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INHOTIM: El museo de lo imposible

En Brasil existe uno de los lugares más increíbles del planeta: un centro de arte contemporáneo en medio de un jardín monumental.
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marzo 11, 2013
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Magic Square No. 5 â De luxe,
Helio Oiticica, 1978.

Bienvenidos a INHOTIM, donde los artistas más relevantes de la escena han creado las obras de sus sueños.

Los museos de arte contemporáneo, erguidos en notables edificios como la prueba máxima de la realización cultural de una comunidad, puros en su conservación y perfectos, pueden llegar a ser fríos, poco comunicativos e insípidos. El último lugar en el que uno podría esperar encontrar piezas de arte de última generación es en una hacienda en la mitad de la jungla, pero eso es exactamente Inhotim, un jardín botánico, un museo de arte monumental, un parque temático.

A una hora al sur de Belo Horizonte (capital de Minas Gerais) en auto por carreteras polvorientas, se encuentra el municipio de Brumandinho donde 2.100 hectáreas de frondoso bosque tropical componen ese complejo cultural; 35 de ellas son jardines diseñados por el paisajista Roberto Burle Marx, tiene cinco lagos artificiales, más de 1.800 especies de plantas y nueve pabellones de exposición. Es como un Jurassic Park con nostalgia de futuro y constituye la iniciativa artística más importante de Brasil después de la creación del Museo de Arte de São Paulo en 1947. Es, por tanto, el centro de arte contemporáneo que más visitantes atrae por año en el país –unos tres millones y medio de personas–.

Bernardo Paz, el mentor de este megaproyecto, es un empresario de la siderurgia brasilera con una fortuna desbordante. Si bien heredó de su familia una importante colección de arte, a finales de los sesenta vendió todo aquello para comenzar la suya propia con una obra de Tunga, el artista que se convertiría en su asesor y motivador. En 1980 el mecenas compró una casa de campo a la que trasladó obras de artistas de los años sesenta y setenta influenciados por el arte conceptual y sensorial, como Cildo Meireles, o que experimentaban con el audiovisual como Miguel Rio Branco o Paul McCarthy.

Después, la colección crecería con artistas de los noventa como Ernesto Neto, Iran do Espírito Santo, Janet Cardiff, Jarbas Lopes, etc. De este modo nació Inhotim, con un concepto transparente: hablarle a la sociedad a través del arte para desarrollar un humano auténtico, sin máscaras. Paz no es definitivamente un experto en arte, pero su capital y gestión lograron producir un espacio de desenfado, de sorpresa y generosidad creativa.

La amalgama perfecta que este espacio logra entre paisaje, bioconservación y arte, consigue lo que pareciera inaudito, que el público se acerque al arte contemporáneo sin el terror que implica la obra incomprensible dentro del cubo blanco.

Allan Schwartzman, quien fuera el director artístico de Inhotim, comprendió que esto era posible en un museo que fuera la antítesis del templo del arte, urbano y moderno donde se le ofreciera al público una fantasía cultural y a los artistas las condiciones para que produzcan sus obras más ambiciosas. Mucho más que un megaproyecto, Inhotim es por ello el museo de lo imposible, en la mitad de la selva, con obras de dimensiones ambientales, que apunta además a convertirse en un centro científico, en un espacio de identidad y patrimonio de la comunidad vecina.

La megalomanía de Inhotim no es, sin embargo, la base del criterio curatorial. Hay un pabellón dedicado a la pintura y la fotografía (Galería Fonte) en el que se incluye Pictures of earthworks, una serie de fotografías de Vik Muniz; Tulsa, de Larry Clark, entre otros. Entre las quinientas piezas de la colección hay también performance e instalaciones, entre estas últimas hay que decir que Tunga tiene un especial protagonismo. Hay quienes dicen que hay Tunga de más, pero por su influencia en la formación de la colección es una desproporción más que merecida.

Una de las obras más impresionantes en Inhotim es Pavilhão sônico, de Doug Aitken. El artista trabajó de la mano del equipo de arquitectos del museo para generar un delgado orificio de casi 100 metros de profundidad, que alcanza las placas tectónicas de la Tierra y reproduce sus misteriosos sonidos gracias a una escultura de vidrio que llega hasta el visitante generando un ambiente tan familiar y ajeno como el recuerdo borroso pero de infalible felicidad que trae los sonidos del vientre materno.

La participación de Doris Salcedo también es extraordinaria. Con la instalación de su obra Neither, cargada de significado y discreta en el signo, hizo una reelaboración de las paredes interiores del edificio marcadas y texturizadas con cercas de alambre prensado. El efecto para el público oscila entre la curiosidad táctil y la evocación de la prisión, el límite; la ambigüedad entre refugio e impotencia, que operan en el espacio.

Continuar con la reseña de Inhotim y sus obras es un esfuerzo vano. Allí se transforma la forma de ver el arte contemporáneo. Y la naturaleza aparece de un modo más protagónico, contrastado, como si los sentidos se hicieran más sensibles a las formas y expresiones del verde. Contar la experiencia de Inhotim es como contar la historia de alguien que regresó de la muerte: podemos saber de qué se trata e impactarnos, pero es imposible transferir la sensación, Inhotim es uno de esos museos de visita irremplazable, un paraíso netamente vivencial.

Fotos: Cortesía Inhotim, Carol Reis y Eduardo Eckenfels

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