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Penitencia por no creer en la Selección

"El 14 de junio vi a estos muchachitos jugando como todos unos señores, ordenados, fuertes, poderosos. “No parecen Colombia”, me dije saboteándome, como bien lo sé hacer."
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julio 7, 2014
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El 27 de febrero de este año dije en mi cuenta de Twitter: “Si Colombia pasa a semifinales del Mundial, me rapo la cabeza”. Dándomelas de guapa, de dura.

Pensé que no llegarían a semis, ni a cuartos, ni a octavos. Pensé que Costa de Marfil los asustaría, que los griegos iban a impedir cualquier anotación y que los japoneses dejarían a Yepes viendo un chispero con su velocidad. Pensé que no estaban listos para ellos mismos, que no iban a aguantar la presión de todo un país que esperaba volver a verlos en un Mundial luego de 16 años. El último recuerdo era demasiado triste.

Soy la amargada que cree que la Selección va a romperle el corazón a todos, en el momento menos indicado. «Mientras más te ilusionas, más dura es la caída» le leí a Santiago Roncagliolo, asustándome y previniéndome, aún sabiendo lo buen hincha que es de la selección peruana. Siento que si quizás les hago fuerza, pierden porque soy la sal.

Quizás mi problema es que me siento incómoda con los triunfos.
Ni siquiera le digo “mi Selección” porque me parece que para que algo sea propio, debe tener algún sacrificio, mucha fe, aguante, cabeza fría en los momentos duros y desenfreno en la gloria. Yo solo soy un animalito cobarde que se arrincona a ver qué va a pasar, que se atraganta con los goles que marcan y que no logra musitar palabra frente a las anotaciones en contra.

El 14 de junio vi a estos muchachitos jugando como todos unos señores, ordenados, fuertes, poderosos. “No parecen Colombia”, me dije saboteándome, como bien lo sé hacer. Gol de Pablo Armero al minuto 5, luego Teo en el 58´, al final James, en el 90+3. Increíble.

Soy la del corazón duro que cree que de nada sirve meter por cinco minutos a un jugador solo para que rompa un récord, la que piensa que el plan debe continuar para marcar más goles y asegurar puntos. Así vayan 3-1 en el minuto 85. Soy la testaruda que le teme a los triunfos porque eso significa demencia y muertos, como si no nos matáramos diariamente por cualquier cosa, como si no viera noticias.

El resto de historia la conocen, todo el mundo habla de eso; qué profesionales resultaron, qué bonito ver lo unidos que son, cantando y bailando, abrazándose. Tanto cariño entre ellos y cuanto amor por el fútbol.

Perder hace parte de la prueba, supongo. Los brasileños se comportaron, por primera vez en el torneo, como si recordaran el peso de la camiseta que llevan puesta, lograron cortar el juego de los colombianos y se notó que trabajaron mucho en entrenamiento al rival que tuvieron. David Luiz al final tuvo un gesto con James Rodríguez que habla por todos en este planeta. Hasta por mí.

Hoy acepto que en febrero tuve una actitud soberbia al escribir eso. Como penitencia, sacrifico mi pelo, para ver si algún día vuelvo a creer sin todos estos miedos.

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