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Cultura

Fragmento: Vivir un mundial, crónicas de Brasil 14

Publicamos este fragmento del libro Vivir un mundial, crónicas de Brasil 2014, de Nelson Fredy Padilla, publicado por editorial eLibros.
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septiembre 1, 2014
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Capítulo 17
El nuevo héroe trágico de Uruguay

La escandalosa suspensión de Luis Suárez en Brasil 2014 lo convirtió en héroe trágico de su país, al nivel de Abdón Porte, el futbolista suicida del Nacional de Montevideo, el mismo club en el que empezó Suárez, inmortalizado por la pluma de Horacio Quiroga.

Porte vivió hasta 1917 porque al terminar esa temporada le notificaron que en la siguiente sería suplente. No dijo nada. En la noche volvió a la cancha del Gran Parque Central, caminó hasta su posición predilecta en el medio campo y se disparó con una pistola en el corazón.

El cuento de Quiroga sobre él se titula “Juan Polti” y empieza con una frase que parece dedicada a la ex estrella del Liverpool inglés, ahora suspendido cuatro meses y los próximos nueve partidos que juegue la selección de Uruguay por morder un hombro al jugador de Italia Giorgio Chiellini, en el partido que les dio la clasificación a los octavos de final del Mundial y eliminó a los azzurri: “Cuando un muchacho llega, por a o b,… a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente. Es un paraíso demasiado artificial para su joven corazón”.

Y más adelante dice: “Una cabeza que piensa poco… puede convertirse en un caracol sonante, donde el tronar de los aplausos repercute más de lo debido. Hay pequeñas roturas, pequeñas congestiones, y el resto”. Espero que lo próximo que veamos de Suárez no sea “el cadáver de una criatura fulminada por la gloria”, caso de otro famoso mordelón como el boxeador Mike Tyson, sino una versión renovada del letal goleador de la Premier League y el máximo goleador de la historia charrúa.

¡Si los futbolistas leyeran buena literatura! Juan Carlos Onetti, otro gran escritor uruguayo, advirtió que lo único que se debía morder “con toda la fuerza” era “el caño de la pipa”. Pero Suárez no tiene por qué saber que, antes de ser uno de los mejores novelistas del continente, su paisano vendió boletas de entrada en los años 30 en el mismo estadio Centenario donde la fama empezó a perseguirlo a él, donde Uruguay fue coronado primer campeón mundial.

La “sensibilidad de masas, multitudinaria y unanimista” que impactaba a Onetti ahora está dividida entre quienes condenan a Suárez por “salvaje e irracional” y quienes, olvidando sus antecedentes en Inglaterra y Holanda, alegan persecución de la Fifa al hombre gol de Uruguay.

No se compran entradas a un partido de fútbol para ver mordiscos, aunque Tyson sí las vendía por morder orejas. Como futbolista aficionado uno aprende más mañas que el promedio de futbolistas frustrados: escupitajos, pellizcos en las tetillas, manoseo de genitales (como aquella famosa imagen del español Michel contra el Pibe Valderrama), el clásico gato o puño en el brazo o la espalda, la jalada de pelo y hasta de patilla durante una caída (“la risa del tigre”), incluso oí del técnico Carlos Bilardo dándoles alfileres a sus jugadores, pero de mordidas no tenía referencias. Es tan sorprendente como el cabezazo de Zidane contra Materazzi en Alemania 2006.

Tal vez Luis Suárez malinterpreta el legado de “la garra charrúa”, olvidando que Mario Benedetti en su relato “Puntero izquierdo” la define como “tenerlas bien puestas” para ser capaz de ganar “aquella final contra el Corrales, jugando nada menos que nueve contra once”. El poeta no era de los que gustaban de “ganar el premio a la corrección deportiva” y en ese cuento hay incluso un gancho al hígado, critica a “los mamitas” y habla de que si se comete un penal, mejor que sea de esos de los que “no te despertás hasta el jueves a más tardar. Lo que está bien”. Todo en el marco de una deportiva competencia masculina. Le entendí que la verdadera garra viene del alma del uruguayo sin caer en la “vergüenza”, categoría en la que entra Suárez, con la responsabilidad adicional de que grabó una campaña con Unicef como ejemplo de la niñez de su país, para la que es “Luisito” y no “El Depredador”.

Para escapar del mundo real durante cuatro meses, al goleador suspendido le queda refugiarse en el diván de su psicólogo y, por qué no, en la Santa María de Onetti, esa ciudad melancólica y ficcional donde habitan los exiliados. Seguro que la vida de Luis Suárez dará para narraciones como las inspiradas en Abdón Porte.

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