Kindiwayra Reserva Ecohostal
Vereda Las Toldas Bajas, Villagarzón
Ana Carolina Urrego Macías es licenciada en biología, tiene 37 años y cuenta que nació en Cartagena, pero se crio entre Bogotá y Cali. En 2016 llegó al Putumayo por un tema de salud de su madre, pero terminó quedándose en el territorio. En 2020 compró un terreno de dos hectáreas de una finca ganadera. Ahora vive con cuatro perros rescatados, dos gatos y voluntarios de países que van y vienen a ayudar en la reserva. En este momento, por ejemplo, está un joven italiano procedente de Turín.
Kindiwayra significa ‘colibrí del viento’ en inga. Le puso así porque la reserva está localizada en un punto geográfico muy especial: recibe los vientos del cañón del río Mocoa, la parte oriental de la cordillera de los Andes y la serranía de los Churumbelos. La vista desde su casa es inmensa y poderosa. Tiene tres cabañas de estilo tipi, cada una con un dibujo que representa alguno de los animales que habitan el ecosistema: una danta, una nutria y un pájaro cuco.

Es martes en la mañana y ha llovido sin parar. En la reserva, además del hospedaje, se ofrecen avistamiento de aves y senderismo hasta la cascada que recibe las aguas del río Sunguyaco.
Vale la pena resaltar también que Carolina se preocupa por tener un manejo responsable de los residuos con diferentes técnicas, posee un filtro de aguas grises y planta alimentos propios de la región para su consumo. Además, trabaja de la mano con varias reservas y con productores y procesadores de alimentos de la región; por ejemplo, vende un vino de frutos amazónicos.
“Siento que este tipo de proyectos en el Putumayo, departamento que ha estado durante muchos años en medio de un conflicto que ha dejado secuelas en la población, ayuda de alguna manera también a la regeneración social, a cómo se puede vivir en paz a través del turismo y de apoyarnos continuamente entre todos”, asegura.