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¿Hasta que la muerte nos separe? ¿De verdad queremos vivir con alguien?

Las relaciones afectivas han cambiado, ya no hay determinismos ni contratos que duren para siempre, sin embargo estamos hechos para vivir en compañía.
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abril 17, 2020
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El futuro. Hace cincuenta años era impensable tener un computador como este en el que escribo. Una red global que nos conectara con el mundo. Un teléfono móvil que fuera una línea solo para nosotros y a la que nos pudieran llamar sin importar en qué país estuviéramos. Hay muchas cosas que no existían hace cincuenta años. O cien. O mil. O un millón.

Sin embargo, hay algo que es inherente al hombre, que siempre nos ha acompañado y que, por más vueltas que dé el planeta, mientras estemos aquí, seguirá formando parte vital de nuestra existencia: la relación con otros. Aún sin tecnología, ni ciudades ni nada de la parafernalia que hemos construido, los hombres seguimos siendo, en el fondo, los mismos seres sociales que fuimos cuando apenas descubríamos la vida en clanes.

Nuestra relación con el mundo fue usurpada

Hemos cambiado también a ese respecto, por supuesto. Muchísimo. En nuestras relaciones han metido la mano todos: la religión, la política, las leyes. Diversas instituciones, a lo largo del tiempo, han tratado de reglamentar algo que es innato para el hombre.

Como el comer, el amar. ¿Se le puede llamar amor a la relación de pareja? Quién sabe. Se le llamó así, por lo menos en el mundo occidental, pero hasta eso ha cambiado y seguirá cambiando a pasos tan acelerados que no sabemos con certeza cómo le llamaremos a eso que sentimos por el otro.

Lo que sí es claro es que el ideal de familia de hace cincuenta años, con el que crecieron nuestros abuelos y nuestros papás, ya no existe. Ya nadie piensa en la realización personal como un asunto de papá, mamá e hijos, ojalá dos, ojalá la parejita. Ya nadie sueña con “…y vivieron felices para siempre” o “hasta que la muerte los separe”. Hasta el matrimonio, como lo conocemos hoy, con novia vestida de blanco parada frente al altar, en pocas décadas podría convertirse en una rareza de circo.

¿Sobrevivirá el matrimonio?

matrimonio


“En el futuro cercano, las personas se casarán en promedio cuatro veces –afirma la estadounidense Sandy Burchsted, que ostenta el extraño título de futurista–. El primer matrimonio será el del rompimiento del hielo, y durará en promedio cinco años.

El segundo, tendrá como fin la procreación y puede durar entre quince y veinte años. El tercero es el matrimonio del descubrimiento, tanto de uno mismo como de la pareja. El cuarto es el de la conexión con el alma gemela, un matrimonio entre iguales”. Puede que sus predicciones parezcan sacadas de una bola de cristal, pero en el fondo hay que reconocer que tiene algo de razón.

El matrimonio ha ido mutando en el tiempo y, luego de la revolución sexual en los años sesenta y setenta, sufrió un cambio violento que aún no se detiene. Las mujeres cuyo ideal de vida era casarse y encontrar un sostén económico, son una especie en vías de extinción.

Ahora la gente se casa cada vez mayor y con unas condiciones de igualdad que antes no existían. Esa independencia de pensamiento, ese aumento en la autoestima y en la individualidad, que se han afirmado cada vez más, trajeron consigo un enorme cambio de panorama.

¿Y la separación?

Antes el divorcio era vergonzoso, un signo de fracaso y un estigma social. Ahora no. En Colombia tres de cada diez parejas se divorcian, según estadísticas de la Registraduría Nacional. Esta cifra, que es similar a la de países como Estados Unidos o Inglaterra, muestra que, si bien no es una práctica cotidiana, la separación está lejos de ser una excepción.

Atrás quedaron los matrimonios que soportaban todo, que resistían en silencio las incompatibilidades y que envejecían juntos con una dosis de amargura por una escogencia mal hecha. Hoy si algo no funciona, lo común es partir cobijas y volver a empezar.

Pero la pregunta es, ¿hacia dónde va lo que ya es común? Tal vez cuatro matrimonios sean una predicción un poco aventurada, pero lo cierto es que la gente separada continuará intentándolo, una y otra y otra vez, hasta que funcione.

Así la cuarta sea la vencida, y así ocurra en la vejez. Porque lo cierto es que tampoco habrá en un futuro una edad para irse a vivir en pareja. La sociedad será cada vez más longeva y los viejos, que antes morían de aburrimiento frente a un televisor, viven y seguirán viviendo –gracias a los estrógenos, los tratamientos contra la disfunción eréctil y en general una vida más saludable– una etapa sin tantas restricciones, ni físicas ni emocionales. ¿Por qué no pensar entonces en que los abuelos seguirán enamorándose y casándose aun a los setenta u ochenta?

Una unión ante los ojos de…

amor en pareja


Eso, por supuesto, en el caso de que quieran seguir casándose. Según un informe de 2012 de la revista The Economist, Colombia es el país en el que menos se casa la gente (1,7 matrimonios por cada mil habitantes), lo que aparentemente evidencia que, por lo menos aquí, los únicos que quieren un matrimonio son las parejas homosexuales, cuya demanda por derechos –no solo en Colombia sino en el resto del mundo– hace pensar que las parejas del futuro también estarán compuestas por hombres juntos, mujeres juntas, matrimonios interraciales o interculturales, y que, aún más allá de hacer una diferenciación entre homo y hetero, lo que habrá será un polimorfismo sexual del tipo: “si me gusta, ¿qué importa si es hombre o mujer?”.

