Henry Kissinger, uno de los hombres más influyentes en la historia política de los Estados Unidos, falleció a los 100 años este 29 de noviembre de 2023 en Kent (Connecticut, Estados Unidos). El hombre nacido en Fürth, Alemania, se convirtió en un referente mundial para tomar decisiones difíciles de política exterior, a tal punto, que se convirtió en objeto de estudio en diferentes universidades a nivel mundial.
Entre sus acciones más polémicas y conocidas en el mundo están en: haberse ganado el Nobel de Paz en 1973, pese a su participación en la Guerra Fría; acercar las relaciones entre Estados Unidos y China en la época del régimen de Mao Zedong; ayudar a Pinochet en 1973 a derrocar a Salvador Allende y el principio de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam.
Para entender la forma en la que pensaba Henry Kissinger, traemos a colación este artículo exclusivo que escribió para la Revista Diners en 1989 hablando de la masacre de Tiananmen, en la que la República Popular China asesinó a sangre fría a una serie de estudiantes que protestaban por las reformas económicas y la inflación sin control.
Esto redactó Henry Kissinger:
El drama de China: un reto para los políticos de occidente
Aun los mejores amigos de China -de hecho especialmente sus buenos amigos- han sido impactados por la brutalidad desplegada en la plaza de Tian An Men. Se trata de un evento de consecuencias internacionales tan profundas como trágicas con sus consecuencias humanas y representa un profundo reto a la conducción de la política exterior de los Estados Unidos.
De los tres posibles resultados, el único compatible con los intereses norteamericanos a largo plazo es también el más difícil, quizás el menos probable de lograr. Si China desciende a la guerra civil y al caos, desaparecerá de la escena internacional. Si continúa la furiosa represión, cualquier presidente norteamericano se verá forzado a tomar acciones que congelarían o destruirían las relaciones políticas y estratégicas chino-estadounidenses, que se remontan a casi dos décadas atrás.
Un resultado consistente con los valores e intereses norteamericanos está, sin embargo, fuera del control norteamericano. Este sería el regreso a la modernización económica, a la par que una conciliación política, dando a los grupos generados por el proceso de modernización un sentido de participación política.
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No podría haber mucho más en juego, según Henry Kissinger
China es tan enorme, su población tan vasta, su gente tan talentosa, que resulta un componente global indispensable. Cuando se le elimina de la balanza se inclina a los extremos. Los levantamientos en China podrían dar a Gorbachov lo que su diplomacia no podría haber logrado: mayor libertad de maniobrar hacia Occidente.
En la medida en que China esté absorta en sus asuntos domésticos, las ambiciones vietnamitas en Indochina podrían revivir. Seguramente las negociaciones sobre el futuro de Cambodia serán más difíciles. La influencia soviética sobre Corea del Norte podría crecer. Podría debilitarse la resisten china sobre Pyongyang. Japón podría reconsiderar sus prioridades. China necesita fuerza para ser un factor internacional, planificación para modernizarse y conciliación interna para permanecer unida.
Es entonces comprensible que la diplomacia norteamericana se muestre reacia a dejar que América se convierta en el blanco de las frustraciones de todos. Los levantamientos en China no pueden envolverse en lemas simples como democracia contra dictadura.
¿Qué es la democracia en China?
Dada la historia y cultura chinas, es poco probable que la democracia tenga el mismo significado en Beijing que en Washington. El descontento estudiantil comenzó como una demanda de mayor participación política dentro del sistema comunista. Parece haberse unido luego a una lucha de poder entre grupos clave de la estructura de liderazgo existente. La ocupación de la plaza principal de la capital de un país no se puede describir totalmente como una demostración pacífica. Es también una táctica para demostrar la impotencia del gobierno, para provocar que abdique o reaccione. Esto no resta validez a muchos de los problemas de los manifestantes, ni excusa la ferocidad de la respuesta.
He seguido los eventos de China con el dolor de quien observa un pleito dentro de una familia con la que tiene nexos especiales. He escuchado a la mayoría de los actores claves del reciente drama expresar su esperanza por el país en épocas en que la angustia era inconcebible.
De cara con los líderes de la época
Conocí a un tenso y algo inseguro Deng Xiaoping poco después de que saliera de la prisión por primera vez, en 1974. Vi su brava lucha contra Mao y la Banda de los Cuatro. Dos años después estaba otra vez confinado, habiendo sido acusado ambas veces por Mao como capitalista y divisionista del partido.
Conocí a Zhao Ziyang en 1981, poco después de que fuera nombrado Primer Ministro para acelerar el programa de reformas de Deng, luego de que Deng volviera al poder en 1979. El año pasado estuve presente cuando Deng pidió lo que El Diario del Pueblo reportó como una mayor agresividad en la apertura y la reforma.
