Louis Armstrong, jazz
Foto: Wikimedia Commons/ Harry Warnecke, Gus Schoenbaechler/ Creative Commons CC0 1.0 Universal Public Domain Dedication.
Cultura Música

Louis Armstrong: la leyenda inolvidable del jazz

En el Día Mundial del Jazz recordamos el legado de uno de los maestros del género y un músico fuera de serie.
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abril 30, 2025
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A más de cinco décadas de su muerte, ocurrida el 6 de julio de 1971, Louis Armstrong sigue siendo considerado el rey del jazz, por encima de la evolución misma del género y del surgimiento de figuras contemporáneas en el ámbito de la llamada música clásica del siglo XX.

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Nacido el 4 de julio de 1901 en Back O’Town, un suburbio de Nueva Orleans, el inolvidable Louis Daniel Armstrong —conocido en todo el mundo como Satchmo o Boca de jarro— sigue maravillando tanto a los expertos en jazz como a nuevas generaciones de oyentes que, a pesar de las modas y tendencias actuales, no pueden evitar rendirse ante sus solos de trompeta y su extraordinaria producción musical, que abarca más de medio siglo.

Los inicios de Louis Armstrong

Su entrada formal al mundo del jazz se dio alrededor de 1918, cuando recibió la “alternativa” en la banda del célebre Kid Ory, reemplazando nada menos que a Joe “King” Oliver, otra figura legendaria del género. Sin embargo, su vínculo con la música había comenzado mucho antes. Durante su infancia, fue internado en un reformatorio por disparar un revólver al aire durante las celebraciones de Año Nuevo.

Allí, un maestro llamado Davis lo animó a probar con la trompeta, y ese gesto cambiaría su vida para siempre. Al salir de la institución, con apenas 14 años, Armstrong intentó formar pequeños grupos con amigos, mientras sobrevivía desempeñando oficios humildes: carbonero, mensajero, camarero en bares oscuros de Storyville, un barrio emblemático de Nueva Orleans y auténtico semillero de genios del jazz.

“Después de aquella primera prueba con la orquesta de Kid Ory, quedé incluido en ella. Empecé a ser muy popular, tanto entre los bailarines como entre los compañeros. Todos los músicos acudían a escucharnos y me alquilaban para que tocara en sus orquestas las noches que no estaba comprometido con Kid”, recordaba Armstrong en su autobiografía Mi vida en Nueva Orleans.

La Guerra Mundial y el jazz

El final de la Primera Guerra Mundial marcó también el inicio de su despegue artístico. En 1922, Armstrong decidió abandonar Nueva Orleans, donde la Ley Seca había apagado la vibrante vida nocturna y provocado la emigración de las grandes bandas de jazz. Su destino fue Chicago, entonces un nuevo epicentro del género.

El 31 de marzo de 1923, Armstrong entró por primera vez a un estudio de grabación como segunda trompeta en la banda de su mentor, Joe «King» Oliver, con quien se había reencontrado tras su etapa con Kid Ory. Para entonces, Louis ya era una figura reconocida en el circuito: su capacidad para improvisar y ejecutar solos complejos lo había convertido en el alma de los clubes más populares de Chicago.

Sin embargo, su ambición lo llevó más lejos. Pronto decidió dejar a Oliver y se trasladó a Nueva York para unirse a la orquesta de Fletcher Henderson, una de las más prestigiosas de la época. Debutó con ella el 29 de septiembre de 1924, compartiendo escenario con nombres como Charlie Green, Don Redman y Coleman Hawkins. Con Henderson no solo brilló como trompetista, sino que revivió con éxito su faceta como cantante. Aunque su colaboración con la banda no fue duradera, sirvió como trampolín para consolidar su nombre en la escena nacional.

El maestro del jazz y el lujo de la música de Louis Armstrong

A partir de entonces, Armstrong se convirtió en un nómada musical de lujo, tocando junto a los mejores jazzistas del momento y alternando presentaciones entre Nueva York, Chicago, Luisiana y su querida Nueva Orleans, que poco a poco comenzaba a recuperar el pulso de su vida alegre.

En 1925, Louis Armstrong dio un paso decisivo al formar su propio grupo, acompañado por viejos camaradas de Nueva Orleans, incluido su mentor y amigo Kid Ory. Ese momento marcó el inicio de una carrera ininterrumpida de 45 años, en la que no solo dejó huella como músico, sino también como actor en varias producciones cinematográficas. Su talento pronto desbordó las fronteras de Estados Unidos: Europa lo recibió con entusiasmo, especialmente Francia e Italia, donde se presentó por primera vez en 1935 y cosechó un éxito rotundo.

