Foto: Laguna Libros
Cultura

El nervio óptico, un libro para los amantes del arte

El poeta Juan Gustavo Cobo Borda recomienda la última novela de María Gainza publicada por la editorial Laguna Libros.
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octubre 4, 2018
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María Gainza.
Laguna Libros, Bogotá, 2018, 176 páginas.

Una mujer vinculada al mundo del arte (escribe textos para catálogos, hace visitas guiadas a colecciones) nos cuenta su vida en un Buenos Aires de museos y de cuadros que la estremecen.

No solo habla de su familia, de su madre, que la lleva corriendo a ver sus Monet en el MET en Nueva York, o del tío Marion que en el campo les mandaba hacer con telas importadas trajes de baño a los peones y aparceros, sino también de una selección de orates, dementes y maniáticos, cada uno de ellos con una referencia a un pintor o a un cuadro. Así tendremos a Coubert, o al aduanero Rousseau, a Rothko, a Foujita, a Cándido López o el Greco, en pequeñas biografías llenas de chismes reveladores.

Se va tejiendo así el retrato de la narradora, de sus novios o su marido en el hospital. Ella en el consultorio de un oculista o yendo a pasear con su perro por los lados del hipódromo, alumna de un colegio inglés, sometida a quimioterapia.


María Gainza. Foto: cortesía C Cultural.


Con mucho humor y autoironía al sentirse quedada y al formar parte de una familia venida a menos, Gainza, nacida en 1975 y quien ya publicó un libro con sus críticas de arte, ha logrado fusionar su autobiografía con un museo imaginario. Una ola de Coubert en el Museo de Bellas Artes con un gato de Foujita, las ruinas de Hubert Robert fusionándose en una relampagueante asociación entre las doradas piedras de Roma y los jardines que trazó en Francia. Su buen pulso para escribir sobre pintura aparece en este trozo sobre Rothko:

Ocurrió en el verano de 1945, cuando se puso a pintar una serie de bloques abstractos y esfumados que flotaban en el espacio de la tela. La línea había desaparecido, los colores se habían disparado: rosas, duraznos, lavandas, blancos, amarillo, azafranes con la evanescencia del aliento sobre un vidrio. Su ojo parecía haberse dilatado (p. 101).

El libro se teje como una urdimbre de reveladoras citas, en oblicuo homenaje a Benjamín, como en esta cita de Henry James relacionada con Misía Sert y su fascinación por Venecia: la ciudad donde se refugian “los destronados, los desterrados, los heridos” (p. 118). Este libro, que ya se ha traducido al inglés, francés, holandés (alabado por Noteboom), italiano, portugués, sueco, griego, polaco y alemán, es una inmersión sensible en el ojo de una mujer que vibra con el mundo y que ha sabido hacer, de su retrato imaginario, su mejor instantánea.

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