De hecho, el programa tuvo que cancelarse en los siguientes dos meses porque las medidas técnicamente correctas y progresistas producían todos los problemas a corto plazo de una economía sobreactivada, desde la inflación hasta la corrupción. Y esto resultó ser la causa principal de los levantamientos actuales.
No más corrupción
He escuchado a los intelectuales chinos hablar emotivamente de sus deseos de una mayor participación y del cese de la arbitrariedad y la corrupción. El conflicto de China no es una lucha entre el bien y el mal, sino entre diferentes enfoques sobre el mejoramiento de una sociedad.
Un sentido de la proporción nos obliga a recordar que si Deng se hubiese retirado hace un año, la historia lo registraría como uno de los grandes reformadores de China. Fueron las reformas que inició en 1979 las que enviaron a miles de estudiantes chinos a los países de Occidente, donde fueron expuestos a los valores en que ahora insisten; las que abolieron las comunas agrícolas e hicieron a China casi autosuficiente en alimentos. Convirtió a la gris y temerosa China de la evolución Cultural en un país de muchos bienes de consumo, con una bonanza en la construcción y -al fin- un reto a su sistema político. El progreso de la última década ha sido dramático. Es triste ver todo ello ahora en tal situación.
El problema del comunismo
Lo que Deng y sus asociados no previeron fueron las consecuencias políticas de sus éxitos. Quizás el reto económico resultó demasiado sofocante. El comunismo maduro sufre de la enfermedad de que sus incentivos están equivocados, recompensando el estancamiento y desalentando la iniciativa. En una economía central los bienes y servicios son destinados por decisión burocrática. En un cierto periodo los precios establecidos por el aparato administrativo pierden su relación con los costos. En los estados comunistas policivos como la Rusia de Stalin, el sistema de precios se convierte en el medio de extorsión de la población. Sin embargo, al ceder el terror, los precios se conviertes en subsidios y se transforman en un método para ganar el apoyo del pueblo al Partido Comunista.
Pero el comunismo es incapaz de abolir las leyes de economía. Alguien debe pagar los costos reales. Las consecuencias de la planeación central y los subsidios son un mantenimiento pobre, falta de innovación y sobreempleo en otras palabras, estancamiento y caída del ingreso per cápita.
Semejante poder discrecional en manos de los burócratas inevitablemente lleva a la corrupción. Los empleos, la educación y la mayoría de las prebendas terminan dependiendo de alguna clase de relación personal. Es una de las ironías de la historia que el comunismo, pregonado como promotor de una sociedad sin clases, tiende a crear una clase privilegiada, de proporciones feudales.
Aumento de precios en China, según Henry Kissinger
Deng y sus seguidores escogieron sobreponerse al estancamiento embarcándose en una economía de mercado y en la toma de decisiones descentralizada. Pero las fases primarias de tal proceso tienden a combinar los problemas de la planeación con los de una economía de mercado. E intento de hacer que los precios reflejen los costos inevitablemente lleva a aumentos de precios, al menos a corto plazo. En China, el año pasado, la reforma de precios causó una disminución en los ahorros para comprar bienes antes de que los precios subieran aún más, creando un círculo vicioso de acaparamiento y mayor inflación.
China ha pagado un enorme precio por ser el único país comunista en tener el coraje de sus convicciones económicas. El cambio a una economía de mercado aumenta realmente algunas oportunidades de corrupción, al menos por un periodo intermedio. El hecho de que coexistan dos sectores económicos –un decreciente pero aún enorme sector público y una creciente economía de mercado- produce dos sistemas de precios. Los burócratas y empresarios sin escrúpulos están entonces en posición ventajosa para jugar con los productos básicos entre uno y otro sector para obtener ganancias personales.
Además el mercado produce su propio descontento…
Es de la esencia de una economía de mercado que alguien gane y alguien pierda. En las primeras fases de una economía de mercado es probable que las ganancias sean desproporcionadas. Los perdedores se ven tentados a culpar al sistema en vez de a su propio fracaso. Sin duda algunas de las utilidades del sector privado en China han sido resultado de la corrupción y el nepotismo.
El nepotismo es un problema especial en una cultura tan orientada a la familia como la de China. En tiempos difíciles los chinos recurren a sus familias. En todas las sociedades chinas –ya sea en China continental, Taiwan, Singapur o Hong Kong- la confianza última se deposita en los miembros de la familia, que se benefician sin que cuenten mucho sus méritos.
En resumen, es el relativo éxito de la reforma económica lo que ha producido lo que constituye el centro del descontento. Una economía moderna requiere de un cierto grado de pluralismo, La información debe compartirse en cierto grado y debe existir una relación sensata con otros países tecnológicamente avanzados. De otra forma, las inversiones se agotarán y los grupos más educados dentro del país -los hombres y mujeres más necesarios para sostener el progreso- estarán en un principio pasivos y finalmente hostiles.