Esas nuevas uniones que se darán, necesariamente cambiarán los hogares. Atrás van a quedar esas familias nucleares de papá, mamá e hijos. Incluso, la crianza de los niños ya no necesariamente estará en manos de los padres biológicos o los abuelos o los tíos. El clan familiar podrá extenderse hasta comprender varios “papás” y varias “mamás”, frutos de las diversas uniones de los progenitores.

Para la antropóloga y escritora Helen Fisher, todo esto es un regreso a la vida antes de que llegaran las reglas occidentales. “Hace un millón de años los niños experimentaban el sexo y el amor a los seis años. Los adolescentes vivían juntos en relaciones llamadas ‘matrimonios de prueba’ y muchos eran infieles”.

Infidelidad o amigos con derechos

La infidelidad, que también ha sido castigada en nuestra sociedad, es otra de esas cosas que tenderá a desaparecer. “El concepto de infidelidad está cambiando. Algunas parejas están de acuerdo en tener encuentros sexuales breves cuando viajan por separado; otras sostienen largas relaciones adúlteras con la aprobación de la pareja”, escribía Fisher en un artículo para la revista The Futurist.

Según un estudio hecho en los Estados Unidos, aproximadamente 5 % de los matrimonios en ese país son abiertos, y cada vez más se habla de conceptos como “poliamor”, que pueden desembocar en un tipo de relación donde la monogamia y la infidelidad no sean ya un asunto relevante.

Los llamados “amigos con derechos” serán también parte de esta tendencia. La gente se compromete menos, invierte menos, tal vez para protegerse más. Las relaciones no exclusivas ya son comunes en los noviazgos. Tanto es así que muchas parejas seguirán optando por tener encuentros casuales, cuando coincidan sus horarios, en lugar de vivir un romance a fondo que genere derechos y, por supuesto, deberes.

No es amor, no es sexo, ¿entonces qué será?

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Pero no solo de amor vive el hombre. Aunque la gente se casará cada vez más tarde, las relaciones sexuales comenzarán cada vez más temprano. Tal vez no a los seis, como ocurría hace un millón de años, pero el derrumbamiento de tabúes frente al cuerpo y la desinhibición que hoy evidenciamos harán que la virginidad termine definitivamente convertida en una carga más que una virtud. No será necesario –ni siquiera hoy lo es– estar enamorado del otro para tener sexo y tampoco se le achaca una función exclusivamente procreadora al acto sexual, pese a las campañas ultraconservadoras que la promueven. Hoy lo que se busca a través del sexo es más el placer y el goce que el compromiso. Y eso no parece querer cambiar.

En todo este camino, por supuesto, la tecnología ha tenido un papel preponderante. Así como las novelas románticas del siglo XVIII forjaron un ideal de amor en las generaciones anteriores y la televisión creó unos parámetros en nosotros, Internet está moldeando las mentes del futuro. El sexting (mensajes de texto con contenido sexual) y las redes sociales son ahora la forma de “salir” con alguien y entablar una relación.

Porque si bien cada vez el mundo estará más conectado, no es ningún secreto que también las relaciones humanas tenderán a ser más desarticuladas. Los “hikikomori”, o hijos que viven con sus padres hasta entrada la adultez, son capaces de refugiarse en sus habitaciones y mantener todos sus contactos por la web, sin llegar a cruzar palabra con nadie.

El concepto nació en Japón (de ahí el nombre), pero ya es común en Europa y Estados Unidos, no solo porque es más cómodo vivir con los papás –que ya no tienen las mismas reglas estrictas de antaño, y menos en unos años–, sino porque los jóvenes, para quienes el mercado laboral requiere cada vez más especialización, deben ahorrar, por lo menos mientras consiguen una independencia económica, algo que cada vez resulta más difícil, postergando así la vida en pareja, la responsabilidad y el compromiso (o por lo menos relegándolos a una realidad virtual).

Se acabó el amor

Rompimiento amoroso


Se especula mucho sobre el fin del amor. Hay quienes se aventuran a decir que existirán comunidades de hombres solos o mujeres solas. O que los niños nacerán todos por clonación. Otros auguran una sociedad anciana, donde no tengan cabida los más jóvenes y estos cambios acelerados que estamos viendo se estanquen e incluso se reviertan.

Tal vez esa visión apocalíptica no llegue nunca a ser cierta. A lo mejor lo que estamos viviendo es un proceso de transición, en el que se están rompiendo las reglas que han existido y estamos inventándonos la forma de vivir sin ellas.

Las relaciones humanas, en todo caso, están sufriendo un gran cambio. La forma de conocernos, de enamorarnos, de vivir juntos, está cambiando y es probable que siga haciéndolo. En el fondo, somos seres sociales. Buscamos a los otros para comunicarnos, para aprender, para amar. En ese sentido, tal vez nunca nos hayamos alejado mucho de nuestros antepasados de las cavernas: lo que queremos, al final, es vivir juntos.

*MARTA ORRANTIA: Periodista, cronista, editora y escritora, autora de la novela Orejas de pescado y del libro de reportajes Todopoderosos de Colombia.

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