A lo largo de su trayectoria, Armstrong no solo brilló con luz propia, sino que también elevó a decenas de músicos que compartieron escenario con él. En 1947, en un gesto de renovación artística, decidió disolver su gran orquesta para formar un grupo más compacto y virtuoso: Louis Armstrong and the All Stars. Esta nueva etapa estuvo marcada por una libertad creativa aún mayor y por colaboraciones memorables con algunos de los mejores instrumentistas en la historia del jazz.

Otros maestros del género

Entre ellos se encontraban los trombonistas Jack Teagarden y Trummy Young, los clarinetistas Barney Bigard, Edmond Hall y Peanuts Hucko, los pianistas Earl Hines y Billy Kyle, el contrabajista Arvell Shaw y los bateristas Sidney Catlett y Cozy Cole. Junto a ellos, Armstrong consolidó un sonido distintivo, potente y lleno de emoción, que no solo mantenía vivo el espíritu del jazz tradicional, sino que lo proyectaba hacia nuevas audiencias alrededor del mundo.

Junto a grandes figuras con las que compartió escenario y estudio, como el legendario pianista Duke Ellington y la incomparable Ella Fitzgerald, Louis Armstrong —Satchmo para el mundo— se consolidó como una figura inalcanzable en la historia del jazz. Ocupó su trono como rey del género durante décadas, y siguió produciendo música hasta pocos meses antes de su muerte, ocurrida el 6 de julio de 1971, apenas dos días después de haber cumplido 71 años.

¿Quién fue Satchmo?

Adorado por muchos y rechazado por muy pocos, Armstrong fue universalmente reconocido como un músico excepcional, un jazzman capaz de arrancar de su trompeta cualquier emoción, cualquier improvisación, cualquier tonalidad con una naturalidad desbordante.

Siempre tuvo una personalidad fuerte y singular. Desde su infancia, cuando era apodado Dipper y no dudaba en hacer travesuras —una de ellas lo llevó a pasar un tiempo en un reformatorio—, hasta sus años de gloria, donde se entregaba por completo, y con gracia, a su público. Sobre el escenario era puro carisma; fuera de él, una figura mucho más reservada, incluso impenetrable. Pero bajo esa fachada había una sensibilidad profunda.

Su esposa, Lucille, solía contar una anécdota que lo revela con total claridad. Una Navidad, durante una gira por París, ella quiso sorprenderlo haciendo decorar un árbol en su habitación del hotel. Louis se sentó frente a las luces por más de tres horas, en completo silencio. Preocupada, Lucille rompió la quietud:

—¿No te gusta? ¿Quieres que lo quite?

—No, no, no —respondió él de pronto—. Déjalo allí. Es el primer árbol de Navidad que he tenido en mi vida.

Una Navidad fuera de serie

Durante su estadía en Francia, Satchmo jamás se separó del árbol navideño. Incluso al regresar a New Orleans quiso llevárselo consigo, como si aquel símbolo de infancia recuperada pudiera acompañarlo para siempre. A Lucille le costó convencerlo de dejarlo atrás. Louis partió con resignación, sabiendo que no volvería a verlo nunca más.

Aunque vivió en carne propia los años más duros de la segregación racial en Estados Unidos, Armstrong nunca se identificó con el activismo político. A diferencia de figuras como Charlie Parker, Miles Davis o Dizzy Gillespie, que hicieron de su arte un vehículo de denuncia, él eligió otro camino: el de la música como celebración, como puente entre razas, como territorio libre de confrontaciones. Se burló de las divisiones entre blancos y negros con ironía y humor, no con discursos.

Los últimos tres años de su vida fueron emocionalmente intensos. Seguía presentándose en público, pero oscilaba entre la euforia y la tristeza. Aun así, encontró momentos de alegría genuina, como cuando el músico Benny Carter promovió la construcción de una estatua en su honor en su natal New Orleans. Fue un reconocimiento que lo conmovió profundamente.

A las cinco y media de la mañana del 6 de julio de 1971, Louis Armstrong exhaló su último aliento. Tenía 71 años recién cumplidos. Tal vez, en ese instante final, sintió que había vivido lo suficiente para celebrar su propia existencia como se celebra un gran solo de jazz: con emoción, con libertad, y con el alma abierta de par en par.

Publicado originalmente en Revista Diners No. 255, de junio de 1991.

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