Purificar la idea comunista
A Deng Xiaoping las demostraciones le deben de haber recordado la Revolución Cultural, en la que hordas de estudiantes buscaban purificar la ideología comunista por medios que provocaron la pérdida de su libertad, dejaron parapléjico a su hijo y alteraron las vidas de decenas de millones de personas.
Al final, la Revolución Cultural produjo tantas manifestaciones por parte de tan diversas facciones que China quedó al borde del caos. Y el caos es la pesadilla de un liderazgo nacido de las guerras civiles y que aún recuerda el colonialismo de la dominación japonesa, que se cree fue facilitada por la debilidad interna de China. De ahí que Deng creyera que los nuevos grupos deberían quedar satisfechos con el progreso económico y olvidarse del cambio político, al menos hasta que la economía avanzara más.
Por ello sus sucesores electos, Hu Yaobang y Zhao Ziyang, se volvieron contra su jefe al intentar acomodar a sus nuevos seguidores. Como operadores cotidianos del sistema, comprendieron el dilema político del comunismo maduro: no hay un mecanismo que permita renovar el reclamo ante la autoridad; sólo lemas sobre la infalibilidad de un partido que pide el monopolio del poder porque sus burócratas alegan poseer la verdad histórica.
La respuesta del pluralismo político
La resistencia de Deng, y la de su generación de líderes, a enfrentar esta realidad, llevó a la destrucción del sistema de sucesión que él estableció para evitar las periódicas purgas mediante las cuales todas las demás sociedades comunistas han resuelto todos sus problemas de liderazgo. Hu Yaobang y Zhao Ziyang fueron consumidos por los procesos que habían sido llamados a institucionalizar y por la falta de habilidad del gran reformador para enfrentarse a la idea de que la reforma económica no crea gratitud a corto plazo, sino que lleva hacia el pluralismo político.
El dilema de China luego de que las armas comenzaron a hablar, es este: a menos que China regrese al camino de la modernización, descenderá al caos o regresará a las prácticas del maoísmo -aislamiento del mundo exterior y estancamiento económico-, fuentes de debilidad permanente de las que aun Mao buscó escapar al final de su vida. Este sería un final verdaderamente trágico para Deng, quien sufrió tan cruelmente durante la Revolución Cultural.
Por otro lado, la modernización requiere del apoyo de los grupos esenciales para que opere una sociedad tecnológicamente compleja, y alguna clase de relación clara con otras sociedades avanzadas.
Estados Unidos también enfrenta serios dilemas…
En 1969 la administración Nixon dio una respuesta negativa a las insinuaciones soviéticas de un ataque para ocupar a China, aunque no hubo contacto con Beijing, que de hecho vilipendiaban a Norteamérica en toda oportunidad.
Nuestro argumento fue la convicción de que la integridad territorial de China era esencial para la paz en Asia y el mundo. En 1971, la apertura de China tuvo lugar durante la Revolución Cultural, que nos pareció moralmente repelente, ya que vitales intereses norteamericanos parecían requerir que China regresara a la comunidad internacional.
La relación entre China y los Estados Unidos ha sido sostenida por cuatro administraciones de ambos partidos porque todos sus líderes han creído que Norteamérica tiene algo en juego en la fuerza y modernización de China. A cambio, China necesita la contribución de Norteamérica para el equilibrio en Asia.
No a la dominación estadounidense
Seguramente Norteamérica tiene sus propios valores, su propia definición de lo que en la vida importante. Y estos valores deben reforzarse en las ocasiones apropiadas y deben ser respetados por otros países. Pero los Estados Unidos deben tener en mente la extraordinaria sensibilidad de cualquier líder chino ante lo que aparente ser intervención extranjera. En 1959, China rompió con la URSS por esta misma cuestión soportó un precario aislamiento durante doce años antes que ceder. La seguridad nacional de los Estados Unidos es también un valor que los líderes norteamericanos son la salvaguardia.
Me parece que el presidente Bush ha caminado por esta cuerda floja con extraordinaria habilidad y delicadeza. Su administración debe tener cuidado en no dejarse empujar a tomar medidas o hacer declaraciones que podrían arrojar una duda sobre la preocupación vital de Norteamérica por la integridad territorial y la modernización de China. Tales acciones provocarían una seria tensión en relaciones chino-estadounidenses a largo plazo. También podrían reactivar peligrosas tentaciones de algunos de los vecinos de China.
Si alguna vez hubo una ocasión para aplicar una política exterior bipartita, es ésta. Todos deberían ceder a la tentación de anotar puntos en este debate y unirse tras una definición por consenso del interés nacional. Entonces, en definitiva, el drama de Beijing será para los americanos una prueba de nuestra madurez política.
Publicado originalmente en Revista Diners No. 232, julio de 1989